En periodo de persistente
inseguridad y de grandes crisis, como el momento que vivimos
actualmente, el cooperativismo es una salida. Pienso que el
papel de las cooperativas, concebidas bajo el distintivo de
la autoayuda y la autorresponsabilidad, los valores
democráticos y la solidaridad entre sus miembros, son
verdaderamente piezas fundamentales que contribuyen a que
avancemos socialmente. Subrayar los valores cooperativistas,
tan olvidados en la maquinaria productiva actual, como son
la honestidad, la transparencia, el compromiso y la vocación
social. Desde luego, hacen falta personas en el mundo que se
unan voluntariamente para satisfacer sus necesidades y sus
aspiraciones, trabajando en común, mediante empresas de
propiedad conjunta y gestión democrática.
La verdadera filosofía del cooperativismo apuesta por una
sociedad integrada e integradora. Las sociedades no se
pueden construir, como se viene haciendo a través del tejido
empresarial capitalista, desde una perspectiva insolidaria y
sobre la base de una exclusión galopante. Por consiguiente,
ha llegado el momento de motivar otro desarrollo más justo,
que tenga como objetivo prioritario garantizar, no tanto la
producción, y sí la garantía de que todos los seres humanos
tengan iguales oportunidades, haciendo los esfuerzos y
sacrificios necesarios. De nada sirve que 2012 sea bautizado
como el año internacional de las cooperativas, y que el
siete de julio, celebremos el día internacional de las
cooperativas, si en lugar de aumentar la conciencia
cooperativista, seguimos acrecentando la conciencia del
lucro insolidario, de la productividad interesada en favor
de unos pocos, en lugar del interés por la comunidad.
Los principios cooperativos son pautas para servir mejor al
ser humano y a todos los seres humanos. Sin embargo, la
miseria del mundo surge por la falta de justicia social, por
una economía degradada que no entiende de personas, por unos
poderes inapropiados para repartir los recursos. Por eso, el
cooperativismo, aparte de ser una salida a la crisis, es una
lección de cambio para el mundo. Las cooperativas son
organizaciones abiertas, donde los socios contribuyen
equitativamente al capital de sus cooperativas, funcionando
como motores de crecimiento colectivo. Sin duda, el modelo
cooperativista permite que la humanidad coopere entre sí y,
en consecuencia, se humanice mucho más el espíritu
cooperante, además de permitir que los jóvenes creen y
gestionen empresas sostenibles.
Con un espíritu igualitario, de colaboración en la adopción
de decisiones y de implicación, más allá del afán comercial,
las cooperativas son un ejemplo de responsabilidad social.
Solamente, desde esta cooperación, podremos levantar un
mundo más libre, donde el trabajo sea realmente un camino de
liberación, y no un invento de los poderosos para hacerse
más ricos. El trabajo debe siempre elevar a la persona en su
dignidad y no degradarla nunca. Hoy todo se basa en la
ganancia, en el beneficio como sea, y esto corre el riesgo
de destruir humanidad y crear más pobreza. El cooperativismo
es un factor más positivo, produce un crecimiento más
colectivo, extensible a todos y con un horizonte más allá de
la mera lógica mercantil, puesto que está ordenada su
actividad a la consecución del bien común.
De todos es sabido la gran labor de las cooperativas en el
sector agrícola, en los pequeños agricultores, difundiendo
sus conocimientos y buenas prácticas. Asimismo, en el sector
de la energía, las cooperativas siempre han impulsado
energía no contaminante, por su mayor atención a las
preocupaciones sociales, ambientales y éticas, que al
desvelo por los dividendos. Su éxito ha sido un avance
social sin precedentes, puesto que han contribuido a impedir
que muchas familias y pueblos caigan en la indigencia, y,
por otra parte, han ayudado a fomentar los valores de
espíritu democrático. En vista de los buenos resultados,
siempre será poco, el aliento que den los gobiernos para
avivar la constitución y el crecimiento de las cooperativas.
No releguemos la evidencia, el mundo corre el riesgo de
perder una generación sino se enfrenta con urgencia a la
crisis de empleo juvenil.
Sepamos que cuando hablamos de las cooperativas de trabajo,
no se habla de crear puestos de trabajo, sino de crear
medios de vida para una colectividad, donde entran todas las
generaciones. Este es un momento oportuno para las alianzas
entre cooperativas, y acrecentar de este modo, una economía
solidaria mundial. El cooperativismo se apoya en valores y
en una gobernanza participativa. Conviene, por tanto,
elaborar un criterio de discernimiento verdadero, pues se
nota un cierto abuso del adjetivo ético, hasta el punto de
hacer pasar por actuaciones morales, decisiones contrarias a
la justicia y al auténtico desarrollo del ser humano. Es
preciso, pues, madurar una conciencia solidaria vinculante
que, considere a las empresas cooperativas como una
auténtica reactivación humana, mientras multitud de
personas, de todo el mundo, piden una democracia real ante
las desigualdades del mundo motivadas, en parte, por sus
sistemas productivos antisociales.
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