Como no han puesto todavía las
sombrillas ecológicas en las playas, no sé si es porque se
las donaron al mohamed o porque aguardan impacientes en las
naves del Ayuntamiento a que pase este vendaval lluvioso, el
caso es que me he socarrao al sol de mediodía tostándome
como se tostaban de rojo cangrejero aquellos pueblerinos de
los de boina calada y pantalón de pana, que se dejaban caer
en la canicula por Benidorm, allá en los años 60. Anteayer
vamos.
Claro que la chicharrera ha merecido la pena viendo el
ambiente festivo y multicolor que se extendía por la arena
este pasado festivo, primero de mayo, mes de con flores a
María, en que parecía un desembarco laight de los aliados, o
sea, otro Día “D”, un 6-J, con tanto “cacharro” varado en
primera línea de playa: colchonetas, toallas, mochilas,
cubos, palas y rastrillos; todo un mercadillo variopinto
como antesala al baño que ya está aquí. Menos mal que
acudieron raudos los vendedores de: “hay vitamina, hay
vitamina paisa”, para levantar al gentío herido por tanta
balacera.
Sol y playa. Ceuta en esencia. Saludable costumbre. Sólo que
como no han puesto aún las redes anti-medusas -de éstas sí
estoy seguro que no las regalan a nadie porque son muy
trabajosas, cachis-, de tanto penetrar mis ojos entre las
olas tratando de localizar esos cuerpecitos gelatinosos a
flor de agua, las primeras de la temporada, la sal me
salpica, me escuece, me abrasa; por cuanto me retiro de esta
réplica de playa normanda con el mirar encendido mas
presintiendo, no sé por qué extraña razón, que tengo sus
miradas clavándose en mi cogote. Otro día será, ladinas.
Que de tanto mirar me duelen hasta las pestañas, que de
tanto escrutar la orilla de la mar en busca de un imposible,
la vista se me despista, traicionera, sobre la popa
refulgente de unas mozalbetas que toman el sol bajo un
estallido de crisis, imaginen; y claro, pronto me levantan
el ánimo y más pronto aún vuelve a decar, el ánimo, bien
digo, porque…¡ay, mecagüen laleche!, un fortísimo rubor me
asalta el cuerpo al notar que la pirindola, la muy pillina,
tiende a escaparse por la entretela, dejándome en evidencia.
“¡Eres la polla, maja!”.
Tras la bronca, a nada asoma un rayo de sol de entre las
nubes cobardicas y ya bailan de contento los bencejos
(cuento con que los más alborotadores sean los que libero de
mi hogar, el que toman como okupas anidando de noche en el
codo del calentador, cuya llama vuela con ellos hacia la
libertad dejándome congelado bajo el chorro de la ducha,
aaahh). A poco se sueltan los mansos convertidos en palabras
sinceras y ya tiemblan los corazones. Que nadie condicione
tu libertad, amiga. Que no te amarren a otro destino que no
te pertenece. Y que vuelvan tus ganas de vivir. Estás a
tiempo.
Hay algo que te quiero decir. A tí, la musa de estos
párrafos. Que te busco en el centro para contártelo; que te
ojeo por Hadú para susurrártelo; y si fallan ambos intentos,
pues te abordo en mitad de la playa para gritártelo. A
cubierto bajo el sol.
Porque albergo la esperanza de encontrarte, antes que las
aguavivas a mí, y saber si te alegras de verme. Esta vez si
o sí.
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