El país en la ruina. Las empresas
privadas siguen echando gente. El empleo nuevo es escaso y
mal remunerado. Las rebajas de salarios se han convertido en
una constante. Los funcionarios, antes intocables, andan con
la mosca detrás de la oreja. ¿Qué son tiempos de apretarse
el cinturón? ¿Quién lo duda?
De pronto, oigo una voz principesca por el televisor, que
nos dice con alegría contenida, tras las medidas de
urgencias adoptadas en Bruselas, que los españoles siempre
hemos sabido salir de situaciones peores, unidos como una
piña en torno a quien nos guía… Sólo le ha faltado decir que
debemos sobrellevar las privaciones con resignación
cristiana, que después de esta noche vendrá el día y, como
dice san Juan de la Cruz, “amanecerá Dios y medraremos”.
Mientras llega ese día soñado, donde el número de parados
remita, y el número de pobres vaya a menos, el fútbol y la
murmuración cumplen con su meritoria labor social de
entretener e ilusionar a los españoles.
Hay hambre, Cáritas no da abasto, la clase media se está
perdiendo a pasos agigantados, nuestro Estado de Bienestar
Social adelgaza sin solución de continuidad, aumenta el
egoísmo y la convivencia se va deteriorando, pero los
españoles tenemos lo principal: una selección española que
no nos la merecemos. Y, por encima de todo, contamos con
algo excepcional: algo de lo que carecen las demás
selecciones: tenemos a Iker Casillas, el enviado por
la Providencia, que nos asegura la victoria frente a Italia.
De modo y manera que tanto El Príncipe -don Felipe-
como Mariano Rajoy estarán ya en Donetsk (Ucrania)
para disfrutar de esa victoria que les hará sentirse los
personajes más importantes de una Europa donde Alemania
sigue siendo martillo y España yunque. Y así será hasta que
la señora Merkel se desengañe que su plan de
austeridad no es posible llevarlo con esa contundencia
calvinista. Una actitud que, a pesar del trágala de la
última reunión, parece estar muy lejos de adoptar.
España, que sigue siendo la más religiosa de las naciones a
su manera, como asimismo estirpe de santos y de héroes, ha
encontrado en el portero del Madrid su divino deportista. La
perfección convertida en guardameta. La sublimidad con
guantes. El ángel alado capaz de volar de palo a palo para
que los españoles más pobres sigan aguantando las mayores
carencias con el estoicismo que se les reclama por parte de
unas autoridades que ganan sueldos fabulosos y son incapaces
de sacarnos del atolladero en el cual nos metieron al dejar
que los grandes capitales hicieran de su capa un sayo
mientras ellos mangaban y trincaban a troche y moche.
De modo que uno, que no es muy dado a cantar las excelencias
de nadie, si en el envite no se resaltan también sus fallos
–pues nadie es perfecto-, desea más que nunca que el santo,
es decir, Casillas, intervenga de manera decisiva en los
momentos en que los italianos pudieran aguarnos la fiesta.
Ya que ganar la final de la Eurocopa, además de la proeza,
supone mucho para España. Supone, sin duda alguna, que las
penalidades que están sufriendo innumerables españoles sean
más llevaderas. Ya que el fútbol obra milagros. Esperamos,
pues, que gane nuestra selección. Y, para que la explosión
de júbilo dure una eternidad, ojalá sea en la tanda de
penaltis. Y que el santo los pare todos. Amén.
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