Sé quién es Quique Pina.
Por más que nunca haya cruzado palabra alguna con él. Sé que
el presidente del Granada se maneja muy bien cuando se trata
de ascender a equipos. Lo que le concede el derecho a ser
tenido cual experto profesional de cuanto está relacionado
con un deporte cuyos secretos y entresijos son tantos como
para que se hayan convertido en vericuetos. Porque acceder a
ellos resulta tarea difícil y complicada.
Precisamente por ese conocimiento que le otorgo a QP de las
interioridades del deporte más atractivo y universal, sobre
todo de su sentina, la perplejidad me pudo cuando vi al
presidente del Granada largar en la previa del partido
frente al Madrid, en Canal Plus. Pues su táctica, en
momentos donde todas las miradas convergían en él, la de
propalar las miserias de una Liga donde los amaños, según
Pina, son frecuentes, era muy arriesgada. De hecho, su
denuncia hizo que sus jugadores, tras escapársele una
victoria que tuvieron a su alcance, arremetieran contra
Clos Gómez; árbitro nacido en Zaragoza y al que le
achacaban ser un fanático seguidor del equipo de su tierra
El presidente del Granada, aunque eligió mal momento para
denunciar a voz en grito y ante tan grande audiencia, la
podredumbre que reina en el fútbol, no hizo sino dar fe de
algo que viene siendo un secreto a voces desde hace ya la
tira de tiempo: que la venta y compra de partidos son una
realidad y que las componendas de todo estilo se suceden en
el tramo final de la Competición.
En el tramo final de una Liga, allá en los años setenta,
quien escribe se vio obligado a denunciar un hecho corrupto
que implicaba a directivos del equipo al cual yo entrenaba y
que fue escándalo nacional e internacional, porque era la
primera vez que se cogía a un tío haciendo entrega de una
bolsa repleta de billetes para que mis jugadores se dejaran
perder frente al Mestalla.
De aquel caso, de corrupción, recuerdo cómo Pablo Porta,
presidente de la RFEF, entonces, dedicó elogios encendidos,
y públicos, a mi comportamiento. Por haber denunciado el
hecho. Luego, casi inmediatamente, me pasaron una llamada
suya para decirme que bien podía haberme quedado callado.
Que mi acto de honradez sólo iba a ser motivo de
complicaciones para todos. Y que yo sería el primero en
sufrir las consecuencias (de aquel primer soborno
descubierto, pueden tener información, si lo desean, en el
‘Diario As’; periódico que más atención le dedicó a hecho
tan lamentable).
En la temporada 79-80, el Portuense, entrenado por mí,
jugaba en Vall de Uxó. Su entrenador, Pesudo, me dijo
lo que le ofrecía la Agrupación Deportiva Ceuta por ganarnos
o empatarnos. Equipo que envió a dos emisarios con el
dinero. Cuyos nombres me reservo. El partido acabó empatado.
Los emisarios salieron corriendo con la pasta y a Pesudo se
le quedó cara de tonto. Pero una semana antes, en Sevilla,
la ADC perdía por dos goles a cero con el Sevilla Atlético,
faltando nada y menos para la conclusión del encuentro. Y
acabó ganándolo. Valero, entrenador local, jamás volvió a
trabajar para el Sevilla.
El Portuense no ascendió. Quedó el tercero. Por detrás de
Linares y Ceuta. Años más tarde, en conversaciones privadas,
me fue posible oír a varios corruptos jactarse de cómo
compraron voluntades para conseguir el éxito del que siguen
presumiendo. Así es… el fútbol.
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