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OPINIÓN - DOMINGO, 27 DE MAYO DE 2012

 
OPINIÓN / CARTAS AL DIRECTOR

Radiografía de la Universidad

Por Alberto de la Hera *


Que la Universidad española actual es una pena resulta difícilmente discutible. Y, por más que oigo a muchos denunciar esa crisis, son pocos los que atinan al señalar sus causas. Así que voy a dar mi opinión aquí por lo que valga. El mal comenzó, allá por la década de los años sesenta, con la creación de los departamentos. Estos agrupan a los profesores ya consolidados de cada asignatura –catedráticos y profesores titulares– junto con jóvenes profesores, becarios, doctorandos…, en vías de formación, y con algunos alumnos elegidos por sus compañeros, así como con una representación del personal de administración y servicios. O sea, un intento de introducir la democracia en el funcionamiento de la labor docente. Y la enseñanza no se puede organizar democráticamente. La Universidad ha de estar constituida como una élite, en la que muy pocos saben y enseñan y muchos ignoran y aprenden. Pero la palabra “élite” está hoy muy mal vista, y la palabra “democracia” tiene gran prestigio, aunque es la primera y no la segunda la que ha de constituir la base de la estructura universitaria. Con el tiempo, la errónea concepción de los departamentos ha concluido por aburrir a los maestros, por menoscabar su prestigio, por desalentarles en el ejercicio de su vocación docente y por descentrar a los alumnos sobre cuál es la real razón de su presencia en las aulas.

Vino luego la multiplicación de las universidades. Se comenzó por crearlas en el BOE, y la realidad –profesores, laboratorios, bibliotecas, aulas…– aparecía luego. Y así hubo que improvisar profesorado, enseñar mal, provincializar a los alumnos, y esos defectos se encastillaron, crecieron, y así tenemos hoy tantas universidades suprimibles y tantas enseñanzas repetidas cada pocos kilómetros, con títulos para muchos y sabiduría para pocos. Hoy sobran ostensiblemente universidades, y no solamente sobran, sino que estorban, carecen de medios y de prestigio, y han consolidado el localismo del profesorado, la selección al revés, a la que ahora me referiré.

Porque, en efecto, vino luego la progresiva supresión de un acertado sistema –la oposición– de selección del profesorado. Se ingresa por oposición para ser juez, notario o abogado del Estado…; pero también en esto había que democratizar la Universidad. Paulatinamente, se fue modificando el método de acceso al profesorado; desde el sistema de oposición, que ya estuvo vigente con la República y que el franquismo no sustituyó ni alteró, a la actual vía de las acreditaciones. Un desastre. Tras muchos años en que se procedía mediante una oposición rigurosa, con seis ejercicios y el éxito abierto a los concursantes capaces, se pasó a la oposición con un par de ejercicios carentes de verdadero contenido; y todo se fue deslizando hacia niveles de cada vez menor seriedad, hasta llegarse a la lamentable situación hoy en vigor. Los valiosos entran en todo caso, pero a su lado también un elevado número de candidatos que no hubiesen nunca ganado una verdadera oposición y en cuya selección priman dos elementos: el localismo y la valoración meramente formal de los méritos.

En primer lugar, el localismo: los tribunales los designan de hecho los departamentos, naturalmente en bien del candidato doméstico. En Italia se ha acuñado un dicho que muestra en qué consiste el sistema: “Vale más ser el cuñado local que el sabio universal”. Un cuñado que triunfa, sí, pero que no intente salir de donde su suerte le ha situado; en el resto de los centros hay también otros “parientes” locales.

Y, al par, la valoración meramente formal, y no de fondo, de los méritos: para acreditarse y poder concurrir a una plaza vacante, hay que presentar publicaciones. ¿A quién? A una comisión de no especialistas que ni las lee; se limita a comprobar dónde se han editado. Si hoy Kelsen publicase un artículo en una revista no registrada en los caprichosos índices de valoración de los “expertos”, no le valdría para nada a los efectos de acreditarse; si Perico el de los Palotes publicase un trabajo en una revista sí registrada, sería la maravilla de las maravillas.

Y, en fin, los planes de estudio. Cada facultad, a lo largo y a lo ancho de la geografía española, ha fabricado el suyo. La asignatura de quien, al elaborarlo, tuviese peso e influencia ha duplicado su presencia en el plan de estudios correspondiente; la que no tenía un profesor que estuviese en condiciones de defenderla ha desaparecido o ha quedado reducida a un mínimo. Así de científicos resultan ser los criterios. Un alumno que inicia sus estudios allí donde su padre es secretario del ayuntamiento, si su padre pasa a otra ciudad, ha de quedarse donde empezó a estudiar; es probable que el plan de estudios de la facultad a la que tendría que trasladarse no le valga; habrá de hacer asignaturas que allí existen y en su inicial centro no, y olvidarse de otras ya cursadas, que no tienen presencia en su nuevo destino.

Y, en fin, la elección de las autoridades académicas. ¿Eligen al presidente de un banco los accionistas, los asesores, las cajeras y los conserjes? Ni siquiera se recurre a esa “democracia” mal entendida para designar a los directores de los Institutos de Enseñanza Media. A los rectores y a los decanos, sí. Los hay muy valiosos, y también funcionan bien algunos centros universitarios. Pero no es porque el sistema lo facilite, sino porque, después de todo, aún hay quienes sirven a la docencia con vocación y entusiasmo. Cada vez menos, eso sí. Pues ¿para qué nadar contracorriente?



*Catedrático jubilado de la Universidad Complutense
 

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