Españoles, italianos, portugueses
y alemanes están viviendo una semana especial. Ya que sus
respectivas selecciones nacionales de fútbol van a
enfrentarse para llegar a la final de la Eurocopa. Incluso a
quienes el fútbol les hace poco tilín estarán atentos a
cuanto suceda de aquí a entonces. Y qué decir de lo que
viene después: una final en la que se tiene a la Roja como
segura participante y ganadora de tan grande acontecimiento.
Cuando se habla de la gran fiesta futbolística europea,
dudar de la selección española es exponerse a sufrir un
chaparrón de improperios. Pues existe una fe ciega en los
jugadores, debido a que han dado muestras evidentes de
merecerla. No en vano son campeones de Europa y del Mundo. Y
ya se sabe que no hay dos sin tres.
La crisis económica europea no ha impedido que los campos se
hayan llenado de aficionados ávidos de festejar los triunfos
de su equipo. Dado el abarrote registrado en los estadios,
salvo excepciones aisladas, uno tiende a pensar que, ante
semejante ostentación, la señora Merkel crea
conveniente seguir apretándoles las clavijas a los países
socios catalogados como PIGS. De los que forman parte
fundamental, según la gobernanta alemana, portugueses,
españoles e italianos.
Por lo tanto, a países así, con ciudadanos derrochadores de
los dineros de la Comunidad Europea, y que además se pasan
la mayor parte del tiempo tumbados a la bartola, convendría
privarles de cualquier éxito deportivo que les diera alas
para sacar pecho. Lo cual sería contraproducente para
cumplir con el plan establecido: bajarles los humos en todos
los sentidos a quienes hayan cometido el desatino de querer
vivir a costa de la laboriosidad del pueblo alemán. Cuya
selección, en justicia, la de la señora Merkel, por
supuesto, tendría que proclamarse campeona.
Con Francia e Inglaterra fuera de la competición, los
alemanes, que andan jugando muy bien –con Khedira
esplendoroso y Özil en estado de gracia-, temen que
la Roja les amargue la fiesta. Pues está formada por un
grupo de bajitos capaces de darle sopas con honda al
mismísimo lucero del alba.
Los alemanes suspiran porque la Roja tenga un mal día, uno
de esos días tan grises como tuvo contra los franceses,
donde hasta Xavi Hernández parecía un cualquiera.
Pero de los franceses, desde que gobierna Hollande,
Merkel ya sabía que no se podía esperar nada.
En cambio, los alemanes confían tanto como desean
fervientemente que Portugal, dirigida por Cristiano Ronaldo,
tan extraordinario futbolista como para que los jugadores de
la Roja pierdan el oremus, elimine a los españoles. Pues
consideran que les sería menos complicado derrotar a CR y
diez portugueses más que hacerlo con los bajitos del
Barcelona y un portero del Madrid que, según los
periodistas, acumula ya méritos suficientes para
beatificarle. Primer paso para que pueda ser santificado.
Mientras, parece ser que los italianos no cuentan. Quizá
porque Balloteli, corpulento de carácter irascible e
inestable, no es Roberto Baggio ni mucho menos
Filippo Inzaghi. Aunque viendo como está Andrea Pirlo,
uno se guardaría muy bien de perderles la cara a los azules.
Lo de Pirlo, frente a los ingleses, fue de sombrerazo. Con
tal regista –director de juego-, cabe hasta un milagro.
Traumatizar a la señora Merkel. O sea.
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