LUNES 11.
Los lunes han tenido siempre mala fama. La depresión causada
por los lunes comienza, según dicen los deprimidos, en
cuanto el domingo se hace noche. Pues bien, a mí los lunes
sólo me parecían horribles cuando perdía el equipo de fútbol
del cual yo formaba parte. Este lunes, cuando está a punto
de fenecer, mi alegría no tiene límites. Porque he
disfrutado viendo a Rafa Nadal ganar su séptimo
Roland Garros. He disfrutado de lo lindo, a qué negarlo.
Tanto, que me he puesto a dar hurras como un poseso cuando
botó fuera de la pista la última bola del gran Novak
Djokovic. Mientras que los franceses seguían tragando
quina. Porque los franceses, aun reconociendo que he tenido
varios amigos extraordinarios, parisinos ellos, están de las
victorias de Nadal hasta los mismísimos. Se mueren de
envidia. Que no es más que un ataque de desánimo al ver al
mallorquín corriendo por las gradas como si fuera la primera
vez que ha ganado la Copa de los Mosqueteros. Pero son siete
las victorias obtenidas. Siete. Por si alguien lo ha
olvidado. Y el lunes, cuando aún me relamía de gusto por la
proeza del chaval de Manacor, llega el Madrid de baloncesto
y le propina una paliza al Barcelona. Con lunes así,
créanme, a mí no me importaría, un suponer, ponerme en
contra de quienes dicen que a María Dolores de Cospedal
le sienta tan mal la peineta y la mantilla, como les
sentaría un chándal a Burgos y a Ussía.
Martes. 12
Veo venir de lejos a esa hora vaga de mediodía, por la calle
Independencia, a Tomás Partida. Y decido pararme, a
la sombra, claro está, puesto que el calor empieza a dejarse
sentir, esperando a que Tomás llegue hasta donde yo estoy.
Con el fin de pasar unos minutos de cháchara con él. Ya que
llevaba mucho tiempo sin verle. Y, sobre todo, porque a mí
me agrada sobremanera intercambiar impresiones con un Tomás
que da la impresión de ser muy estirado entre quienes no
tienen la suerte de conocerle bien. Partida y yo siempre
acabamos charlando sobre los medios de comunicación. De cómo
están dirigidos o administrados, según nuestro modesto saber
y entender. Y a mí, cuando la conversación está ya a punto
de concluir, siempre se me ocurre recordarle que debería
reanudar sus publicaciones en los periódicos. Que a él se le
da muy bien la opinión. Pero, por lo que me responde y por
la expresión de su cara, deduzco que mi estimado Tomás no
tiene el menor interés en complicarse la existencia. Y menos
en los momentos actuales.
Miércoles. 13
Tras anunciar que en julio dejará la presidencia del Partido
Popular de Andalucía, Javier Arenas viene siendo
noticia todos los días. Se nos dice que Arenas Bocanegra le
cae muy mal a María Dolores de Cospedal y que ésta
hará todo lo que esté en sus manos para que Mariano Rajoy
no le dé cobijo en Madrid; se nos dice, también, que en
cuanto haya la menor oportunidad, el Niño Arenas –otro, como
Fernando Torres, que será niño hasta el fin de sus
días- volverá a ser ministro. Y, desde luego, los
columnistas afines a los populares han cantado las
excelencias de don Javier. Los más aduladores han sido
Ignacio Camacho y Antonio Burgos. Ambos no han
ahorrado expresiones y palabras favorables a su político
predilecto. Han dicho de él que es tipo curtido con
experiencia, leal, referente del partido, poseedor de una
labia capaz de venderle peines a los calvos y, además, que
tiene más que demostrada su enorme condición de intuitivo. Y
uno, que está siempre atento al menor fallo, confiesa estar
de acuerdo con todas cualidades que le han adjudicado al
Niño Arenas, excepto con la de intuidor. Pues Arenas, por si
ustedes no lo saben, cuando Teófila Martínez se
presentó como candidata a la alcaldía de Cádiz, hace ya un
montón de años, pronosticó que su compañera de partido no
tenía tirón electoral. Y qué decir de lo que pensaba, en su
momento, de Juan Vivas. Por consiguiente, Arenas será
bueno en muchas cosas; pero de intuición ha estado siempre
más que cortito, negado. Algo inexplicable, pero cierto. Y a
los hechos me remito.
