Rescatar: palabra que en su
primera acepción significa recuperar mediante dinero a
alguien o algo que está en poder ajeno. España estaba, por
qué negarlo, a merced de los mercados. Que así se le llama a
los dueños de los dineros que se aprovechan de las
necesidades de otros para prestárselos a cambio de intereses
desorbitados.
Se llaman mercados a los compradores de deudas, porque sería
de muy mal gusto llamarles prestamistas. Puesto que los
prestamistas han tenido siempre una reputación malísima. Tan
mala, que fue uno de los motivos por los que los alemanes la
liaron allá en los años treinta del siglo pasado. Un lío que
acabó en tragedia bélica.
Últimamente, los prestamistas, esto es, los mercados,
estaban jugando con la deuda española a su antojo. Cada
mañana, incluso quienes nunca nos hemos preocupado de un
asunto tan vulgar como es vivir pendientes de los
empréstitos, nos echábamos abajo de la cama con el corazón
metido en un puño. Es decir, abríamos los ojos con el
canguelo metido ya en el cuerpo por culpa de la prima de
riesgo.
Sí, así como suena; pues bien sabíamos que a medida que la
prima de riesgo fuera siendo cada vez más desmedida, lo
aprovecharía el Gobierno para seguir abriendo más brecha
entre ricos y pobres. O lo que es lo mismo: tratando de
bajarle los humos a la clase media; que ha sido siempre la
clase social más castigada en todos los aspectos y en todas
las épocas. Mientras tanto, los ministros de la cosa, ante
el silencio sepulcral de Mariano Rajoy, amén de
comenzar todos sus discursos aduciendo que todas nuestras
desgracias procedían de las malas actuaciones del maligno
Zapatero, y de instruirnos con esa frase hecha de que
era necesario apretarse el cinturón por el bien de España,
alardeaban de que ésta nunca sería rescatada. “España no es
Grecia…”.
Con lo cual salía a relucir la soberbia española ante la
sociedad. Esa soberbia que permite al humilde hablar de que
“no le da la real gana”… Soberbia que, como pensaba
Américo Castro, es herencia de una característica judía
o árabe, que para el caso de un “pueblo elegido” es lo
mismo.
Pues bien, el domingo pasado, cuando en España sólo se
presumía de selección nacional y nada más que se
pronosticaba sobre los goles que nuestros muchachos iban a
conseguir frente a Italia, nos enteramos de que España había
sido rescatada e intervenida. Por una razón muy sencilla: no
hay prestamista en el mundo que se atreva a conceder cien
mil millones de euros sin exigir nada a cambio.
Pero hete aquí que el vocablo rescate hizo posible que, al
fin, el presidente del Gobierno decidiera decir esta boca es
mía. La palabra fue como una banderilla de fuego que sacó de
su letargo a un Rajoy que estaba ya pensando nada más que en
viajar a Polonia para disfrutar del España-Italia. Y
entonces pudimos saber cómo la soberbia española nos había
sacado del atolladero y hasta puede que haya amansado a los
mercados -prestamistas con pedigrí-, durante unos meses. El
orgullo español funcionó así: Rajoy le dijo a De Guindos
que gritara en Bruselas: “¡España no es Uganda!” Y partir de
ese momento, la jindama se apoderó de los responsables del
BCE. Quienes, deprisa y corriendo, decidieron poner la pasta
encima de la mesa. Y sin condiciones, ¿eh? Menudo es Rajoy.
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