Siempre trato de hablar de lo que sé o he experimentado en
primerísima persona y en el caso del bar “Mis Amigos” que se
encuentra enclavado en el centro de la Gran Vía ceutí, léase
en plena Milla de Oro urbana, puedo considerarme una
“experta” en el tema ya que es un fragmento desgajado de la
cocina malagueña, sevillana o gaditana y conocí a Pedro, el
propietario y a su esposa cuando buscaba, llena de anhelo
“los sabores del hogar”. Y eso que esta escribidora es de
poco comer, pero ¿Quien puede resistirse a una tapa humeante
recién salida del perol de los callos picantes? Igualitos en
las tascas sevillanas de los Remedios y nada tienen que
envidiar a los que te pueden servir en la Plaza de Cascorro
madrileña. ¿Y el choco con sus patatas guisadas y su salsa?
En Málaga se llama “jibia” aunque Pedro que es cocinero
insiste en que el choco es una cosa y la jibia otra. ¿Y la
mano de este mago de la cazuela andaluza? Oro molido. De la
cocina que está en el primer piso van bajando cacerolas de
vapores olorosos y enloquece la rosa de los vientos que es
una manera culta de decir, que con los aromas el comensal
pierde un poco la noción de en qué España se encuentra, si
en la peninsular o en la extrapeninsular, que son de
idéntica leche, con la salvedad de que en la una se pagan
peajes y en las otras billetes de barco.
¿Mi plato predilecto en “Mis Amigos léase “Casa de Andalucía
en Ceuta”? No lo sé. Pedro es el que me va diciendo y cómo
diría mi santa madre “me obliga a comer de todo” poca
cantidad, pero de todo. ¿Y esos “bocaditos” de embutidos
ibéricos de ultracalidad? ¿Y esa pata de jamón omnipresente
con su tabla jamonera, su cuchillo y ese corte en lascas que
parecen de papel? Pata negra auténtica. Y los jamones vuelan
porque son la Gloria de Dios y los salchichones de varias
clase y el lomo embuchado y los choricillos y esa morcilla
que es puro testimonio de la Iberia profunda. Por mí comería
de “bocaditos” pero el problema de “Mis Amigos” es que los
clientes acaban conociéndose y nace amistad y buen ambiente
a cualquier hora del día y ya se sabe que “donde hay
confianza...”. En la Gran Vía es de los últimos en echar la
persiana y constituye una especie de parada obligatoria para
quienes salimos tarde de ganarnos el pan con el sudor de
nuestra frente “Pedro, un bocadito pequeño de lo que sea”
respuesta “No. Hoy hay choco buenísimo, así que una
cazuelita de choco” Parpadeo “¿Pero el choco es carne o es
pescado?” Porque me sonaba “choto” a carne y cuando el
cocinero me puso lo que él estimó oportuno y consideró más
beneficioso para mi salud, apoyado por su esposa que, por
cierto, estaba dándole un festival a una cazoleta de guiso
de choco, al masticar determiné que aquella delicia
culinaria era nuestra jibia malagueña de toda la vida que
cocinan los pescadores de las playas del Palo con unas manos
y un arte que parecen ángeles benditos.
¡No me he quitado yo hambre en “Mis Amigos”! ¿Y las coquinas
con esa salsilla al vino y el toque de ajo? ¿Y las patatas
picantes? ¿Y las pipirranas que no las hacen mejor en
Chipiona? ¿Y las ollas de guiso de carne? ¿Y las tablas de
embutidos ibéricos o de quesos de diez clases distintas?
¡Sálvenme los Santos Serafines de pecar por gula! Pero
aquellos que sean “de buen comer” ahí se pueden poner las
botas. Cómo cuando llegan los marineros rusos que se pirran
por nuestra buena “pringá” por los sabores patrios que
llevamos grabados a fuego en el ADN que no tiene nada que
ver con el DNI, son cosas distintas y a veces muy distantes.
Pero el caso es que los ruskis van paseando, huelen y se
extasian ¿Y esa terraza con mobiliario postinero y un
sombrillón cómo una inmensa seta blanca? Tapear a la
fresquita de la sombra, veo a la clientela degustar vinos,
yo degusto coca cola o café, veo pasar esas cazuelas y esas
tablas grasientitas y sabrosas y me dispongo a almorzar lo
que Pedro tenga a bien.
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