El dinero es el nervio de la
guerra, una y las tres cosas a la vez más necesarias para
una eventual victoria en la misma, como ya advirtió en su
momento aquél genial artillero corso de apellido Bonaparte:
dinero, dinero y dinero. No en vano y en la historia
contemporánea, el poderoso imperio soviético navegó hacia su
derrota al no poder competir económicamente con Occidente.
Hoy día, ante una situación internacional altamente fluida y
revestida de altas cotas de incertidumbre no parece el
momento más propicio para meter tijera en los presupuestos
de Defensa. Más bien al contrario, máxime si el país
afectado como España se encuentra inmerso por su geografía
en unas coordenadas geopolíticas que lo proyectan en una
eventual primera línea dentro del flanco sur de Europa.
Ciegos serán quienes no lo vean, necios quienes miren para
otro lado y traidores quienes, sabedores por su posición de
lo que en cualquier momento puede venirse encima, escamoteen
la información que poseen. La realidad es que quién puede
permitírselo está pisando el acelerador por el control de
recursos naturales y minerales estratégicos, incluido el
agua, mientras la decadente y vieja Europa sigue sin
disponer de proyección estratégica, al albur de los
acontecimientos y confiada en el relativo calor (cada vez
más lejano, aproando al Pacífico) del músculo protector de
los Estados Unidos.
Según todos los expertos el presupuesto mínimo indispensable
para mantener operativas, en personal y medios, nuestras
Fuerzas Armadas, dotándolas de los necesarios avances
tecnológicos, sería al menos el 1% del PIB del país, es
decir unos diez mil millones de euros y sin embargo la
triste realidad es que, en los últimos cuatro años, las FAS
han sufrido unos recortes estimados en una media del 25% de
sus presupuestos normales, situados alrededor ( + - 10%) del
0,80 del PIB. Para el actual ejercicio y en el actual
contexto de crisis, el ministerio de Defensa ha visto
mermada su partida en un 8,8% más, no tanto como otros
ministerios en los que el tijeretazo se ha doblado, pero en
un porcentaje que complica su operatividad y respuesta
precisa a los nuevos retos y amenazas, sumiendo además en un
letargo a la industria nacional de defensa comprometiendo su
relanzamiento futuro. A ello habría que añadir la deuda de
veinte mil millones de euros que arrastra el ministerio. Es
decir, podríamos estar adentrándonos en un punto de no
retorno, de incalculables consecuencias estratégicas en
defensa y proyección internacional, a lo que se suman dos
graves percepciones: una, la ilusa falta de sensación de
amenaza por la mayor parte del conjunto de la población
española; derivado en parte de lo anterior, la falta de
consideración de la cultura (y economía) de defensa como una
opción de garantía de futuro.
Este escribano del limes entiende que, por parte del
sacrificado personal militar, basta ya de ponerse en
posición de firmes y gritar “A sus órdenes”. Al pan, pan y
al vino, vino. O como diría Unamuno: al ladrón, ladrón y a
la puta, puta. Estamos adentrándonos en una crisis sistémica
y sistemática, civilizacional y axiológica, de carencia de
recursos y ecológica, capaz de generar una sinergia de
cambios estratégicos a nivel planetario. Lo viejo no acaba
de morir y lo nuevo no acaba de nacer, pero encaramos un
nuevo paradigma en el que nada volverá a ser como antes: ni
el llamado “Estado del Bienestar” es sostenible, en su
actual uso, en el tiempo y el espacio. Desde la caída del
Muro de Berlín hemos pasado, en poquísimos años, de un mundo
Bipolar a otro Multipolar, tras un breve interregno Unipolar
de los Estados Unidos. Los BRIC emergentes reclaman su
sitio. Y el Magreb y resto de África, nuestra Frontera Sur
directa en Ceuta, Melilla y Canarias, está acercándose a la
ebullición. Mal momento para los recortes en Defensa. Con
estos presupuestos, nos enfrentamos en el futuro a una
derrota segura.
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