Me parece más que bien que la
gente se tire a la calle para protestar ruidosamente contra
la corrupción y el clientelismo de la clase política. Es
necesario que los ciudadanos se manifiesten contra las
imposiciones de Bruselas y Berlín. Pues no cabe la menor
duda de que España –como antes Irlanda, Portugal y Grecia-
se asfixia bajo la bota de austeridad germana.
La señora Merkel sigue siendo inflexible en sus
planteamientos. Lo cual augura que los gobernantes españoles
seguirán apretándoles las clavijas a quienes menos tienen:
haciéndoles pagar más impuestos, tener menos y peores
servicios públicos, perder subsidios y reducir la protección
social. Indudablemente, ante semejante panorama, se impone
mostrar la indignación en las calles de todas las ciudades.
Cada dos por tres.
Los gobernantes populares han mentido en todos los sentidos.
Han incumplido todas sus promesas electorales y se han
echado en los brazos de la soberanía financiera. Si los
mercados están por encima de la ciudadanía y los Gobiernos
se pliegan a sus exigencias no hay democracia. Así que los
gobiernos están para restringir esas exigencias. Dado que el
gobierno presidido por Mariano Rajoy se muestra
impotente para parar semejante atropello, la protesta
pública masiva debe ser cada vez más mayor.
Está más que comprobado el fracaso del Gobierno actual. Un
fracaso rotundo que se ha hecho realidad apenas cumplidos
los seis meses de estar gobernando. Fracaso obtenido porque
no está sabiendo defendernos de los acosos de los más
poderosos. Es más, lo peor es que han decidido doblar la
rodilla ante quienes con sus especulaciones están poniendo
en peligro nuestro sistema democrático. Circunstancia que
exige, cómo no, que los españoles sigan clamando en las
calles contra lo que viene ocurriendo.
La pregunta es: ¿cómo es posible salir de esta espiral tan
destructiva para la democracia? Los miembros del Gobierno y
los periodistas afines a su causa, dicen que lo conveniente
es aceptar los descomunales recortes con entereza por el
bien de España. Sin quejarse. Sin escándalos callejeros.
Para no asustar a los mercados. No vaya a ser que éstos
digan ya mismo que no compran nuestras deudas a ningún
precio. Nanay de la China. Pues si los ciudadanos dejan de
gritar que no están obligados a ser ellos los sacrificados
por mor de lo mangado por individuos de cuello blanco
-cobijados en sitios parecidos a Bankia-, los gobernantes no
cejarán en su empeño de hacer posible que los españoles
sepamos desenvolvernos en la cultura de la miseria.
Los españoles se han dado cuenta de que Rajoy es ya un
hombre dirigido no sólo por la señora Merkel sino que,
además, vive bajo el influjo de las ideas que se generan en
el laboratorio de la FAES: centro en el cual José María
Aznar medita en silencio lo que más le conviene a
España. Y así va Rajoy, y así vamos todos. A la deriva y
rezando a todos los santos para no quedarnos en el camino.
Insisto: hay que denunciar en la calle todo lo denunciable.
Pero -ay, ya me salió el pero adversativo- hacerlo tras las
pancartas de unos líderes sindicalistas que reciben
subvenciones cuantiosas y que no están obligados a decir en
qué se las gastan, por lo cual no están fiscalizados por el
Tribunal de Cuentas, me parece un contradiós. Porque es la
mejor manera de darles motivos a quienes están en contra de
los más necesitados, por sistema, para que luzcan su fobia.
Verbigracia: Intereconomía TV.
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