Hoy ya no hay duda de que la mal
llamada “Primavera Árabe” del año pasado, aun inconclusa, ha
dado nuevos bríos al islamismo político de diferente género
que, paulatinamente y de forma progresiva, se está haciendo
con el poder en el región y en sus aledaños. Islamismo
político en plural, pues ésta ideología basada en el Islam
vive un proceso de maduración no exento de contradicciones,
discurriendo por estadios de evolución diferentes: dejada a
un lado y en general la vía de la violencia y el terrorismo,
el islamismo radical se ha ido atemperando en líneas
generales, buscando una expresión más política y legal. Son
los exitosos casos del AKP turco y del PJD marroquí,
formaciones neosalafistas que se han comprometido con el
juego democrático y que, aunque aun en evolución, han dado
señales inequívocas de respeto por las reglas del juego,
además de rechazar la sharía o ley islámica como única
fuente de derecho; en Túnez, el mismo Ennahda se revuelve en
búsqueda de un equilibrio mientras, de forma pasiva, tolera
de forma inquietante la actuación de bandas salafistas (“Son
nuestros niños”, aduce Rachid Ghannouchi, quien añade “todos
somos salfistas”) mientras en el mismo Egipto, el gran país
árabe cruzado por el Nilo, los mismos Hermanos Musulmanes
(al menos una parte mayoritaria de los mismos) actúan de
freno y contención contra el salafismo más virulento.
Lentamente, sí, pero hay indicios de que en el islamismo
(con la lección bien aprendida del FIS argelino en la década
de los noventa) van emergiendo señales que lo sitúan como
una fuerza más del entramado político de cada país, en
continua búsqueda de un capital de confianza que los
acredite puertas adentro y los legitime ante un expectante
Occidente. Y en ésta dirección, el salafismo radical pura y
llanamente sobra. O se renueva y reconvierte o kapput. Eso
lo saben bien en Marruecos ex presos inteligentes, como
Fizazi.
Solo en Túnez, país en el que tras la marcha del corrupto
autócrata Ben Alí a primeros de 2011 las espadas aun están
en alto, cuatro son las grandes corrientes del salafismo
extremista que pugnan por llevarse el gato al agua: en el
plano radical pero no violento estaría en primer lugar la
“dawaâ” base de la Yamaâ al Tabligh, organización sectaria
inicialmente pietista dedicada a la predicación y en cuyas
fuentes han bebido, antes de adoptar posturas más
extremistas, miles de activistas; un peldaño más arriba nos
encontramos a la Salafiya Ilmiya, centrada en “purificar” la
ideología islamista; a continuación, como en una pirámide,
vendría ya el extremismo violento de la Salafiya Yihadista,
con su legitimización de la violencia y el terrorismo, para
alcanzar un paroxismo en la Takfir wal Hégira (Expiración y
la Hégira), minoritaria y virulenta organización,
abiertamente rupturista, que busca erradicar sociedades
musulmanas enteras tachadas de impías. Mosaico éste el del
salafismo tunecino que, de alguna forma, podemos extrapolar
al resto del Magreb incluido obviamente el vecino Reino de
Marruecos, donde en el punto de mira del salafismo radical
se halla el Islam tradicional marroquí habitualmente
moderado, basado en el sufismo y el morabitismo. No es
casual que el salafismo en su conjunto choque con la
presencia de los morabos, contra los que centran sus
diatribas de palabra y obra: el mismo y venerado santuario
de Mulay Abdeslam se va viendo rodeado por un anillo de
mezquitas salafistas (que ya han desbordado los barrios de
las ciudades saltando al campo), las tumbas del Yebel Habib
(en la carretera a Larache, pasando Dar Chaoui) se han visto
recientemente violadas e incluso en Ceuta, elementos
tabligui asaltaron en su momento algunos de los venerados
morabos sitos en los alrededores de la ciudad, como bien
sabe la comunidad musulmana de la misma….
