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                     Cierto es que las ávidas arcas de 
					la Seguridad Social necesitan ingresos con carácter urgente 
					y cuanto mayor número de afiliados coticen, mucho mejor. 
					Pero también es evidente que el servicio doméstico en Ceuta 
					y en Melilla llevado a cabo por asistentas transfronterizas 
					es un fenómeno que presenta una idiosincrasia específica que 
					nada tiene que ver con el resto de España. Es una 
					confluencia de intereses: a las familias les interesan 
					empleadas de hogar a precios razonables y a las trabajadoras 
					marroquíes les interesa ganar un sueldo. 
					 
					Hasta ahora las relaciones de empleadores y empleados en el 
					servicio doméstico se han basado en la simple palabra, con 
					excepción en la Península de las asistentas o internas 
					extranjeras, sobre todo sudamericanas y ucranianas que sí 
					han necesitado un contrato de trabajo para poder acceder a 
					la residencia y a los derechos que ello conlleva. 
					Indudablemente el servicio doméstico es una actividad con 
					horarios laborales mucho más flexibles, sobre todo en el 
					caso de las asistentas en régimen de internas que es algo 
					que en el resto de España se está casi perdiendo porque los 
					sueldos son prohibitivos para una familia de economía media. 
					En Ceuta, afortunadamente los salarios son más razonables e 
					incluso con el esfuerzo por parte del empleador de pagar las 
					cuotas de la Seguridad Social del empleado, la relación 
					laboral continúa siendo ventajosa en el sentido de que no se 
					alcanzan los precios de la Península. 
					 
					En lo relativo a la contratación de extranjeras cuando en 
					Ceuta existen numerosas mujeres en situación de paro que 
					podrían desempeñar la misma actividad que una 
					transfronteriza, el criterio que prevalece es la de la 
					libertad del empleador para decidir quien quiere que entre a 
					trabajar en su casa y a qué persona en concreto se confía la 
					responsabilidad de cuidar a los niños o a los abuelos y 
					hacerse cargo de las tareas del hogar. ¿Cuantas veces hemos 
					oído el hacer referencia a una empleada doméstica con la 
					frase “es cómo de la familia”? Porque realmente la empleada 
					pasa a convertirse en parte del núcleo familiar con una 
					relación laboral basada en la confianza, de ahí que los 
					casos de empleados infieles a sus empleadores que se 
					aprovechan de las circunstancias, por ejemplo, para realizar 
					un robo o un hurto, aparezcan con la agravante de “abuso de 
					confianza” cómo circunstancia modificativa de la 
					responsabilidad criminal. Pero, leyes aparte, sí es cierto 
					que muchas ceutíes que se encuentran en el paro podrían 
					trabajar contratadas por familias. De hecho la situación de 
					crisis ha hecho que muchas trabajadoras que se han quedado 
					sin empleo por el cierre de sus empresas han tenido que 
					acudir a las agencias que se ocupan de buscar servicio 
					doméstico para las casas y pasar de estar detrás de un 
					mostrador o incluso en una oficina, a trabajar “por horas” o 
					emplearse en cuidar a ancianos o a personas incapacitadas. 
					Trabajos que antes parecían desempeñar tan solo las 
					inmigrantes están pasando a ser ocupados por mujeres de una 
					clase media empobrecida, cuando no arruinada, por la crisis. 
					Exactamente igual que pasa en las campañas agrícolas donde 
					los parados españoles están sustituyendo a los extranjeros 
					¿Y resulta insolidario dar trabajo a extranjeras teniendo a 
					cientos de españolas en el paro? Son circunstancias muy 
					especiales e impera la libertad de elección de las familias, 
					unas familias que a los precios de la Península tal vez no 
					podrían tener a una empleada de hogar. 
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