Lunes. 28
La última vez que hablé con Ginés Serrán Pagán fue
hace ya muchos años. Tantos, que ha sido vernos, por
casualidad, en el Hotel Parador La Muralla, y ponernos a
pegar la hebra sin tomarnos un respiro, teniendo como
testigo al director del establecimiento: Pedro Fernández
Olmedo. Ginés es antropólogo, pero no se me ha ocurrido
preguntarle si es especialista en todas las disciplinas
concernientes a los humanos. Porque suelen ser muchas. Ginés
es escultor, escritor, pintor…, y siempre está trabajando en
muchas cosas a la vez, recorriendo mundo, como se decía
antes, y repartiendo clases magistrales. Hablando con él,
que es un placer, estuve a punto de incurrir en el tópico de
llamarle renacentista o leonardesco, pero pronto me di
cuenta de que Ginés Serrán Pagán, con un caletre
privilegiado, no ha tenido tiempo todavía de inventar el
último grito en avión. En suma: que me lo he pasado más que
bien conversando con un tipo encantador. Con un artista de
muchos quilates. Y con una persona tan amena que uno, que
presume de charlar por los codos, decidió, en esta ocasión,
ser todo oído, ante Ginés, para aprender.
Martes. 29
Corrían los años ochenta cuando yo tuve la oportunidad de
conocer a Pío Aguirre Zamorano. Nos caímos bien desde
el momento en que coincidimos en un local que yo regentaba.
Sin que yo supiera que era juez. Hasta que un día hube de
acudir al edificio judicial, situado, en aquellos entonces,
en la calle de Padilla, y quedé enterado de que lo era.
Luego, llegó a Ceuta Fernando Tesón Martín. Y Pío me
presentó a su sustituto. Hoy, en las escalinatas del Hotel
Tryp –por cierto, su comedor está cada vez más desatendido-,
he tenido la suerte de tropezarme con los dos magistrados. Y
he recordado con ellos cómo nos conocimos. Pío Aguirre
Zamorano, que es vocal del Consejo General del Poder
Judicial, estaba en la ciudad, una vez más, para participar
en la Tercera Jornada Jurídica de Ceuta, dirigida por el
presidente de la Sala Sexta de la Audiencia provincial de
Cádiz en Ceuta, Fernando Tesón Martín. Con el éxito de
siempre. Ni que decir tiene que, aunque han pasado ya muchos
años desde que Pío y yo nos conocimos, los recuerdos
afloraron. Ah, le dije al vocal del Consejo General del
Poder Judicial lo mucho que sigo apreciando a Fernando Tesón
Martín.
Miércoles. 30
El fallecimiento de Ángel Muñoz Vega me hace acudir
presto al tanatorio. Donde hay ya muchas personas tratando
de acompañar a sus deudos en momentos tan sentidos. En un
momento determinado, se me presenta la ocasión de hacer un
apartado con Francisco Verdú Abellán, jefe de
Gabinete de la Delegación del Gobierno. Es la primera vez
que hablo con él. Aunque, según Verdú, no pocas veces hemos
coincidido en celebraciones, pero sin cruzar palabra alguna.
De modo que aprovecho la ocasión para decirle que, tras su
nombramiento, como jefe de Gabinete de la Delegación, he
oído nada más que alabanzas relacionadas con su persona. Y
su respuesta, como cabía esperar, es para quitarle
importancia al hecho. Los pocos minutos que he podido
charlar con Verdú Abellán me han servido para hacerme una
idea de cómo es el funcionario que goza de tan buen cartel
en la ciudad. Pegando la hebra estábamos cuando se acercó a
nosotros Francisco Antonio González e Isidro
Hurtado de Mendoza. Y allá que la charla transcurrió ya
por otros cauces. Ah, he visto al Delegado del Gobierno tan
entusiasmado como siempre. Es decir, tan entusiasmado como
el primer día. Y, claro está, le he deseado toda la suerte
del mundo en su cometido.
