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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 23 DE MAYO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

El sofá
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Dicen que los niños y los borrachos son los únicos que se atreven a decir la verdad. Es lo que he oído desde que era pequeño y debo responder que hay mucho de verdad en esa sentencia. He conocido a muchos borrachos, de distintas procedencias, y casi todos ellos han estado desprovistos de resistencia ante el torbellino oratorio de la propia vanidad.

Cuando así me expreso, los reunidos llevamos ya algunas copas, y surge la discusión al respecto de la influencia del alcohol en los comportamientos. Y, naturalmente, cuando los participantes de la tertulia estamos ya hartos de opinar sobre los políticos, surge la respuesta acerca de que los menores de edad suelen ser tan imaginativos como para desnudar al prójimo con sus opiniones.

De los borrachos, no he conocido a ninguno que tienda al mutismo y a la gravedad. Son charlatanes recalcitrantes: beben para charlar y charlan para beber; cadena difícil de romper. Quien así se expresa es persona que suele tener buen beber. Pero, aun así, no se para mucho en barras en cuanto se ha echado ya dos vinos al coleto.

Con los dos vinos haciendo su labor de desinhibición, un componente de la tertulia en la cual participo, me dice que en un despacho, situado en la planta tercera del edificio municipal, hay un sofá que será cambiado por orden expresa del político que lo va a ocupar, debido a que en dicho mueble se han venido manteniendo relaciones sexuales a tutiplén.

El político, en cuestión, parece ser que no acaba de asumir que en ese lugar y en ese sofá, su morador habitual hubiera disfrutado plenamente de unas relaciones sexuales tan satisfactorias como provechosas para el organismo. Cual lo hicieron, en su día, algunos presidentes estadounidenses en el despacho Oval. Y, por consiguiente, lo primero que se le ha ocurrido es ordenar que el referido sofá sea llevado al desván; espacio destinado normalmente a guardar objetos en desusos.

De ser yo anticuario, es decir, de ser yo coleccionista de objetos que han propiciado escándalo a escala nacional, ahora mismo acudiría a quien proceda, con el fin de poder hacerme con el sofá en cuestión. Con ese sofá donde un político perdió todo su poder, que parecía omnímodo, porque se quedó prendado de una mujer que daba la talla en el improvisado catre.

Ese sofá, en el cual se fue labrando la ruina de un señor que mandaba tela, pero tela marinera en la ciudad, tiene un valor incalculable. Tan incalculable como para situarlo en una sala adecuada, con un buen contador de historias, para que narrara que en ese asiento mullido con respaldos y brazos para dos o más personas perdió el oremus el hombre que partía el bacalao en esta tierra.

Así, no me cabe la menor duda de que la sala sería invadida diariamente por un personal ávido de conocer el sofá transformable en cama donde los encuentros carnales de un político cambiaron radicalmente el ser de un partido que se bebía los vientos por un líder a quien las mujeres le gustaban, y le seguirán gustando, como a todo hombre que piense bien. En fin, la noticia radica en que he sido informado de que el sofá, que durante muchos años ha ocupado sitio en un departamento de la tercera planta municipal, será cambiado. Porque su nuevo inquilino parece ser que detesta que en él hayan cohabitado hombre y mujer. Hay gente pa tó.
 

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