No pasas inadvertida con el velo
gris embutido cual barboquejo a tu mentón bajero, tan
cargado de tensión. No puedes ocultar esa cara redonda del
Atlas cuyos ojos, antes brillantes de alegría, ahora
apagados de penas, airean tus lamentos que son como alaridos
de temor. Espantas.
Me dicen las guardias que llamas la atención chica triste y
acongojada, al pasar cabizbaja por la frontera terrestre; me
chivatean que vas como un animalillo enjaulado en el auto,
fija la vista al frente por imperativo del macho canoso, tu
acompañante.
A ti te digo, anisa, que fuiste mi media naranja hasta que
te cegó tu ambición. A ti te recuerdo, que eras dulce y
bondadosa al comienzo de nuestra relación, como oro es la
naranja al despertar; a ti te traigo a colación, porque
fuiste interesada y mentirosa después, como plata es la
naranja al mediodía; a ti te aclaro, que te convertiste en
mente huidiza e inquieta en el ocaso de pareja cuando
heriste el amor al igual que mata la naranja al anochecer.
Como de joven suspendí la asignatura de anatomía, por eso no
conseguí capturar los más sutiles matices de tu personalidad
y estado de ánimo, volcado en perseguir tu antigua obsesión:
casarte a toda costa. Y claro, la relación hizo aguas.
Dijiste que querías ser feliz, tener un futuro prometedor
que un cristiano jamás podría darte y sin embargo no sabes
ni qué hacer con tu vida. ¿Dónde vas bambina?
Sentimiento y deseo son una sola cosa. Distinto lo es el
interés por lograr tus esponsales, traer al mundo muchos
churumbeles (antes de que se te pase el arroz, granado a
medio fuego) y asegurarte de paso el porvenir que bien
conoces, aunque decías aborrecer, aceptando humillaciones y
quebrantos siempre con dolor.
Bien digo dolor, pues te escondes en los rincones de tu
nuevo ”hogar” al que has llegado por tu inmadurez y vaguería,
también por tu falta de agallas, mientras tus días se pudren
como la ropa interior que alguien tiró a la basura
convirtiéndose lentamente, al igual que tú, en la nada.
Sólo el amor te hará libre. Búscalo cuanto antes y asegurate
de amarrarlo bien para así poder liberarte de todo tu
malsano egoísmo, lo que te hace esclava. E infeliz.
Mas por mucho que sigas sin luz en la penumbra represiva del
destino al que ciega y en brazos te entregaste, tratando
igualmente de arrastrarme al matadero al prohibirme el
dulzor de tus besos -que son los que hoy me hacen decirte
que los imposibles también existen-, te deseo no obstante
felicidad en la vida.
Pero te confieso que aunque yo viva en el confín del mundo,
siempre me guardaré libre de ataduras -debe ser que la oreja
de burro todavía sigue anestesiándome el cerebro-, de lo que
espero tomes ejemplo, media naranja. Amor “forever”.
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