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OPINIÓN - DOMINGO, 13 DE MAYO DE 2012

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

Por un gran pacto por la sanidad

Por Antonio Alarcó


Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que en nuestro sistema público de salud trabajan los mejores profesionales, con ratios de calidad a la altura de cualquier país europeo y puntero en materia de investigación, con independencia de quién lo gestione en cada momento determinado. Da respuesta a un derecho ciudadano de elevadísimo coste que en España es una de las patas en que se asienta el Estado del Bienestar, pero sin olvidar que es un derecho al que sólo accede un 20% de la población mundial. El aumento del déficit público obliga a todos los sectores a priorizar, pero la sostenibilidad y preservación de un servicio esencial en tiempos de escasez como los actuales han de quedar aseguradas. Cierto es, y los ciudadanos somos los primeros en comprenderlo, que no puede haber de todo para todos durante todo el tiempo, pero también lo es que debemos mejorar en todas las facetas que colaboren en la gestión de lo que tenemos.

Dentro del programa de reformas y ajustes que el Gobierno está desarrollando con el único fin de que este país sea sostenible y vuelva a funcionar, la ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Ana Mato, ha planteado a los responsables autonómicos de esta área en las distintas comunidades autónomas las medidas de reforma del Sistema Nacional de Salud, que garantizan que la sanidad en España siga siendo pública, universal y de calidad.

Con el objetivo final de llegar a un gran pacto que avale la viabilidad del sistema y garantice un nivel asistencial uniforme en todo el país y una misma cartera de servicios, se ha aprobado una reforma que supone un verdadero mensaje de tranquilidad y confianza en el futuro.

El plan de reforma permitirá generar un ahorro que supera los 7.000 millones de euros, esto es, en torno a un 10% del gasto sanitario público, pero muy especialmente asegurará un Sistema Nacional de Salud sólido y una cartera básica de servicios, en el que todos los españoles, con independencia de la comunidad en la que vivan, tengan acceso a las mismas prestaciones sanitarias.

Obviando estos y otros muchos avances, se ha pretendido cargar las tintas en las medidas dirigidas a poner en valor el medicamento. España es el segundo consumidor mundial de fármacos, y destruye cada año 3.700 toneladas de medicamentos pagados, porque han caducado o no se han utilizado. Limitar esta tendencia ahorraría a nuestras arcas públicas más de 1.000 millones de euros.

La polémica que se ha querido generar de forma maliciosa en torno a esta reforma es poco menos que absurda. Para empezar, los desempleados de larga duración no tendrán que pagar por los medicamentos. Nada. En el resto de los casos, la aportación del usuario a los fármacos se hará de manera más justa que hasta ahora, en función de la renta.

Los pensionistas con menos recursos, es decir, aquellos con pensiones no contributivas, también quedarán exentos, mientras que los ciudadanos con rentas más altas, es decir, iguales o superiores a los 100.000 euros anuales, pasarán de pagar el 40% de los fármacos, como hasta ahora, a aportar el 60%. Una apuesta por la equidad y la racionalidad.

En cuanto a los jubilados, los pensionistas con rentas bajas sólo pagarán el 10%, con un tope de ocho euros al mes. Las familias numerosas, además, ven rebajada su aportación anterior al sistema y tan sólo pagarán el 40%.

Pero es que, además, la reforma se ocupa de uno de los aspectos que hasta ahora nadie había querido tocar, el complicado asunto del llamado turismo sanitario, por el que se ha desangrado en los últimos tiempos la sanidad pública, ya que se estaba asumiendo, con cargo a nuestras arcas, la asistencia de personas que ya tienen este servicio en sus países de origen.

Se estima que unos 700.000 extranjeros han accedido sin derecho a la tarjeta sanitaria, lo que ha ocasionado un gasto de 917 millones de euros. Para evitar, por tanto, que haya ciudadanos de otros países con solvencia económica que puedan beneficiarse gratis de los servicios de calidad que presta España, se llevará a cabo una adaptación a la normativa europea, de manera que podamos facturar de manera directa al país de origen estas intervenciones.

Son muchas las ventajas que incorpora este reforma, por más que Rubalcaba y su grupo se hayan apresurado a descalificarla y a alentar a los ciudadanos a salir a la calle a protestar en su contra, cayendo en una grave irresponsabilidad, cuando el déficit que ellos crearon sí puso en peligro pensiones, sanidad y educación.

La sanidad del siglo XXI ha de ser personalizada y cercana, manteniendo una buena relación médico-paciente, en la que sea posible elegir el especialista que queremos que nos trate, con más y mejor información, y la resolución de retos pendientes como las historias clínicas telemáticas y la receta electrónica, que dependen del correcto aprovechamiento de las nuevas tecnologías. Esos logros se culminarán, seguro, después del ahorro que producirán las medidas aprobadas estos días, que sientan las bases del anhelado Pacto por la Sanidad, que avale la prevalencia de un sistema cuya calidad es fruto del trabajo denodado de millares de profesionales que ponen su esfuerzo y formación al servicio del ciudadano. Y eso no se paga con dinero.

*Senador del Partido Popular
 

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