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OPINIÓN - JUEVES, 19 DE JULIO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Convivencia en Ceuta
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El 18 de julio de 1982 arribé yo a Ceuta. Así que llevo 30 años viviendo en esta ciudad de manera ininterrumpida. Parece que fue ayer cuando me puse al frente de la Agrupación Deportiva Ceuta. Primer equipo de la ciudad, en aquellos entonces. Mirando hacia atrás, me veo acudiendo todos los días al tajo sin apenas medios materiales y sobre todo sin contar con un ayudante siquiera.

Eso sí, junto a mí, cada mañana, estaban dos chavales que me alegraban la vida debido al entusiasmo que derrochaban durante las sesiones de entrenamiento. Y qué decir de cuando me tocaba adiestrar a los porteros. En esos momentos, iban de un lado para otro recogiendo los balones y situándolos en los sitios previstos para que yo pudiera realizar mi tarea. Y hasta, cuando yo me tomaba un respiro, tiraban ellos a puerta. Aquellos hermanos, uno de ellos conocido popularmente como Moha, nunca han dejado de mostrarse afables y respetuosos conmigo.

En un fondo del Murube, el que estaba situado encima de los vestuarios, se acomodaba una peña cuyos componentes gritaban hasta quedarse afónicos. Al frente de ella había ceutíes de religión musulmana que me criticaban con empeño desmedido. Lo cual no fue impedimento para que todavía mantenga amistad con ellos.

En la plaza de África, cuando el Gobierno local estaba compuesto por el PSOE, PSPC y CDS, hubo una acampada de varios ceutíes, de religión musulmana, protestando por no tener acceso a las viviendas de protección oficial, porque no pagaban no sé qué de impuesto revolucionario. El concejal de Economía y Hacienda era, si mal no recuerdo, Juan Luis Aróstegui. A mí me dio por escribir el maltrato que había recibido uno de los manifestantes por parte de un policía local. El hombre fue denunciado y recurrió a mí para que le sirviera de testigo en el juicio. Y asistí. Y aquel ceutí salió ileso de la prueba. El hecho ocurrió en el año de 1991.

Así, podría ir contando historias de cómo yo he entendido la convivencia en un sitio donde no resulta fácil practicarla. Entre otras razones, porque convivir es tan sumamente complicado como para no perder los papeles cuando el otro, sea cristiano, musulmán hindú o chino ande continuamente orinándose en lo que no le gusta.

Para tal menester, ya nos dio la fórmula Francisco Tomás y Valiente: “En una sociedad democrática la tolerancia es el Código Penal, donde se castigan no formas de pensar, de ser o de opinar, sino actos u omisiones dañosas, lesivas contra los derechos de los demás”. “La civilización, escribe Goethe, es un permanente ejercicio en el respeto”.

El que yo he tenido, durante 30 años, por las personas de otras culturas; pues nunca se me ocurrió tratarlas con hostilidad o desprecio. Es más, considero haberles mostrado simpatía y consideración, no solamente en las apariencias sino con una actitud sincera y sentida como tal. Algo que me legitima, llegado el caso, a criticar en ellas lo que estime criticable. Y puede que hasta se me escuche.

Aróstegui, que figura en la hemeroteca como cristiano contrario a otra etnia, debería sentirse satisfecho por su evolución; es decir, por ese cambio radical que ha sufrido al pasar de despreciar a sus componentes a convertirse en defensor permanente de sus causas. Ahora bien, su manera de actuar, más que mediadora y tejedora de lazos de unión entre partes, tiene todas las trazas de ser material inflamable. Cuidado con los intereses…
 

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