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OPINIÓN - DOMINGO, 1 DE JULIO DE 2012

 
OPINIÓN / ANÁLISIS

Empleados públicos: la que se avecina

Por Juan Merino


A pesar de que el portavoz Guillermo Martínez trate de desmentir rumores, los sindicatos están ya ojo avizor. Como diría un castizo, están más “mosqueados” que un pavo en Nochebuena. Lo peor es que no se trata de una broma, ni son rumores ni leyendas urbanas. Un simple ejemplo es la voluntad de privatizar AMGEVICESA y que lleva consigo aligerar el personal, es decir, ni más ni menos que prescindir de personal. La empresa privada interesada (primero era una de Sevilla y ahora una de Madrid), no está por la labor de asumir a los 120 trabajadores y ha puesto, como requisito “sinne qua non” que el trabajo sucio se le haga antes de asumir esta empresa. Una liquidación que lleva consigo, bien que lo saben aquéllos que dicen que no hay que alarmar, prescindir de personal.

Se habla incluso que el Gobierno de la nación -una más de Mariano Rajoy- prepara un Real Decreto para imponer que las empresas públicas deficitarias sean “prescindibles” (como ahora se dice en plan fino), lo que conlleva no pocos dramas familiares y mucha más gente al paro. Los sindicatos manejan a nivel local un porcentaje concreto: el 16% de trabajadores a la calle, en virtud de un hecho: para una población de 82.000 habitantes los 2.100 trabajadores públicos (1.300 del Ayuntamiento y 800 de empresas municipales), son un lastre excesivo en tiempos de crisis.

Lo peor de este galimatías economico-político es que, quienes provocaron la crisis con sus despilfarros y mala gestión, se autoproclaman ahora salvadores de un problema que generaron ellos mismos, engañando a todos, diciendo que había superavit cuando era mentira, desmintiendo la mala situación financiera cuando refinanciaban con préstamos las deudas, cuando encargaban servicios y luego no los abonaban, cuando fueron capaces de generar nada menos que la friolera de 45 millones de euros sin consignación presupuestaria. Nadie ha dimitido, y ahora, recurren para salvar su desastrosa gestión a un ejercicio de cinismo para refugiarse en la crisis como si se tratara de un mal inevitable y con ellos no fuera nada. El rebote de los sindicatos es claro: sufren esta situación y son víctimas de ella quienes no la generaron, de quienes acumularon un sinfín de actuaciones negligentes, justificándose ahora en la “bonanza económica” cuando debían decir “la irresponsabilidad política de despilfarro” y el engaño permanente.

Ya se escuchan frases como ésta: “Mi familia no se va a quedar sin comer”. ¿Qué quiere decir esto? Pues sencillamente que la que se avecina es buena, gorda, tremenda, crítica y de dimensiones incalculables. Poner gente en la calle no es una frivolidad ni un ejercicio más de carácter burocrático; es cambiarle la vida, a peor, para mal, a mucha gente que intentará defenderse, de una u otra forma.

Cuando en el discurrir de la vida cotidiana, un contrato te vincula con unos derechos y unas obligaciones, los políticos campan por sus anchas y, sin el menor rubor, cometen verdaderas felonías sin inmutarse. No se hacen responsables absolutamente de nada, de ninguna de sus decisiones. En la vida cotidiana, cualquier tipo de incumplimiento contractual supone una penalización, hay que pagar por ello. Pues bien, los políticos, se creen impúnes y hacen y deshacen a su antojo, sin problemas porque se saben seguros y, luego lo justifican todo con palabras huecas y comportamientos vergonzosos.

Sabedores que el ciudadano nada más que dicta sentencia cada cuatro años, ponen al mal tiempo buena cara, conscientes que cuatro años pueden ser una eternidad ahora, aunque de por medio, también hay movilizaciones, huelgas y demás signos de protesta.

La crueldad de la situación, los intentos de desmentidos sobre la “rumorología” como hacia ayer el Portavoz del Gobierno, no es creíble porque si de algo adolecen los políticos es, precisamente, de credibilidad. Y bien es cierto que esos rumores a los que trata de anular Guillermo Martínez se han ido confirmando hasta ahora, uno a uno. Por ello, no tenemos que pensar que ahora cambiarán las cosas. De momento, para las medidas más duras, nos citamos para septiembre. Veremos.
 

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