Jueves. 31
Muchas han sido las personas que le han dado su último adiós
a Ángel Muñoz Vega. Entre ellas estaban Alfonso
Conejo e Isidro Hurtado de Mendoza. Y acudo
presto a pegar la hebra con ellos. Les he notificado la
muerte de Fernando Gago; alcalde que fue de El Puerto
de Santa María y que siempre estuvo dispuesto al
acercamiento entre ambas ciudades. Fernando hizo su servicio
militar en Ceuta. Y tanto cuando fue alcalde como teniente
de alcalde, no dudó en visitar esta tierra, varias veces. La
última vez vino para disfrutar de la Feria. Y se lo pasó muy
bien. Con Fernando me unía la amistad de una niñez
compartida en el Colegio de La Pescadería. Afable, enorme
conversador, culto, y muy dado a hacer de la burla fina su
mejor arma para salir de trances molestos, FG fue durante
muchos años presidente de la plaza de toros del Puerto. Y
daba gusto oírle contar algunas de las anécdotas vividas
durante tanto tiempo dirigiendo los destinos de la lidia en
el palco de un coso de leyenda. Isidro, Alfonso y yo
hablamos de los tiempos que corren. Tiempos malos. Que hacen
posible que vaya surgiendo lo peor de cada persona. No está,
desde luego, el horno para bollos.
Viernes. 1
Me llama alguien conocido, y que me lee muy de mañana, para
decirme que le gustaría saber que le ocurrió a Vicente
Almenara. A quien cito en la columna de hoy. Y no tengo
el menor inconveniente en ponerle al tanto de un asunto que
produjo el consiguiente revuelo en Ceuta, cuando
principiaban los años ochenta. Vicente, que era –y es
periodista-, ejercía como director en el ‘Diario de Ceuta’.
Y fue denunciado por un artículo que escribió acerca de los
funcionarios de esta ciudad. El juez de turno, sin
pensárselo dos veces, lo envió a la cárcel. Cárcel a la que
yo iba diariamente a visitar al periodista. Ya que el
hombre, a medida que pasaban los días sin salir de Los
Rosales, se iba viniendo abajo a paso de legionario. Mi
amistad con el director de la prisión, entonces, me sirvió
para ayudar, en la medida de mis posibilidades, a Vicente
Almenara. Quien me había sido presentado por Eduardo
Hernández Lobillo. En la cárcel, durante mis visitas,
Almenara me fue contando el motivo por el cual se atrevió a
escribir lo que escribió. Y, sobre todo, me dio los nombres
de quienes fueron los verdaderos hacedores de aquel parecer
que le hizo a él verse entre rejas, durante una semana. El
editorial del ‘Diario de Ceuta’, sobre aquel asunto, lo
conservo yo como oro en paño. No tiene desperdicios. A ver
si la semana próxima lo busco y lo propalo. Para que sepan
ustedes de qué manera actuaban algunos personajes en esta
tierra.
Sábado. 2
No nos cansamos de oír, a cada paso, que, cuando se ocupan
determinados cargos, la transparencia resulta básica y
además es exigible, obligatoria y necesaria por parte de
quien rige los destinos de cualquier organismo. Lo cual le
sienta la mar de bien a la democracia. Sin embargo, uno
lleva ya la tira de tiempo reclamándole a la primera
autoridad de la ciudad que haga lo que esté en sus manos,
que no es poca cosa, para que el presidente de la Federación
de Fútbol de Ceuta, Antonio García Gaona, explique en
qué invierte las subvenciones concedidas a la federación por
el Ayuntamiento. Pero que si quiere arroz, Catalina. Ya que
García Gaona se niega a que se sepa, de una vez por todas,
en qué estado se hallan los libros de contabilidad, si es
que existen, de la federación presidida por él. Cuando yo se
lo recuerdo a García Gaona, personalmente, siempre me
contesta de la misma manera: “Vente conmigo a la sede de la
federación y te enseño los libros de contabilidad”. Y mi
respuesta es, también, la misma: “Antonio, que no soy yo a
quien hay que enseñarle las cuentas, sino a la gente”. Pero
Antonio, que será una persona estupenda, según dice un tal
Javier, que desempeña cargo de maître en el Hotel
Tryp, es terco, terco con arrogancia. Arrogancia similar a
la de su antecesor en el cargo. Quien solía responder,
cuando se le requería claridad en las cuentas, como si fuera
el Gran Capitán. Con orgullo desmedido, sí; pero nada más.
Por lo tanto, estoy convencido de que a García Gaona,
mientras manden quienes están mandando, que además presumen
de ser imbatibles, se la trae floja todo cuanto se le diga.
Él esta para lo que está… Y sanseacabó.
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