Paso parte de la mañana del
miércoles frente al televisor viendo y oyendo a Mariano
Rajoy discursear en el Parlamento acerca del conjunto de
medidas que serán aprobadas para cumplir con las exigencias
de consolidación fiscal impuestas por Bruselas.
A quien ha estado durante seis meses dando camballadas
políticas, similares a cualquier borracho inexperto, la
bancada popular lo aclama cual si estuviera enumerando los
mejores logros jamás alcanzados por gobierno alguno. Gritan
los populares, auténtica claque dirigida por la diminuta
pero más que astuta y sibilina Soraya Sáenz de Santamaría,
hurras a un Rajoy que en esos momentos demuestra que no
puede ser líder quien no tiene capacidad y sensibilidad para
hacerse cargo del estado de ánimo del otro.
Porque el otro, verbigracia, muchos parados, no te puede
sentir próximo si le dices que le quitarás gran parte de las
prestaciones económicas para que se decida a buscar trabajo.
Cuando antes no has tenido el menor inconveniente en
propalar que tardará su tiempo, mucho tiempo, para que se
pueda generar empleo en España.
Semejante contradicción, me permite asegurar que muchos
parados se habrán acordado de todos los muertos de Rajoy y
le habrán jurado, además, odio eterno. Odio eterno merecido
a quien, como líder, está obligado a cambiar el estado de
ánimo a los más desfavorecidos, incluso en los peores
momentos, de negativo a positivo o de positivo a más
positivo.
A mi edad, cuando ya casi todo me importa nada y menos,
sería absurdo que yo creyera que no hay parados de larga
duración que han despreciado empleos. Pero son los menos. Ya
que toda la desgracia de los hombres proviene de una sola
cosa, que es el no saber permanecer en reposo en una
habitación. Lo dijo nada menos que Pascal, Y remató
la faena Voltaire: “El hombre ha nacido para la
acción, como el fuego tiende hacia arriba y la piedra hacia
abajo. Para el hombre, no estar ocupado y no existir es la
misma cosa”.
Por tal motivo, no es fácil ser hombre cuando se está
parado. Y no es fácil sobre todo cuando se sabe que existe
el pánico de los parados. Y es que el hombre privado de
trabajo experimenta una angustia existencial. No solamente
culpa a la sociedad que le ha arrebatado la posibilidad de
ganarse la vida, sino que también duda de sí mismo, de su
capacidad. He repetido hasta la saciedad, por haberlo
vivido, que un hombre sin trabajo va de un lado a otro por
la casa como un perro abandonado. Y sale de casa cada día a
la búsqueda de empleo. De cualquier empleo… Y vive
angustiado. Es más: un varón sin trabajo se siente casi
emasculado.
En fin, para qué seguir hablando de una situación
desesperada y desconocida por todas esas personas que nos
están gobernando. Carentes de la sensibilidad necesaria para
abstenerse de aplaudir a alguien que anuncia como si tal
cosa un conjunto de medidas encaminadas a empobrecer a
millones de familias. A un tipo que se refiere a los parados
como si fueran los culpables de la ruina económica a la que
nos han conducido los políticos corruptos por estar al
servicio de los bancos inversores y de los bancos
comerciales que han vendido, a sabiendas, “productos
complejos a gente sin conocimientos”. Rajoy, más que
ovaciones, mereció muestras de desagrado. O bien silencio
sepulcral.
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