Mi amigo Pepe Jiménez “El
Bigote”, que en paz descanse, cada vez que hablaba de
gafes solía extender los dedos índices y meñiques de la
manos. Y cuando yo le preguntaba por qué hacía semejantes
gestos, me respondía que, aunque él no creía en gafes, sí
consideraba prudente echar mano de la conjura habitual. De
modo que le haré caso.
Mi amigo, lector empedernido de ABC desde que tuvo uso de
razón, era devoto fiel de las columnas de Jaime Capmany.
Demostración palpable de estar en posesión de muy buen
gusto. Ya que las columnas del maestro murciano daban
siempre motivo para la risa y, por tanto, para levantarle la
moral a cualquier pobre de espíritu.
Capmany tenía fama bien ganada de descubrir un gafe a mucha
distancia. Conocimiento que achacaba a las buenas relaciones
tenidas en Italia, durante la etapa que vivió en Roma, con
el profesor Occhipinti; especialista consumado en gafes,
cenizos, aguafiestas, malas sombras, etcétera. Y sus
derivados, claro está: sotanillos, manzanillos y otras
especies de las cuales hay que cuidarse muchísimo. Ya que
son portadores de tan mala fortuna como para que disfruten
de la condición de gafados de alto nivel.
Yo he conocido a muchas personas que han preferido ser
tachadas de cualquier cosa, por más que no fuera de buen
gusto, antes que saberse incluidas en la cofradía de las que
tienen mal bajío. Fue sonado el mal momento que vivió
Luis Yáñez, político socialista, cuando la majestuosa
pluma de Capmany lo destacó como “el gafe de la Bética”,
cuya simple presencia era causa inexorable de naufragios,
apagones y toda clase de catástrofes. Y qué decir de
Leopoldo Calvo Sotelo que, al tomar posesión,
desencadenó un golpe de Estado…
En Ceuta, ustedes lo recordarán, hubo un concejal de
Festejos que todos los actos acababan yéndosele a la deriva.
Por una u otra causa. Era gafe. Pero no para él. Que supo en
todo momento aprovecharse de las circunstancias de su cargo.
Su cenizo, en este caso, se cebaba en los demás. En todo los
que ansiaban la llegada de los festejos para divertirse.
Hay gafes que están llamados a que no les salga nada bien a
ellos. Por lo que pueden entrar en el apartado de los
calificados como ‘pupas’. Y, por tanto, no son peligrosos. Y
hasta de vez en cuando llegan a disfrutar de la ausencia de
mala suerte. Y entonces, verbigracia, resulta que va el
Atlético de Madrid y gana la Liga de Europa a un Athletic
cuyo entrenador, Marcelo Bielsa, sufre en silencio lo
que dicen de él en Argentina: que por ser mufa -gafe en
España-, nunca gana una final. Pronto tendremos la
oportunidad de comprobarlo en la Copa del Rey.
Cuando se habla de lo ocurrido en la Liga, es decir, de ese
final agónico en el cual el Villarreal se fue al garete en
apenas dos minutos, suena, desgraciadamente para él,
Miguel Ángel Lotina como entrenador que lleva años
atrayendo la desgracia del descenso allá donde va. Ni
siquiera le vale haber intercalado éxitos sonados entre sus
fracasos. Que han sido, conviene decirlo, varios. De ahí que
lo hayan apodado de tan mala manera que, si vuelve a
entrenar, más que motejarlo de M.A.L.O., Alatriste y Rey del
descenso habrá que reconocerle un valor espartano.
Quienes me conocen y saben qué pienso de los gafes,
desearían que hablara de uno tan principal cual cercano.
¡Lagarto, Lagarto! (Ah, Tito Vilanova debería hacer
un cursillo acelerado sobre gafes).
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