Marrakesh , 6 de Febrero de 1211 . El Khalifa Yaqub ben
Yusuf, a quien los cronistas castellanos llamaron
simplemente Miramamolin, nombre que no es sino la corrupción
del título de “amir al –mu’ minin”, que él prefería a
cualquier otro, era un joven de diecisiete años, penetrado
por el espiritu de la guerra santa contra los infieles.
De carácter irascible, pese a su corta edad se había hecho
con el poder tras suceder a su padre Yusuf II , y aspiraba a
mantener el Imperio Almohade que había sustituido en Al-Andalus
al de los Almorávides. El enemigo a batir era Alfonso VIII
de Castilla que ya en 1195, sufriera una dolorosa derrota en
Alarcos precisamente a manos de Yusuf II. Pensaba
Miramamolin , el nuevo emperador, que era el momento de dar
el definitivo golpe de gracia a los reinos cristianos
peninsulares, sumergidos en luchas internas y divididos por
rivalidades entre sí.
La salida de Marrakesh de su poderoso ejército, se hizo con
gran lentitud pese a la cólera del Khalifa que ardía en
deseos de entrar en la Península lo más rápido posible.
En el invierno de 1211, se palpa una profunda sensación de
peligro que trasciende a todas la monarquías cristianas –
Reino de Castilla, Reino de Navarra, Corona de Aragón, Reino
de León y Reino de Portugal - , y que unido al cansancio de
las largas y estériles querellas se tradujo en una tendencia
a unir fuerzas.
El rey Alfonso VIII convenció al Papa Inocencio III para que
proclamara la Santa Cruzada a fin de parar el impulso
almohade en la Península Ibérica. Surge entonces la figura
de Rodrigo Jiménez de Rada, a la sazón arzobispo de Toledo ,
hombre de gran cultura y de extraordinaria capacidad
política que se propuso alcanzar un doble objetivo:
conseguir la paz interior entre los reinos cristianos y
predicar la Cruzada por Francia, y en todas las iglesias de
Europa, animando a los creyentes a alistarse para la
contienda y creando una atmósfera de exaltación, propia de
las guerras religiosas.
Comenzaron a llegar a Toledo, con mucha antelación a la
fecha señalada, miles de cruzados procedentes de Italia,
Francia y Alemania, y al frente de ellos los obispos de tres
ciudades francesas: Narbona, Nantes y Burdeos. El espíritu
de lucha no difería gran cosa del que unos años antes
acompañara a Ricardo Corazón de León y a Felipe Augusto de
Francia en su expedición a Palestina. Los trovadores
acogieron con gran entusiasmo esta cruzada e Inocencio III,
instó por su parte a los reyes cristianos peninsulares, a
que olvidaran sus rencillas so pena de excomunión.
Toledo era un hervidero de gentes en la primavera de 1212.
La ciudad servía a la vez de cuartel general y de depósito
de las riquezas que se habían allegado, vaciando iglesias y
monasterios, para sostén del ejército. Día y noche
trabajaron los monederos para convertir el oro y la plata en
numerario con el cual pagar a los soldados.
Los cronistas castellanos estiman que, en la octava de
Pentecostés, cuando todavía no habían venido los aragoneses,
estaban reunidos ya 70.000 hombres y que luego este número
fue creciendo en proporciones notables. Los cronistas
musulmanes afirman, por su parte, que Miramamolin había
reunido 250.000 soldados. Ningún crédito podemos dar a las
cifras de uno y otro bando, pero dos hechos parecen
indudables: que nunca se habían enfrentado en el campo de
batalla ejércitos tan grandes y que la superioridad numérica
estaba a favor de los almohades.
Los cristianos salieron de Toledo el 20 de Junio. Iban
divididos en tres cuerpos. Delante los cruzados extranjeros
a las órdenes de Diego López de Haro, señor de Vizcaya, las
Órdenes militares : Santiago, Calatrava, Temple y San
Juan(Malta), detrás los catalanes y aragoneses que mandaba
Pedro II; en retaguardia las tropas castellanas de Alfonso
VIII. Los reyes de León , Alfonso IX, y de Portugal, Alfonso
II, no acudieron a la cita, pero sí sus caballeros. Dos días
más tarde, los almohades iniciaban también su avance desde
Sevilla. La marcha de ambos conjuntos era lentísima, porque
ninguno de los dos bandos había resuelto la cuestión de los
aprovisionamientos.
El 24 de Junio los cruzados tomaban al asalto Malagón y
daban muerte a todos sus defensores. Tres días más tarde
comenzaba el asedio de Calatrava, que se rindió el día 30 de
este mes. De acuerdo con la costumbre española, Alfonso VIII
otorgó a los defensores una capitulación que les permitió
retirarse indemnes con sus familias. Los cruzados
protestaron de esta benignidad que consideraban incompatible
con el espiritu de la guerra santa. Se sentían defraudados
porque se les hurtaba el botin que esperaban. El 2 de Julio
decidieron abandonar el ejército y regresaron a su país,
cometiendo al paso numerosos actos de violencia sobre las
poblaciones judías y cristianas.
La deserción de un contingente tan numeroso podía acarrear
gran quebranto. No fue así. Según parece, la ausencia de
extranjeros se tradujo en un beneficioso restablecimiento de
la disciplina. Castellanos, aragoneses y catalanes, con los
grupos de leoneses y de portugueses que crecían
constantemente, daban a la cruzada una tónica de monopolio
español. Además el 7 de Julio, cuando ya habían sido
conquistados Alarcos, Benavente, Piedrabuena y Caracuel,
llegaron las tropas de Navarra , con Sancho VII al frente.
Esta especie de gigante, “gallardo mas que un león” como le
llama el cronista inglés Roger de Hoveden, ejerció una
influencia tranquilizadora.
