El juicio oral de esta causa,
delicada, porque se trataba de una acusación entre
compañeros de la Benemérita hizo correr hace unas fechas
ríos de tinta. No era un tema fácil de dilucidar ya que
tenía un fondo oscuro de intereses encontrados, represalias
e inmensa mala leche.
Lo cierto es que desde estas páginas anunciamos que no
considerábamos “excesivamente creíble” la versión del
denunciante y mucho menos aún al conocer la segunda parte y
el quinario que hubo de padecer el, hoy capitán, por haber
contraído matrimonio con una señora musulmana. Recalcar lo
de “señora” en honor a la familia de esta dama, personas de
reconocido prestigio social y cultural. Así mismo andaban
por medio antiguas inquinas por el buen trato siempre
dispensado por el acusado, a los detenidos, en unos tiempos
bastantes turbulentos en esta ciudad y en los que no se era
institucionalmente, garantistas en exceso. Así una
conjunción de factores, más lo que hoy se evidencia cómo una
presuntamente clara denuncia falsa, sentaron en el banquillo
a un buen Guardia Civil y mejor abogado.
Evidente “olor a chamusquina” mucho encono en las
acusaciones, disturbios mentales por medio y lagunas por
doquier. Lo suficiente cómo para que el ponente haya bordado
una sentencia absolutoria de las que hacen Jurisprudencia.
En plan “atado y bien atado” con mucho Fundamento de Derecho
de por medio, meticulosa hasta superar los límites de lo
imaginable y rotunda hasta hacer que cualquier intento de
recurrir aparezca de entrada cómo absurdo e infundado. ¿La
postura de quien, durante años ha soportado el suplicio de
ver su buen nombre puesto en la piqueta? Lo ignoro por el
momento, pero no hay que olvidar que es abogado y de los
batalladores y lo mismo no se conforma con un “aquí no ha
pasado nada” y con poder al fin respirar con alivio porque
se ha hecho justicia. ¿Y cual es el precio por verse durante
años pendiente de un juicio y de una sentencia definitiva?
Inconmensurable. No existe precio para paliar la
preocupación, el sentimiento de impotencia y la amargura al
ser injustamente acusado y encausado. Y en un asunto
bastante proceloso, con denuncias que se entrecruzaban,
superiores que en su día dejaron mucho que desear,
prejuicios raciales y religiosos intercalándose e infinitos
dobles fondos y dobles morales. ¿La presumible sensación de
F.L.G.? Más que alivio, agotamiento, porque estos
procedimientos que se alargan en el tiempo extenúan a los
encausados y desgastan psicológicamente, por más que, el hoy
absuelto de todos los cargos, sea por su profesión, vocación
y talante, un hombre de los que no se suelen ni arrugar ni
achicar, con la salvedad de que unos de sus niños se ponga
enfermo aunque sea con un catarro. Por el resto sobran
agalla y retranca.
El pálpito es que la resolución judicial que absuelve a este
capitán de la Benemérita de un delito contra la integridad
moral y denuncia falsa, es una especie de despliegue de
conocimiento jurídico y de sólida argumentación, bien
estudiada y casi desintegrada en cuanto a los hechos, a modo
de simbólica compensación moral. La sentencia es de las que
“merecen la pena” porque existe el doble mérito de haber
hecho justicia y de haberla hecho en uno de los temas más
confusos que puedan haber pasado por la Audiencia de Ceuta.
Los testimonios parecían relatados “a medias”, las pruebas
eran “medianas” y cogidas con alfileres por parte de la
acusación, aquello no se mantenía ni poniéndole cemento
armado, con el plus del morbo maligno de ser un asunto entre
Guardias Civiles en el ejercicio de sus funciones. El fallo
resulta difícil de recurrir, porque los recursos de casación
tienen que ir muy sólidamente fundamentados y “atacar” esa
sentencia es casi imposible. Demasiadas horas encima del
procedimiento y mucho virtuosismo penal. ¡Chapeau!
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