Un buen día, del año 1982, estaba
yo hablando con Eduardo Hernández Lobillo y se me
ocurrió preguntarle por Paco Olivencia. Debido a que
me había sido presentado el día anterior. Y Eduardo me
respondió así: “Paco es hermano del famoso Manuel
Olivencia Ruiz: catedrático de Derecho Mercantil de la
Universidad de Sevilla. El cual goza de un enorme
prestigio”.
Poco tiempo después, Manuel Olivencia Ruiz, que hacía
malabares para repartir su tiempo entre la familia, la
cátedra, el Banco de España, del que era consejero, y su
propio bufete de abogados, fue nombrado comisario de la Expo
92, conmemorativa del V Centenario del descubrimiento de
América.
Cargo de suma importancia y que le hizo estar en la cresta
de la ola, durante mucho tiempo. Pues no había día en el
cual don Manuel no fuera motivo de información y de
comentarios basados en el permanente deseo de una derecha
sevillana que buscaba su acaparamiento mientras que la
izquierda recelaba de sus actuaciones como comisario de la
Exposición Universal.
Nada extraño para don Manuel, tras aconsejarle Felipe
González, nada más aceptar el puesto que éste le había
ofrecido, que se comprara una coraza para él y otra para su
mujer. Con el fin de parapetarse de las críticas furibundas
a las que se vería sometido. Críticas acerbas a las que
estaba desacostumbrado. Ya que hasta entonces habían
imperado los reconocimientos y halagos al abogado reputado y
catedrático renombrado, tenido ya casi por un sabio a la
altura de don Ramón Carander y Thovar (aquel
catedrático cuya primera obra, publicada en 1924, ‘Sevilla,
fortaleza y mercado’, que es un estudio de la economía de
esta ciudad en el siglo XIV, adquirió muchísimo auge en los
estudios de historia económica).
Aquella aventura, la de ser comisario de la Exposición
Universal de Sevilla, en 1992, no terminó bien para Manuel
Olivencia. Recibió muestras de desagrado y se vio además
sometido a acusaciones secretas y declaraciones sarcásticas,
como las de José Manuel Eguiagaray, que se expresó
así: “Si alguien quiere saber de los ‘pellones’ perdidos y
hallados al tercer día entre los trincones, que le pregunten
a Manuel Olivencia…”.
Lo cual le valió al tal Eguiagaray una bronca monumental,
tan grande o más que la recibida por Julio Aparicio
en su última actuación en la Feria de San Isidro, por parte
de Antonio Burgos. Quien, bajo el título de Del
“pellón” al “olivencia”, daba cobijo a este párrafo en su
artículo: “Igual que el pellón son mil millones de pesetas
despilfarrados, el olivencia sería la unidad de medida del
prestigio social, cultural, político, civil, de una persona
(lo del “pellón” era –y sigue siéndolo- la palabra clave
para referirse al despilfarro y a los mangazos habidos en la
Expo 92, siendo responsable el ingeniero Jacinto Pellón.
Primero con Olivencia y luego con Emilio Casinello).
Pellón fue, a título póstumo, nombrado hijo adoptivo de
Sevilla; Casinello y Olivencia lo han sido recientemente, y
luego le ha tocado el turno a González. Don Manuel ha dicho
que las autonomías han gastado sin control; pero que Ceuta
es una excepción: al estar muy bien administrada, a pesar de
la deuda, con una política correcta. He aquí a un hombre
sabio. Cuya sabiduría, si embargo, no le ha impedido errar.
Un día malo lo tiene cualquiera.
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