Los estudios universitarios de
Periodismo están siendo infravalorados cada vez más. Incluso
hay directores de grandes medios que no se cortan lo más
mínimo en decirnos que al periodismo se debe poder acceder
desde cualquier sitio. Lógicamente, lo ideal sería que los
profesionales llegaran con estudios suficientes como para
estar en posesión de un bagaje cultural. Licenciados en
otras ramas del saber, dispuestos a aprender el oficio
cuanto antes.
Hay buenos periodistas, periodistas regulares, y periodistas
a los que no les gusta el oficio. Un tipo que no lee libros
y que no sabe escribir bien, tampoco habla bien, y a lo
mejor ni siquiera piensa bien. Yo recuerdo que, estando en
el periódico decano, conocí a un periodista que escribía más
que bien; pero que había hecho periodismo porque sí.
Me van a perdonar que no mencione su nombre. Aunque sí diré
que su hermana, una mujer estupenda, me dijo un día que la
ilusión de su hermano había sido siempre hacer la carrera de
medicina. Ahora bien, como no le fue posible, estudio
periodismo. Que no le hacía tilín. Por tal motivo, un buen
día aceptó un empleo y abandonó el periodismo. Una actitud
digna de encomio.
Durante mis muchos años escribiendo en una redacción, he
sido testigo de muchas conversaciones de jóvenes
periodistas, titulados, que aprovechaban el menor motivo
para renegar de la carrera realizada. Se sentaban a la mesa
con una desgana pavorosa y ponían manos a la obra más que
refunfuñando poseídos por un cabreo monumental.
Terrible situación de unos profesionales que están para
decirle a la gente lo que le pasa a la gente. Y que han de
afrontar la tarea entusiasmados para entusiasmar a los
lectores. De no ser así, el ser periodista licenciado es
nada y menos. Más bien menos. Pues debe de ser un trauma
ejercer una profesión detestada.
El ser periodista no es fácil. Lo digo mediante el
conocimiento que he ido adquiriendo durante tantos años
compartiendo con ellos tajo, conversaciones, alegrías y
hasta desencuentros. Y si hace años no era fácil, qué decir
de los momentos que estamos viviendo. Una crisis económica
galopante y que está poniendo a los medios en un estado de
precariedad que asusta.
Así, sometidos los medios a recortes de publicidad
institucional, y sufriendo la pérdida de muchas de las
empresas que habían venido anunciándose, las redacciones
acusan el hecho de manera lastimosa. El número de
profesionales ha bajado ostensiblemente, y parece ser que
todavía los editores no han conseguido el más difícil
todavía: que los pocos periodistas que permanecen sean
capaces de multiplicarse en el desempeño de una labor que
sigue siendo fascinante. ¿Cómo lograrlo? Alguien me decía,
días atrás, que quienes saben ganar dinero han de ser
también capaces de pensar bien.
Pero volvamos a los periodistas. Periodista puede ser
cualquiera; cualquiera que se prepare para ello. Los
opinantes, en cambio, no tienen por qué ser periodistas.
Pueden serlo quienes quieran. Siempre y cuando demuestren
preparación y aptitudes para contar cosas. Contar bien las
cosas es, sin duda alguna, lo que quieren los lectores.
Lectores que se acostumbran a leer una firma y cada día
acuden presurosos a buscarla. Quien escribe opinión, pues,
ha de trabajar duramente y vivir entusiasmado con su
quehacer.
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