Llega acompañada del verano.
Comienza éste y se lleva a cabo esa prueba que tiene
atormentados a padres y a hijos, desde la Semana Santa, por
lo menos.
Lo bueno que aporta la selectividad es que los que la
superan, que suelen ser más del 80%, entran en un terreno en
el que lo único real que existe es la ilusión, una ilusión
de poder elegir tu futuro, aunque ese futuro esté lleno de
incógnitas.
Además y para más de un mes, la selectividad, al menos para
un par de meses, aporta tiempo de calor y de poder disfrutar
de la playa o de la sierra, según los gustos.
Y por último, aunque esto sea más doloroso, la selectividad
lleva a docenas de chavales jóvenes lejos de ese centro en
el que, desde niños, se fueron haciendo hombrecitos.
Muchos puntos, pues, convergen en unas pruebas a las que se
denominan, simplemente, selectividad.
Y llegada la hora, después de valorar todo lo que hemos
venido valorando, será bueno hacer algún tipo de comparación
de lo que es esta prueba para los jóvenes estudiantes de
nuestros días y lo que fueron otro tipo de pruebas para
estudiantes de hace una treintena de años o más.
Puestos en comparaciones, no me atrevo a decir cual es mejor
o cual fue peor, pero lo que sí puedo decir es que una
reválida de cuarto de bachillerato tenía más complicaciones,
era mucho más compleja y, por consiguiente, resultaba más
difícil, basta con mirar el % de aprobados en una o en otra
para darse cuenta de que algo tendría aquella que no tiene
esta para cerrar el paso, de la forma que cerraba, en tanto
que la selectividad casi siempre deja alguna puerta abierta.
Y he dicho la simple reválida de cuarto, pero podría haber
citado la de sexto o las pruebas que había que hacer para
saltar a la universidad, en aquellos planes de estudios.
Huelga seguir con comparaciones, lo difícil era difícil y lo
complicado que es esto habrá que aceptarlo con sus propias
complicaciones, hasta que llegue algún ministro que, no
sabremos en base a qué, cambiará la reja del cortijo y nos
pondrá alguna otra cosa de la que podamos hablar pero de la
que no sacaremos conclusiones fáciles, ni definitivas,
porque a su lado no habrá otra cosa por la que optar, sino
que habrá eso que haya y nada más que ello.
Y ahora, metidos en vacaciones, con el curso concluido ya,
quienes hicieron ya la selectividad de 2012 dejan el testigo
a aquellos otros que vienen detrás, a los que tengan que
hacerla en 2013 y que se encontrarán con la misma
problemática, con los mismos argumentos y con las mismas
preocupaciones. Todo igual salvo que a ellos les sucederá
todo esto un año más tarde.
La selectividad, vista desde la perspectiva de un docente,
con la “escasa” experiencia de 43 años impartiendo clases,
sin haber estado alejado nunca de las aulas, se ve como un
paso más en el camino de un estudiante, como un control sin
“barra libre” que es necesario y como una prueba que debe
justipreciar a cada estudiante para ser algo más que un solo
chico de instituto y con aspiraciones a más consecuciones en
el futuro.
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