Días atrás tuve la oportunidad de
conversar con Francisco Verdú Abellán, jefe de
Gabinete de la Delegación del Gobierno. Con quien nunca
había cruzado palabra alguna. Y no tuve el menor
inconveniente en decirle que había oído hablar muy bien de
él, más que bien, desde que se supo que Francisco Antonio
González lo había elegido para ocupar dicho cargo.
Francisco Verdú Abellán me causó una grata impresión. Así
como suena. Y no esperen que me ponga ahora a explicar los
motivos que me han llevado a hacerle el artículo a un
funcionario con tan buena reputación en lo profesional como
muy apreciado en su faceta personal. Ahí es nada conseguir
ese logro. Aunque siempre los habrá, y están en su perfecto
derecho, de llevarme la contraria.
Y me alegraría que fuera así. Porque a mí me agrada
sobremanera tratar con gente a la que se pueda achacar
defectos de humanos. Líbreme Dios de quienes, por ejemplo,
van enarbolando la bandera de la humildad. Ya lo dijo Pla,
insigne escritor catalán: “Una sociedad de fanfarrones es
plausiblemente concebible; una sociedad de humildes sería
inhabitable y peligrosísima”.
Tampoco me fío del que va repartiendo rosarios, o yendo a la
iglesia a darse golpes de pecho, pero luego es un hijo de
Satanás. A lo que iba, que Verdú Abellán me cayó la mar de
bien. De modo que, en cuanto se me presente la ocasión de
coincidir con él en cualquier sitio, seré yo quien acuda a
su encuentro con el fin de pegar la hebra.
A nuestro encuentro acudió, en cuanto atendió a las personas
que lo habían abordado, el delegado del Gobierno. Y, como
siempre, me permití la licencia de expresarme ante él con
claridad meridiana. Eso sí, sin traspasar las lindes de la
buena educación.
El delegado del Gobierno, o sea, Francisco Antonio González,
sigue mostrándose entusiasmado con su cargo. Algo que le
viene como anillo al dedo para poder afrontar las muchas
dificultades que el empleo lleva consigo. Y se le nota. Si
bien se queja, con razón, que su designación ha coincidido
con una ruina económica que le impide actuar como a él le
habría gustado.
De acuerdo. Le digo. Pero, a veces, con pocos mimbres se
suele hacer el cesto más hermoso. Y, a renglón seguido, le
recuerdo que a él pocas cosas pueden ya acoquinarle. Tras
haber pasado por un trance que le ha obligado a echarle más
que bemoles para eludirlo.
La charla con González Pérez y Verdú Abellán fue animada. Y
a mí me vino muy bien hablar con ellos, porque nunca había
conversado con el segundo, ni con el primero, tras haber
sido designado delegado del Gobierno. Y ya iba siendo hora
de hacerlo. Pues hablando…
Ahora mismo -sábado, cuando escribo-, he leído unas
declaraciones de González Pérez relacionadas con la cárcel
vieja y la que se está construyendo. Y me he quedado con lo
que ha dicho Pacoantonio, más o menos, al respecto:
-Reconozco que fui muy crítico, cuando era diputado, con el
proyecto de la cárcel. Pero ahora, como delegado, deseo que
las obras sean acabadas muy pronto, y la nueva cárcel pueda
ser ocupada cuanto antes.
Sincero él. Claro que sí. Pues no olvidemos que “la moral se
esgrime cuando se está en la oposición; la política cuando
se está en el poder”. Y no hay más cera que la que arde.
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