Jueves. 14
Creo ver a Pepe Sillero saludándome desde su coche.
Pero tampoco podría asegurar que ha sido él. Mas pronto se
me ha venido a la cabeza lo que me dijo, días atrás,
mientras estábamos velando a un amigo. Le pregunté por sus
caminatas mañaneras. Y quise saber cuánto tiempo le venía
dedicando a hacer senderismo. Y su respuesta fue la
siguiente: desde que murió mi amigo, Pepe Ferrero,
apenas tengo ganas de ponerme el chándal. Lo echo mucho de
menos. Habíamos congeniado. Y todos los días salíamos a
hacer kilómetros. Así que teníamos tiempo más que suficiente
para poder charlar de cuanto se encartara a la par que
íbamos disfrutando del paisaje. No nos quedó ningún rincón
de Ceuta por conocer. Llegábamos hasta los sitios menos
hollados. Ahora, en cambio, en cuanto trato de salir a
caminar me vence la desgana. Motivada, por supuesto, por la
pérdida de Pepe Ferrero; la que me ha afectado más de lo que
nadie podría imaginarse.
Viernes. 15
Durante años, varios años, Antonio Francia y yo
fuimos vecinos en un edificio de la calle Delgado Serrano.
La vecindad hizo que se acrecentaran nuestras relaciones
amistosas surgidas apenas pocos días después de arribar yo a
Ceuta. Tolín, hipocorístico por el cual solíamos mencionarle
o dirigirnos a él sus amigos, era vitalista. Y, por tanto,
dispuesto siempre a vivir intensamente todo cuanto la vida
nos ofrece de ocio. En ocasiones, yo solía decirle, con algo
de guasa, que era el clásico hombre enamorado del amor. Y
Tolín se reía y me llevaba ya por los caminos de la
conversación que a él le venían mejor para darle rienda
suelta a sus anécdotas. Buen conversador, amable, y muy dado
a dejarse caer en ocasiones con algo más que ironía, anduvo
siempre dispuesto a dejarse ver en los medios. Le encantaba
el periodismo. Y, por supuesto, frecuentar a sus
profesionales. A quienes siempre atendió más que bien cuando
gozó de cargo en el Gobierno presidido por Jesús Fortes.
Últimamente, debido a su enfermedad, o bien porque yo salgo
menos, dejé de verlo. Su muerte, de la que me he enterado
hoy, me causa la tristeza consiguiente. Esa tristeza
inconfundible que nos produce la muerte de cualquier
persona. Y que se traduce en lágrimas cuando el fallecido es
amigo.
Sábado. 16
Los sábados son días especiales para mí. Libre de compromiso
alguno, salvo excepción, decido recorrerme el centro de la
ciudad. Lo suelo hacer despaciosamente, recreándome en la
suerte de lo que se llama callejear. Ejercicio que puede
durar casi una hora. Luego, si el calor aprieta, como sucede
hoy, busco refugio en mis lugares predilectos. Que son
varios. Con el fin de refrescarme el gaznate. En esta
ocasión, decido tomarme la cerveza en Casa Pedro´s. Y allí
coincido con Javier Prat. De quien no me canso de
repetir que le tengo ley. Tras saludarnos, nos ponemos a
conversar. Y lo hacemos durante un gran rato. De modo que
nos da tiempo a charlar de todo un poco. Javier Prat es un
tipo estupendo. Una persona excelente. Quien escribe tiene
motivos sobrados para calificarle más que bien. Y, por
tanto, cada vez que nos vemos es para mí motivo de alegría.
Sí, de una alegría que no me cansaré de airear.
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