Y abordando ya la delicada (y peligrosa) deriva de Ceuta,
dos son las corrientes salafistas radicales que están
haciéndose poco a poco con la ciudad, ante las mismas
narices e impotencia de las autoridades y el asombro de la
mayoría de los ciudadanos musulmanes de la misma. Por un
lado y en la base de la pirámide está la Yamaâ al Tabligh,
el primer peldaño de la escalera de la islamización y que
cuenta con el beneplácito de las autoridades locales. A su
último y tercer encuentro en abril, disfrazado de Congreso
Islámico, acudieron centenares de islamistas venidos de
varias esquinas del mundo (asistieron más de mil doscientas
personas), convirtiendo a Ceuta por unos días en capital
virtual del radicalismo tablighi. Más aun: estos días la
organización madre local, UCIDCE (bajo férreo control del
Tabligh), ha seguido pese a la crisis chupando de las
subvenciones públicas, recibiendo la nada desdeñable
cantidad de ciento veinte mil euros para el “fomento de
actividades relacionadas con la religión musulmana”, es
decir de su particular visión del Islam... A la espesa secta
del Tabligh se ha ido uniendo en los últimos tiempos otros
peldaños, procedentes del salafismo extremista de Marruecos:
es el caso del presunto jeque Omar Haddouchi (o Hadushi), ex
detenido como ideólogo del salafismo yihadista (fue liberado
en febrero de éste año) y que, invitado por activistas
ceutíes, pronunció la “jotba” del pasado viernes 8 de junio
en la mezquita Yamaâ Tuwa de la barriada de Príncipe, una
escalada más en el proceso de islamización radical que acosa
a la ciudad en los últimos años. El tetuaní Haddouchi es uno
de los teóricos más incultos y virulentos del salafismo
radical, tanto que junto a su colega Hassan Kettani (éste
con un perfil mucho más culto) le fue prohibido
recientemente el acceso a Túnez.
¿Qué se puede hacer…? En primer lugar, no permitir el acceso
a territorio nacional a individuos que, por sus segados y
radicales planteamientos, son una amenaza directa para la
convivencia; en segundo lugar y tras las oportunas
investigaciones, realizadas con todas las garantías,
proceder a la expulsión ordenada a sus países de origen de
centenares (si no miles) de activistas emboscados cuyo
planteamiento del Islam tiene poco o nada que ver con
valores comunes plasmados en la Constitución; finalmente,
proceder a un barrido metódico de centros y lugares
vinculados al extremismo, a la vez que se garantiza la libre
circulación de personas e ideas en ciertos barrios de
nuestras ciudades (Ceuta la primera) en la que ya empiezan a
dejar sentir su ominosa presencia células de una incipiente
“policía religiosa”. Alemania nos acaba de marcar el camino:
así, en la madrugada del pasado jueves 14 de junio más de
mil agentes peinaron en una redada simultánea en 7 de los 16
estados más de setenta dependencias y viviendas de personas
próximas al salafismo radical, así como oratorios y
mezquitas en búsqueda de propaganda y conexiones con el
terrorismo islamista, mientras se estudian fórmulas legales
para prohibir ciertos grupos y organizaciones de ésta
referencia ideológica “por trabajar contra nuestro orden
constitucional” en palabras de Hans-Peter Friedich, ministro
de Interior. Solo en Alemania, los activistas (que no
seguidores) de esta corriente religiosa extremista
ascenderían a más de cinco mil. ¿Se atreve alguna autoridad
en Ceuta a dar cifras sobre el islamismo radical en la
ciudad, que se extiende cada año como una mancha de aceite…?
Porque la realidad, vuelvo sobre mi hipótesis de trabajo, es
que Ceuta es ya al día de hoy una ciudad islamista de corte
radical bajo bandera corsaria, es decir al amparo de los
derechos y libertades que otorga nuestra honrosa bandera
roja y gualda. ¡Y encima con subvenciones públicas!. El
islam normal y moderado, característico de la Ceuta de toda
la vida, sufre un acelerado proceso de acoso y derribo. El
primer peldaño en la islamización radical es la
subvencionada secta del Tabligh; luego los Haddouchi de
turno. Y para acabar, apaga y vámonos. Visto.
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