Una pequeña reflexión: los lugares
o enclaves no “se adecentan” sino que se “acondicionan”
porque adecentar significa que se “recupera la decencia” es
decir que se acaba con la “indecencia” y es raro que un
sitio sea indecente a no ser que se trate de un puticlub o
bar de alterne. Así que, enmendada la salida de tono
lingüística, resulta evocador, emotivo, entrañable,
ilusionante y muy romántico el “rescate de los volaóres” que
nunca se han marchado de Ceuta, pero que permanecían ahí
“sin echarles cuenta” cómo se diría en la Andalucía
profunda, hasta que la lógica evolución humana ha llevado a
Premi Mirchandani a obviar el renuncio, hacerle un guiño a
los fenicios y refrescar costumbres ancestrales sabiamente
mantenidas en plan “por los siglos de los siglos, amén”.
El relato es de sobras conocido, la excursión turística de
los mercaderes fenicios que sabían más de lo que les habían
enseñado, sus aventuras por los mares tenebrosos parando
aquí, repostando allí, quedándose para sembrar la tierra,
cosechar sus frutos y largarse de nuevo en plan “culillos de
mal asiento”. Lógico que al no haber inventado Occidente en
el siglo VI antes de Cristo ni los frigoríficos ni la
electricidad ni los grandes buques con cámaras de las
conserveras, los fenicios hubieran de agenciárselas a fuerza
de mucho ingenio e infinita malicia haciendo de sus enclaves
factorías y poniéndose a sazonar con mucha sal, su miajita
de aceite, las hierbas aromáticas y aquí está la salsa
llamada “garum” la salsa de los pescadores, saludable cocina
mediterránea libre de química y para guardar las conservas a
base de sal, los salazones, las vasijas de arcilla ¡y a
exportar!.
¿Cuantas veces pasarían-traspasarían esos fenicios nuestras
columnas de Heracles, que voy que vengo? A las costas de
Gadir que hace buen clima, que nos apalancamos enfrente en
Ceuta que es el mismo clima pero más clientela porque
tirando para los lados vive gente y “culo veo, culo quiero”
que se hable del producto y que la gente se encapriche, los
propietarios-empresarios a mandar y a contar las ganancias y
los esclavos que no debían ser los modernos mileuristas sino
con mucho “denaristas” por los posteriores denarios, a
currar de sol a sol fabricando el producto y a partir del
siglo I AC y I DC ya con variedades porque a los pijos de
Roma les gustaban las salsas y a los ibéricos nos tiraba más
el jareado, agarro el pescado, lo corto por la mitad o a lo
largo de la espna dorsal, se le extraen las vísceras, se
mete sal por los cortes, un remojo en agua salada y bien
extendido al sol para desecar.
¿Mensaje? ¡Cuidado con la piel porque el sol reseca y
amojama! Y los señores y señoras de ciertas edades ya se
sabe que o bien se ajamonan o bien se amojaman, eso desde el
tiempo de los fenicios y fue cumplidamente referido en las
crónicas del primer reportero de la Historia de Iberia, el
cotilla Estrabón. Lo cierto es que “el que tuvo retuvo y
guardó para la vejez” y desde Atapuerca a los “graffiteros”
prehistóricos de Altamira y de ahí a una Historia milenaria
donde los siglos son simples guiños porque los ibéricos
contamos por milenios “que mil años son nada...” recurso que
ha llegado por los mares atlantes que se nos hundieron, aquí
ha prosperado y triunfado.
Demasiada tradición a medias dormida tras esos “volaores”
made in almadraba ceutí, que se extienden para el secado,
Bien de Interés Cultural, patrimonio histórico que enriquece
el presente, acerbo cultural sabio y provicero de la oscura
memoria colectiva que no se describe con palabras sino con
aromas y sabores. ¡Que bonito!
|