El 18 de julio de 1982 arribé yo a
Ceuta. Así que llevo 30 años viviendo en esta ciudad de
manera ininterrumpida. Parece que fue ayer cuando me puse al
frente de la Agrupación Deportiva Ceuta. Primer equipo de la
ciudad, en aquellos entonces. Mirando hacia atrás, me veo
acudiendo todos los días al tajo sin apenas medios
materiales y sobre todo sin contar con un ayudante siquiera.
Eso sí, junto a mí, cada mañana, estaban dos chavales que me
alegraban la vida debido al entusiasmo que derrochaban
durante las sesiones de entrenamiento. Y qué decir de cuando
me tocaba adiestrar a los porteros. En esos momentos, iban
de un lado para otro recogiendo los balones y situándolos en
los sitios previstos para que yo pudiera realizar mi tarea.
Y hasta, cuando yo me tomaba un respiro, tiraban ellos a
puerta. Aquellos hermanos, uno de ellos conocido
popularmente como Moha, nunca han dejado de mostrarse
afables y respetuosos conmigo.
En un fondo del Murube, el que estaba situado encima de los
vestuarios, se acomodaba una peña cuyos componentes gritaban
hasta quedarse afónicos. Al frente de ella había ceutíes de
religión musulmana que me criticaban con empeño desmedido.
Lo cual no fue impedimento para que todavía mantenga amistad
con ellos.
En la plaza de África, cuando el Gobierno local estaba
compuesto por el PSOE, PSPC y CDS, hubo una acampada de
varios ceutíes, de religión musulmana, protestando por no
tener acceso a las viviendas de protección oficial, porque
no pagaban no sé qué de impuesto revolucionario. El concejal
de Economía y Hacienda era, si mal no recuerdo, Juan Luis
Aróstegui. A mí me dio por escribir el maltrato que
había recibido uno de los manifestantes por parte de un
policía local. El hombre fue denunciado y recurrió a mí para
que le sirviera de testigo en el juicio. Y asistí. Y aquel
ceutí salió ileso de la prueba. El hecho ocurrió en el año
de 1991.
Así, podría ir contando historias de cómo yo he entendido la
convivencia en un sitio donde no resulta fácil practicarla.
Entre otras razones, porque convivir es tan sumamente
complicado como para no perder los papeles cuando el otro,
sea cristiano, musulmán hindú o chino ande continuamente
orinándose en lo que no le gusta.
Para tal menester, ya nos dio la fórmula Francisco Tomás
y Valiente: “En una sociedad democrática la tolerancia
es el Código Penal, donde se castigan no formas de pensar,
de ser o de opinar, sino actos u omisiones dañosas, lesivas
contra los derechos de los demás”. “La civilización, escribe
Goethe, es un permanente ejercicio en el respeto”.
El que yo he tenido, durante 30 años, por las personas de
otras culturas; pues nunca se me ocurrió tratarlas con
hostilidad o desprecio. Es más, considero haberles mostrado
simpatía y consideración, no solamente en las apariencias
sino con una actitud sincera y sentida como tal. Algo que me
legitima, llegado el caso, a criticar en ellas lo que estime
criticable. Y puede que hasta se me escuche.
Aróstegui, que figura en la hemeroteca como cristiano
contrario a otra etnia, debería sentirse satisfecho por su
evolución; es decir, por ese cambio radical que ha sufrido
al pasar de despreciar a sus componentes a convertirse en
defensor permanente de sus causas. Ahora bien, su manera de
actuar, más que mediadora y tejedora de lazos de unión entre
partes, tiene todas las trazas de ser material inflamable.
Cuidado con los intereses…
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