Fechas atrás, contaba yo que me
había tropezado con Francisco Márquez en la calle. Y
que nos pusimos a charlar sin apenas introducción. Le
prometí callarme lo primero que se le ocurrió decirme.
Porque me lo dijo tan airado como de manera indirecta.
Aunque, desde entonces, he aprovechado algunos momentos para
meditar sobre las palabras del diputado, hasta llegar a la
siguiente conclusión: es posible que el alcalde de esta
ciudad haya perdido gran parte del predicamento que gozaba
en la calle Génova.
Digo que es posible, puesto que se trata de una
interpretación, y no querría yo que se le adjudicara a
Márquez algo que él no ha dicho taxativamente. Ni por asomo.
Quede claro, pues, la cuestión. Pero como a uno le gusta
pensar, por más que esté convencido de que hacerlo no añade
fruición al vivir -si bien para mí es mejor actividad que
sentarme ante el televisor porque sí-, tardé poco tiempo en
deducir que la forma de ser y de actuar de Vivas ha dejado
de despertar interés entre los suyos, a escala nacional.
Lo cual es algo normal. Sobre todo cuando se trata de una
persona que ha estado ganando elecciones tras elecciones y
por mayorías absolutas. Ocurre en todas las facetas de la
vida: la gente acaba por aburrirse de ver a los ganadores
disfrutando de éxitos ininterrumpidos. Y es entonces cuando
principian a ver de qué manera se le puede ir menoscabando
sus acciones para que su continuidad en el machito se haga
insoportable.
La llegada de la crisis, esa que se ha convertido en
pandemia económica, ha sido la excusa para que en Madrid se
esté mirando con lupa la tarea hasta ahora realizada por un
alcalde otrora tildado de lumbrera. Un alcalde del cual no
me cansaré de decir que ha vivido sus mejores años bajo el
paraguas del Gobierno socialista. Y esa manera de proceder,
de la noche a la mañana, por parte de sus compañeros tan
principales, debe haber influido negativamente en el ánimo
de un político acostumbrado a vivir entre halagos, lisonjas
y loas que le han permitido hacer acopio de estima hasta
creerse a pies juntillas que era el no va más. Es decir, la
caraba. El colmo de los buenos políticos. O sea…
Lo que piensa Madrid, sin duda alguna, lo ha expresado muy
bien Francisco Márquez: que ha llegado como mensajero del
Gobierno para decirnos que las autonomías han dilapidado
todos lo dineros habidos y por haber. Y ha hecho hincapié en
que se va a perseguir a los responsables de los desmanes
para que den explicaciones. Porque es tiempo de pedir
responsabilidades a los expoliadores. Y no ha tenido ningún
inconveniente en entonar sus culpas. Las que procedan.
Luego, ha cogido, como hacen siempre los políticos cuando
vienen mal dadas, por la calle de en medio del patriotismo y
otras añagazas sensibleras. Que son tan admirables como
incapaces de llenar estómagos.
En cambio, ha dejado una duda en el aire: ¿será verdad que
el alcalde está deseando que le abran una puerta de acceso a
la comodidad para darse el piro? ¿Será verdad que el alcalde
está lampando por salir de naja? Aunque esas interrogantes
se podrían rebatir así: los ceutíes, aunque hayan ido
perdiendo la fe en su alcalde, siempre llevado bajo palio,
son conscientes de que no hay nadie que puede vestir el
cargo como él. Por ahora. A no ser, dicen los más entendidos
en comportamientos humanos, que Márquez diera el paso
adelante y se pusiera a Ceuta por montera.
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