En tiempos de crisis económica,
los especialistas de la cosa disfrutan de lo lindo haciendo
demostraciones de sus saberes en todos los medios. Los hay
que aparecen en los debates televisados revestidos de tanta
sapiencia en lo suyo que uno se queda embobado. Hablan con
tanto aplomo y certeza sobre los errores que han cometido
los políticos para conducirnos por la senda que nos ha
llevado a estar sometidos a una presión trágica por parte de
los especuladores del dinero, es decir, de los Mercados, que
uno sólo acierta a preguntarse por qué esas lumbreras de la
economía, una ciencia que ya no es tan joven, no avisaron a
tiempo de la que se nos venía encima.
Sí, ya sé la respuesta que puedo recibir: porque ellos no
son asesores de ningún gobierno. Y no creo que sea de recibo
impedirles que tengan sus programas de gloria, en momentos
donde miedos y necesidades caminan de la mano hacia no se
sabe dónde.
Bien. Y qué me dice usted de los economistas pertenecientes
a la Administración General del Estado, o bien autonómicas o
locales, y de los que hasta llegan a ser ministros. O
incluso de los que son expresamente contratados para que
vivan con suma atención las oscilaciones económicas que se
pueden producir con la antelación suficiente como para no
caer en recesiones. Esos economistas están para prever que
los momentos de recesión llegan y poner los medios para que
no lleguen; así es que si llegan, es que ellos son criaturas
torpes o necias, o bien unos arrebatacapas.
Economista es Juan Vivas. ¿Cómo es posible que éste
haya vivido tantos años sin percatarse de la ruina que se
cernía sobre España y por tanto sobre Ceuta? No sería
desdeñable adjudicarle parte de responsabilidad como alcalde
y también como economista. Y qué decir de Juan Luis
Aróstegui: licenciado en Económicas a quien no le ha
cuajado nunca otro proyecto que no haya sido lo que todos
sabemos… Todavía me estoy riendo de cuando me enseñaron las
pruebas que quedaron en un paraje de Benzú de la central
lechera que quiso montar, siendo concejal de Economía y
Hacienda. Había una vaca, metida en años y con las ubres
hecha un bacalao, ramoneando por un prado inexistente. Y una
cabaña, eso sí, donde existían vestigios de fiestas… No sé
si económicas o… vaya usted a saber.
Hay economistas, lejos de mí la idea de generalizar, que han
ganado fama de hacer posible que los ricos sean más ricos a
cualquier precio. Y es así porque tienen más que asumido que
su destino es favorecer a quienes manejan los dineros. A
escala nacional, Cristóbal Montoro, que es nada más y
nada menos que doctor en Ciencias Económicas, ha perdido el
norte en los últimos días. Cierto es que el ministro de
Hacienda está sometido a una presión endiablada. Pero ni aun
así se puede permitir el lujo de airear mundialmente que “no
hay dinero en las arcas públicas para pagar servicios
públicos”. Y, por si fuera poco, permite que la Comunidad
Valenciana hable de rescate en momentos donde los bancos
inversores y la correspondiente canalla de especuladores se
disponían a comprar deuda pública. CM está actuando como
hombre asustado y no como economista.
A los economistas hay que tenerles la misma fe que a los
adivinos. Y el mismo respeto que a los que leen el futuro en
la mano.
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