Cada día hay más niños atravesados
por el dolor, con la mirada caída y el horizonte
ennegrecido, andan desamparados y desesperados, y en lugar
de reír, lloran descorazonadamente. Ya no puede más su
corazón. Se habla mucho de sus derechos, pero la realidad es
bien distinta, son cebo permanente de maltratos físicos,
mentales y emocionales. Se les encuentra en cualquier
esquina y se les reconoce porque caminan hambrientos de una
mano tendida, con poca educación, nula tutela y cero amor.
Ciertamente, de un tiempo a esta parte, son muchas las
instituciones públicas abatidas, que piden con urgencia
familias dispuestas a acoger a menores en desamparo. Debemos
ser conscientes de que, en la medida que el sufrimiento se
permite, todo camina a la deriva. Se habla de rescatar
capitales, en vez de rescatar la alegría de seres inocentes
y de asegurarles su futuro. Los niños quedan fuera de los
compromisos económicos y políticos. Sabemos que la crisis
económica está teniendo un enorme impacto en los niños
españoles, sin embargo este debate permanece prácticamente
invisible en el discurso del poder. El documento Infancia en
España 2012-2013 destaca que, en sólo dos años, hay casi
205.000 niños más que viven en hogares con unos ingresos por
debajo del umbral de la pobreza. Esto dificulta su
crecimiento y desarrollo. Desde luego, difícilmente se les
prepara para asumir una vida responsable en una sociedad
libre, cuando habitan tantos golfos que dirigen nuestros
destinos, mientras la sociedad permanece aborregada.
Ante estos hechos desesperantes, pienso, que cualquier día
es bueno para enmendar actitudes, aunque el 4 de junio, se
nos invita, por parte de la ONU, a reflexionar sobre el
padecimiento injertado en tantos niños, víctimas de
agresiones que nos deshumanizan, porque los niños -no lo
olvidemos- son los verdaderos creadores de la humanidad.
Decenas de realidades violentas continúan privando a los
niños de su infancia. Realmente queda mucho por hacer en lo
que respecta al cumplimiento de normas, a la lucha contra la
impunidad y contra toda violación de los derechos de la
infancia. Puede que haya niños más sanos y ricos que en otro
tiempo, pero están muy tristes por dentro. También hay niños
más enfermos y más pobres que en otro tiempo, tremendamente
desconsolados. Los trastornos de salud mental en los niños
han aumentado de manera considerable. La vida que le ofrecen
los adultos es propicia para lo locura, y la medicación
antidepresiva es la única salida que se les ofrece.
Sufren los niños españoles el comercio de los adultos, la
falta de amor de sus progenitores, la incitación al alcohol
y demás drogas, a través de las nuevas tecnologías y algunos
medios de comunicación. Nadie le protege de este cruel mundo
consumista. Por otra parte, también es público y notorio,
que los conflictos y las rupturas familiares trastornan a
los hijos emocionalmente. La plaga de los abusos sexuales es
otro de los escenarios que tampoco se controlan. La mayoría
de las veces quedan impunes este tipo de hechos que les
marcan considerablemente.
A ellos, a esos niños y niñas que sufren en silencio tanto
malestar en su espíritu, mi consuelo. Al fin y al cabo, es
preferible consolarse antes que ahorcarse. Pero sería frío
este alivio, sino fuese envuelto de una llamada a la
esperanza, que han de avivarla los adultos alzando su voz
con la denuncia, poniendo a los niños y a sus familias en el
núcleo de los debates. ¡Qué una familia quiebre es más cruel
que una entidad crediticia! ¿Por qué no se liberan a esas
familias? Es cuestión de priorizar y de elaborar un plan de
rescate contra la pobreza infantil, que son los que
verdaderamente lo necesitan, y no los bancos.
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