Destroza la leyenda del Códex Calixtinus el que haya sido un
ex-trabajador despedido de la Catedral del Apóstol, polo de
la cristiandad, el que le echó el guante para desazón de
todos los grupos policiales de patrimonio de Europa? En
verdad no resulta tan espirtual la historia del
electricista, su señora esposa, el hijo y la novia
compinchados en el golpe y el Códice guardado en una bolsa
de plástico, esperando sin duda el mejor postor y que el
ladrón fuera detenido, porque ese tipo de robos “así no se
hacen”. La historia continuará porque falta saber y aclarar
las razones por las que sustrajo la obra del siglo XII y no
otra distinta, menos cantosa e infinitamente más vendible,
aunque por lógica a menor precio ya que bibliófilos y
coleccionistas de libros antiguos no abundan en la
actualidad.
Los hay desperdigados por Occidente y los inevitables chinos
y japoneses que quieren llevarse el máximo de arte sacro
occidental para sus museos y colecciones privadas, pero
coleccionistas particulares europeos capaces de gozar de la
capacidad adquisitiva para adquirir una obra de tamaña
envergadura hay muy pocos. De nivel mediano hay cientos,
comenzando por las bibliotecas de cualquier universidad
americana, canadiense o australiana, pero compradores
millonarios hay muy pocos. Y que compren robados y pasen a
pertenecer a la categoría de receptadores, con los
consiguientes riesgos, menos aún. Los grandes ladrones de
leyenda, expertos en arte y capaces incluso de meterse a
restaurar las obras robadas, se acabaron hace mucho tiempo.
Si lo investigan verán que los robos de ahora son tipo
atraco cómo ha pasado en algún museo del norte de Europa, o
tipo “descuido” donde se roba sin saber el valor exacto
aunque se presume que la pieza “vale”, o el robo garrulo de
entrar a robar la talla sin saber que es una réplica y el
caco se va arramplando con el cepillo de la limosna de los
pobres y encima hace destrozos porque actua en plan bestia.
En el caso del robo de esta guía mágica del Camino de
Santiago, superviviente y testigo de cuantos avatares ha
padecido nuestra piel de toro, el Códex “merecía” haber
sufrido un robo legendario de bello significado y haber sido
descubierto en manos de algún caballero de una orden
mistérica, celosamente envuelto en terciopelo carmesí,
descansando sobre un atril de palo de rosa e iluminado por
cirios ensartados en hacheros góticos de hierro forjado.
Y con alguna talla románica, a ser posible, de por medio,
con sus rígidos pliegues, los pies bien juntitos mirando al
frente, el Niño en majestad y la Madre con expresión
absolutamente hierática ¡No me hablen del románico y el
gótico que lo he estado estudiando 28 años y me pierdo! Por
eso el robo tiene todas las circunstancias agravantes y hay
que castigar con dureza al electricista y a su banda de
catetos, porque agravante es robar el Calixtino, sueño de
los museos del mundo entero, y guardarlo en una bolsa de
plástico y hacerlo de una forma tan vulgar, tan desprovista
de misticismo y por tanto de una manera que roza aún más en
el sacrilegio.
El ladrón se ha puesto en contra a toda la Cristiandad, a
las antiguas Ordenes de Caballería, a los de la Rosacruz que
tienen muy mala baba, a los temibles y alocados Esenios con
sus abracadabrantes hechicerías y sus famosos “males de ojo”
e incluso a los Illuminatis que con toda la mala leche que
tienen hubieran querido agarrar el Códex para reciclarlo en
grimorio. No lo merecía, nuestro maravilloso Calixtinus
merecía otra cosa. Mucho más mágica...
|