Gracias a las actividades del
Centro Asesor de la Mujer, concretamente por su Taller de
Encuadernación, recordé mi último año en Ceuta antes de
venirme definitivamente a Catalunya.
Aquel último año, con 17 años, tenía un negocio de papelería
y encuadernación en la calle del Teniente Arrabal, esquina a
la calle Fernández, en el local de un vetusto edificio de
dos plantas con un patio interior de típico carácter
andaluz, hoy transformado en un moderno edificio con el
local convertido en un Centro de Formación Continua.
Aquel local tenía dos dependencias, la primera era usada
como tienda y la segunda como taller de encuadernación. Era
un local a la vieja usanza, con paredes gruesas de piedra y
adobe engrosadas con miles de capas de pintura,
preferentemente cal, que me servía al mismo tiempo como aula
autodidacta.
Los libros que encuadernaba eran tomos muy serios, grandes y
de mucha lectura.
Entre todos los que trabajé destacaban tres tomos enormes
dedicados a las aventuras de “El soldado desconocido”, cuyo
autor fue el finlandés Vaïnö Linna (1920-1992), y cuyo
rostro aparecía en los billetes finlandeses hasta la
aparición del euro.
Tardé bastante tiempo en terminarlos porque los leía
previamente de principio a fin.
Fue el primer libro que levantó algunos sentimientos en mí y
que me hizo ávido lector de cuántos libros pasaban por el
taller. Ello redundó, beneficiosamente, en mi desarrollo
educacional.
También influyó bastante, en mi afición a la lectura, un
primo que era, en aquella época, teniente coronel de la
Legión y luego de Regulares (o al revés, no recuerdo), Lucas
de Torre Lara, y cuya madre, hermana de mi madre, era mi
madrina. Su hermana, Antonia, sigue en Ceuta y está casada
con el capitán José Pita Ruiz, muy popular en lo que fue
Talleres del Parque de Automovilismo y en cuyo recinto
dispone de una placa en su honor.
Mi primo disponía de una bien nutrida biblioteca en la que
destacaba la serie completa de la escritora inglesa Agatha
Christie, entre otros muchos libros interesantes. Aparte de
los libros, que él mismo encuadernaba, me entrenaba como
futbolista en un pequeño terreno de su finca, allá por la
carretera del Serrallo.
Lucas de Torre Lara fue directivo del Imperio de Ceuta,
cuando militaba en tercera división.
Encima del taller residía un militar de apellido Ortiz, gran
bebedor de whisky, que me enseñó a dibujar al lápiz, al
carbón y a la tinta.
Me enseñó varios trucos para dibujar, a pesar de que ya
tenía conocimientos sobre este arte merced a mi amistad con
Claudio Tinoco que, en su casa de la calle Teniente Pacheco,
dibujaba un montón de historietas para varias editoriales de
“tebeos” muy en auge por aquella época.
La influencia cultural, que aquellos tiempos dejaron en mí,
resultó a la larga muy beneficiosa por cuanto me permitió
proseguir estudios que de otra manera ya habría dejado de
lado.
Estos y otros muchos recuerdos me vinieron a la mente
gracias, repito, al Centro Asesor de la Mujer y su Taller de
Encuadernación, aunque me pregunto el porqué de ser, el
Taller, solamente para la mujer.
Todo esto, además de mis frecuentes visitas a la redacción y
taller del otro periódico ceutí, me forjaron como ávido
lector y mediocre escritor que, sin embargo, no me impide
escribir crónicas y artículos que, gusten o no, se siguen
publicando en los medios de comunicación.
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