Lo que más odio es la deslealtad.
Hay quien nace tonto o feo, o bajito, muy bajito, pero nadie
nace desleal ni sinvergüenza. A eso se llega con dedicación
y alevosía, perfeccionándose por el uso y el abuso. Mis
palabras suenan fuerte en la reunión en la cual me
encuentro.
Quienes me conocen, porque llevo casi treinta años
alternando en esta tierra, viviéndola a pecho descubierto,
saben que no me suelo parar en barras cuando me corresponde
opinar acerca de cómo actúan los políticos. Sin miedo alguno
a que éstos se ensañen conmigo. No sería la primera vez que
quien escribe sufre la persecución de políticos mediocres en
todos los sentidos.
De entre esos políticos, hay uno que siempre que pudo se
cebó conmigo. Vamos, que procuró siempre hacerme rodar por
la ladera conducente a la ruina. Sin conseguirlo. Gracias a
Dios. Porque de haber logrado declararme derrotado,
humillado y desterrado, nunca habría podido disfrutar yo de
una tierra pequeña y marinera.
En una tierra pequeña, marinera, y de suma importancia
geoestratégica, se hace cada vez más necesario que surja un
líder con capacidad suficiente para estar a la altura de las
circunstancias exigidas por el lugar. Un líder que sea capaz
de aunar voluntades. Un líder de verdad. Con los atributos
suficientes para ejercer el cargo con ejemplaridad. Con
prudencia, por supuesto que sí; pero también con el valor
justo para cumplir con los compromisos adquiridos.
Lo que no vale, bajo ningún concepto, es creerse carismático
por la cantidad de votos recibidos en las urnas. Y dejarse
llevar por esa circunstancia para hacer como gobernante de
su capa un sayo. No: no, y mil veces no. Habría que gritar a
esa forma de actuar.
Cierto es que, según dice un escritor famoso por la cantidad
de libros que vende, el carisma se utiliza para engañar. O
para vencer sin convencer, como la fuerza bruta. El carisma
envuelve en soledad a quien lo posee, o a quien, sin
poseerlo, lo utiliza.
“Lo peor de los carismáticos -de malísimo tienen mucho- es
la naturalidad con la que se atribuyen todo lo bueno sin
mezcla de mal alguno (como el cielo) y se sacuden todo lo
malo sobre la banda por ellos elegida. Indiferentes al
albañal y los males que suscitaron, siguen sonriendo, como
si no ocurriese nada, cada vez con una sonrisa más de talco
y dentera”.
Con una sonrisa de talco y dentera hemos asistido esta
semana a la declaración de un concejal, cuando se le ha
preguntado por las razones habidas para concederle dos
bienes municipales, por la cara, al editor del periódico
decano. Bajo la complacencia de un señor al que las
aclamaciones lo están llevando a ser tenido ya por alguien
que ha implantado una minidictadura en la ciudad.
Los efectos de esta pequeña dictadura, aunque a menudo
graves, suelen pasar en silencio porque los humillados y
ofendidos carecen de amplificadores para hacer patente la
injusticia, y el minidictador cuenta de antemano con la
garantía de la impunidad. Lo cual es axioma. O lo que es lo
mismo: verdad no necesitada de demostración.
No es el caso que nos ocupa. Pues creo que ‘El Pueblo de
Ceuta’ aprovechará el momento para decir ¡basta ya! ¡Basta
ya de que se otorguen bienes municipales -por la cara- al
editor del periódico decano!
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