Quien no ama la vida, no la
merece. Cuando uno no se quiere es imposible que pueda
querer a nadie. ¿Qué viene a ser este caminar, sino un breve
camino para amarse, para quererse, para vivir unidos y en
familia? Nuestra existencia es demasiado poética para
destruirla en un juego y destrozar su métrica. Todos los
momentos son para vivirlos como si fuese el último soplo que
nos quedase por latir. Por eso, hay que apostar fuerte
contra el uso indebido y el tráfico ilícito de drogas.
Precisamente, el 26 de junio de cada año, celebramos el día
internacional de esta lacra, que mata sin miramientos, con
una invitación a reflexionar colectivamente sobre el valor
del ser humano y su elección a tomar un estilo de vida
saludable.
En una sociedad sin drogas todo va a ser más fácil,
empezando por la misma convivencia y terminando por la
confianza en uno mismo. Desde luego, esta vida es
intolerable a no ser que el cuerpo y el espíritu vivan en
buena armonía, si no hay un equilibrio y un respeto,
difícilmente podremos experimentar la alegría de haber
vivido, descubriendo el amor que todos necesitamos. Ya lo
predijo Aristóteles al decir: “lo mejor es salir de la vida
como de una fiesta, ni sediento ni bebido”. Por desgracia,
lo característico de nuestros días es que el consumo de
drogas, sobre todo las sintéticas, va en aumento, injertando
numerosos riesgos para la salud de la propia especie humana.
Por tanto, estamos ante un problema social que a todos nos
afecta y que, entre todos, hemos de tomar soluciones.
La actual crisis no puede afectar a la atención de los
toxicómanos, son personas y, como tales, se merecen nuestro
auxilio. En consecuencia, el tratamiento de la toxicomanía
debería incluirse dentro de los servicios sanitarios
primarios y prioritarios en todo el planeta. Cualquiera de
nosotros podemos caer en las adicciones. Sabemos que las
drogas te las encuentras en cualquier esquina y que nadie
está libre de caer en sus garras. Ciertamente, los
adolescentes y los jóvenes son la población más vulnerable,
pero entre consumir o no consumir drogas, depende de una
decisión, que no siempre se hace con conciencia y pensando
en sus efectos.
Decir no a las drogas requiere muchos esfuerzos que no
siempre se brindan. Nuestra misión, la de los gobiernos e
instituciones, la de la ciudadanía, pasa por dar claves que
nos permiten querernos a nosotros mismos, para establecer un
control de nuestra existencia, y no permitir que nos dominen
las drogas. Esto requiere formación y apoyo, sobre todo a
los grupos de exclusión, y asegurarse de que reciben la
atención necesaria para superar los problemas que se le
presentan. El desasosiego y la pobreza, la inseguridad y el
abandono, la falta de futuro y el no saber qué hacer con su
vida, son el fermento para las adicciones. No olvidemos que,
en el fondo, son las relaciones con las personas, lo que da
sentido a nuestra vida.
La vida se compone de cosas pequeñas y casi nunca se trata
de realizar grandes hazañas. En el uso indebido de drogas
tampoco se precisan grandiosas gestas, es un problema que
puede evitarse, que puede tratarse y que puede controlarse,
siempre y cuando la sociedad esté unida en una causa común,
en la reducción de la demanda y de la oferta. A veces se
trata de que no se produzcan desviaciones de drogas de
fuentes lícitas a canales ilícitos. En otras ocasiones, será
cuestión de que se preste una mayor atención a la
prevención. Y en cualquier caso, los Estados han de cumplir
la ley para reducir el tráfico ilícito de drogas, que, sin
duda, acrecienta la delincuencia, la corrupción y la
inestabilidad de los países.
Se trata, en definitiva, de que todos asumamos nuestra
propia responsabilidad en la prevención y en la denuncia de
los hechos. El día que seamos capaces de reducir el número
de lugares peligrosos del mundo que acogen la producción, el
tráfico y el consumo, habremos dado un paso decisivo en el
desarrollo y en el fortalecimiento del estado de derecho. El
mundo tiene que ser más habitable, y por ende, más
saludable. Las drogas son una amenaza para el ser humano, no
en vano, el consumo de drogas inyectables es una de las
principales causas de la propagación del SIDA. También para
el medio ambiente. El cultivo de coca destruye vastas
extensiones de selvas y parques. Las mismas sustancias
químicas empleadas para producir la cocaína contamina los
ríos y las fuentes. El mismo comercio ilícito de drogas
también menoscaba la cohesión entre gobiernos. Por
consiguiente, resulta esencial reforzar nuestro compromiso
con la vida, con la salud y con los derechos humanos.
Sabemos que los verdaderos delincuentes son los traficantes
de drogas. Un mercado ilegal de drogas circula en foros,
blogs y webs de anuncios gratuitos. Son los cibernarcos que
se reproducen como las cucarachas en un hábitat cada día más
complejo. Los encargados de hacer cumplir la ley deberían
centrarse mucho más en estos tipos, y no en los
consumidores, que, al fin y al cabo, son víctimas de estas
bandas. No puede haber ciudades fuera de control. Las mafias
hay que detenerlas, mejor hoy que mañana. Tan importante
como la salud es la seguridad. No se puede seguir haciendo
caso omiso de la amenaza que esta delincuencia organizada
viene sembrando por el planeta, que el mundo es de quien
nace para vivirlo y no de quien sueña que puede aplastarlo.
Así, pues, no es preciso morir por nadie, sino vivir para
alegrarse juntos, con la misión de un trabajo conjunto;
primero para lograr detener a los “camellos” y, segundo,
para propiciar el acceso universal al tratamiento de la
drogodependencia con atención integral y ética.
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