El calor ya empieza a apretar y la
campiña, poco a poco, va perdiendo el alegre verdor tomado
de las escasas y últimas lluvias, adquiriendo ese color
entre amarillo y pardo tan propio del estío. Tetuán se
levanta en obras, mientras el aumento de los efectivos de
seguridad alrededor de la popular plaza del Feddán (en sus
tiempos plaza de España y ahora plaza Hassán II) presagia la
próxima llegada a la Blanca Paloma de la Yebala del joven
soberano Mohamed VI. La inmensa mayoría de los tetuaníes
pasen quizás de ello pero los “tituaníes” y tomen nota del
matiz, se preguntan qué aspecto acabará tomando la ciudad en
la que han crecido ellos y sus ancestros y en la que, a buen
seguro, acabarán la mayoría el resto de sus días. También
pensamos algo parecido los “tituaníes” de vocación, pues
como al fin y al cabo advertía mi abuelo Moisés “nacerás
donde Dios quiera pero morirás en el pueblo de tu mujer”, o
sea que ya sé lo que procede cuando toque. La inversión es
pequeña, con 2 x1 m2 en el viejo cementerio español basta. Y
sin problemas de luz ni agua. Largo descanso cara a la
eternidad.
La huella española, morisco-andalusí en la Medina y la vieja
Mellah y más moderna en el Ensanche, salta a la vista por
doquier. Si la Medina, declarada por la Unesco Patrimonio de
la Humanidad en 1997, encara su futuro en un marco normativo
y proteccionista, el Ensanche del Protectorado aun está a la
espera de una ordenación visionaria y respetuosa que proteja
sus edificios y ponga en valor un tejido arquitectónico que,
de alguna manera, complementa al de la Medina. Al fin y al
cabo y a diferencia de las ciudades francesas de Marruecos,
levantadas normalmente a distancia de los núcleos urbanos
tradicionales, los planificadores españoles diseñaron el
Ensanche como una continuidad de la Medina, un sabio y
armonioso complemento de lo viejo y lo nuevo, extraordinario
y único, que permite a propios y extraños saborear el ritmo
de la historia. Por ello este escribano del limes entiende
que en materia proteccionista el viejo Tetuán se ha quedado
con el trabajo a medias, pues la guinda al patrimonio de la
Medina no es otra que el patrimonio del Ensanche como
memoria viva de lo que fue ese Tetuán, la ciudad de las tres
culturas, ejemplo y paradigma de esa convivencia de la que
ahora tanto se alardea.
Ciudades hay muchas y urbanismos también. Pero la protección
integral del patrimonio tetuaní supone un valor añadido a la
ciudad misma, un revulsivo para su desarrollo y vector de un
tipo de turismo que potencie su crecimiento. Sin protección
integral, urbanística y del medio natural, no puede hablarse
hoy de desarrollo sostenible ni de futuro. Urge en primer
lugar una documentada catalogación urbanística, pero no como
mero inventario de inmuebles sino que lleve añadido un
marchamo de protección con su cuadro legal, evitando con
ello el deterioro y eventual derribo de edificios únicos,
como lamentablemente ya está sucediendo. Tetuán cuenta con
dos recursos añadidos: obviamente el interés de sus
habitantes, los “tituaníes” comprometidos con su espacio
urbano, pero también con el marcado interés del propio rey
Mohamed VI, amante de ésta ciudad y su entorno y que ha
convertido a Tetuán en la capital estival del Reino. No debe
obviarse el desvelo real, por lo que son las máximas
autoridades de la ciudad (desde la Wilaya al Ayuntamiento
pasando por la Agencia Urbana) las primeras interesadas en
salvaguardar el rico patrimonio de la misma. De nada sirve
un plan de protección de la Medina si el Ensanche se hunde
en la incuria. Uno va de la mano del otro. Y el joven
soberano alauí que tanto se está desvelando por su país,
bien merece que las autoridades de Tetuán ofrezcan lo mejor
de sí mismas convirtiendo la ciudad en la joya de la corona.
Inch´Aláh.
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