El día 12 , los almohades se encontraban en la ladera sur de
Sierra Morena en la zona de las Navas y ocupaban el paso de
La Losa. Hubo escaramuzas iniciales que sirvieron para
convencer a los cristianos de que sus posiciones eran
desfavorables y nos les permitían forzar el paso.
Pero el escenario en donde estaban desarrollándose las
operaciones era el camino normal desde la meseta al valle
del Guadalquivir, muy conocido de antiguo por los recueros y
los trashumantes. Un pastor – he ahí un buen apoyo para
posteriores leyendas de milagros- llamado Martin Halaja,
mostró al rey el camino por donde , monte a través, se podía
rodear las posiciones musulmanas y colocarse al otro lado de
la cordillera.
Diego López de Haro y García Romeu, vasallo de Pedro II,
recorrieron sin impedimento este camino hasta salir al lugar
denominado Mesa del Rey. Era el 14 de Julio. Las restantes
tropas les siguieron hasta reunirse obligando al enemigo a
cambiar su frente. Los cristianos ganaron todo el día 15,
sin avenirse a entablar combate.
En la madrugada del 16 de Julio, tras haber preparado
moralmente con comuniones y oraciones, en la forma
acostumbrada, los cristianos adoptaron su formación de
combate: Alfonso VIII estaba en el centro, según le
correspondía; Pedro II tenía su izquierda y Sancho VII la
derecha, reforzada por las milicias concejiles castellanas.
En punta de vanguardia estaba Diego López de Haro, y detrás
de él Gonzalo Nuñez de Lara, con la caballería de las
Ordenes Militares.
En el campo contrario, el khalifa ocupaba, en retaguardia
una tienda roja bien visible, rodeada por su guardia negra,
a cuyos miembros se había atado con cadenas para que no
pudiesen huir. El grueso formaba una sola linea y la
vanguardia era ligera y formada por voluntarios de la fe,
milicias dotadas de gran valor.
Los cronistas y documentos medievales llaman a esta batalla
indistintamente de Las Navas de Tolosa, del Muradal o de
Ùbeda. Julio González, el mejor especialista de esta
materia, piensa que tuvo lugar en las inmediaciones del
pueblo actual de Santa Elena. Los musulmanes la plantearon
como repetición simple de la de Alarcos, pero esta vez el
número no jugaba tanto a su favor. En la primera embestida,
los cristianos hicieron saltar la vanguardia, e hicieron
brecha en el grueso de las fuerzas enemigas. El khalifa
lanzó entonces sus reservas de un solo golpe, detuvo el
avance, y causó desconcierto en las tropas cristianas. Pero
Alfonso VIII no había empleado aún su poderosa retaguardia.
Pudo ser en este momento cuando pronunció las frases que
recoge la Crónica sobre “vencer o morir en la demanda”.
Mandando en persona su reserva, se lanzó al ataque y
destruyó a los almohades que emprendieron la fuga.
Miramamolin tuvo que abandonar su tienda desde donde dirigía
a sus hombres, y a uña de caballo se refugió en la ciudad de
Baeza.
Otra versión, bastante verosímil, pues se contiene en una
carta que Blanca de Castilla, la madre de San Luis, rey de
Francia dirigió a Blanca de Champagne, hermana de Sancho VII
el Fuerte, atribuye a éste la acción decisiva, con el acto
de valor de saltar por encima de las cadenas de la guardia
negra que protegía al Khalifa. Las pérdidas almohades fueron
cuantiosas a causa de la desbandada que se produjo, pero no
hay posibilidad de cifrarlas.
En los primeros meses después de la batalla no se
percibieron las consecuencias que del desastre se derivarían
para el Islam. Este parecía, por el contrario, en
condiciones de resistir. Persiguiendo a los vencidos, los
cristianos irrumpieron en el alto Guadalquivir, apoderàndose
de Ferral, Baños de la Encina, Tolosa y Vilches. Baeza,
abandonada por sus habitantes, fue incendiada. Úbeda, tomada
al asalto el 23 de Julio, se convirtió en un montón de
ruinas. Pero después de estos éxitos iniciales y porque
comenzaba a manifestarse en el ejército una epidemia de
disentería, Alfonso VIII ordenó emprender la retirada a la
base de partida. Dos años más tarde, en Septiembre de 1214
moría el que pasaría a la historia con el sobrenombre de
Alfonso el de las Navas. El destino casi unió a todos los
contendientes. Pedro II de Aragón murió al año siguiente de
la contienda, en 2013, luchando contra los albigenses en el
sitio del castillo de Muret; Miramamolin se retiró a
Marrakesh y allí parece que fue envenenado sólo dos años
después de la terrible derrota. Sólo Sancho VII de Navarra,
les sobrevivió 22 años, muriendo en 1234.
Con la perspectiva histórica de ocho siglos desde que
transcurrió la batalla de las Navas de Tolosa, hay que
matizar sobre su significado en el ámbito de la Reconquista
cristiana a la altura del segundo decenio del siglo XIII.
Para los contemporáneos, la contienda librada el 16 de Julio
de 1212 supuso “un antes y un después” que marcaba la caída
del Imperio Almohade y , por tanto, de Al- Andalus, así como
la salvación para Europa de caer en manos musulmanas.
En realidad, el Imperio Almohade sobrevivió una década y
mucho más en el caso de Al –Andalus y, ciertamente, la
victoria cristiana no supuso más para Europa que el triunfo
musulmán en Alarcos (1195). Pero queda claro que al octavo
de los Alfonsos se debe el haber abatido para siempre el
poderío almohade y acabar con la lucha por el control del
territorio comprendido entre el Valle del Tajo y Sierra
Morena, quedando esta última como frontera natural de
Castilla con los reinos musulmanes peninsulares.
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