La desgracia se sirve en bandeja.
El mundo está evolucionando hacia una economía de
depredadores, que hacen la vida insostenible a los más
débiles, en un clima de ociosidad y salvajismo sin
precedentes. Deberíamos negarnos a estar al servicio de los
mercados que no dignifican la vida de los seres humanos. No
somos máquinas al servicio del poder de turno. Vivir en
condiciones infrahumanas, realizar trabajos en
circunstancias inseguras, entrar en el juego de injusticias
que se podrían evitar, es verdaderamente una tragedia, con
un costo humano incalculable.
Poseemos una serie de normas internacionales que protegen al
ser humano y un sin fin de repertorios de buenas prácticas,
así como numerosas fechas que nos recuerdan la fragilidad de
las personas, sin embargo los riesgos son permanentes y
continuos. Algo habrá que cambiar, pues. Todos tenemos un
instante mágico, el instante del mundo será el día en que
nos movamos hacia un sí por la igualdad y un no por la
desigualdad. Al respecto, la lección del libro de la
naturaleza es todo un paradigma: en todas las tierras el sol
sale al romper el alba para todos los seres vivos y no
establece distinciones.
Sea como fuere, ante el aluvión de peligros, cabe subrayar
que la fortaleza ciudadana es lo que cuenta. Pienso que ha
llegado el momento de sumar esfuerzos, entre todos, para que
la seguridad y la salud en la cotidianeidad de la vida y,
también en los trabajos, formen parte integrante de las
estrategias destinadas a lograr un desarrollo más
equilibrado y ético. No se pueden seguir arrastrando las
consecuencias de tantas maldades vertidas unos contra otros.
Por desgracia, somos una sociedad en continuo riesgo, su
reducción es una tarea que requiere la participación de
todos los actores políticos, económicos y sociales. Las
altas tasas de desempleo, las diversas crisis de gobierno,
las corrupciones, el negocio de las armas, ha desencadenado
un círculo vicioso, que nos retrotraen al tiempo de las
cavernas.
Si no hacemos algo por cambiar nuestros modos y maneras de
vivir, pondremos en riesgo el planeta y, en consecuencia,
también a los propios moradores. Somos una especie en riesgo
de matarnos unos a otros. La escasez de agua que algunas
personas soportan, mientras otros la derrochan es un claro
ejemplo de la indiferencia ciudadana, ante los problemas de
sus semejantes. Los efectos de la contaminación del aire es
otra muestra más del egoísmo humano. El egoísta sería capaz
de pegar fuego a la casa del vecino para hacer freír un
huevo. Por otra parte, considero que el libre mercado no
puede regir el comercio internacional de armas. Es una
irresponsabilidad humana que los artefactos terminen en
manos de quienes no debieran. Muchas armas se envían a
países con un funesto historial de violaciones de los
derechos humanos o a donde se intensifican los conflictos.
Dicho lo anterior, propongo la defensa de un mundo libre de
riesgos humanos, mediante la reeducación de las gentes,
partiendo de la ejemplaridad de ejercicio de sus dirigentes.
Tan solo por la educación puede el ser humano llegar a
hacerse humano, o lo que es lo mismo, hermano de los suyos,
teniendo en cuenta que el principio de toda acción educativa
es predicar con el ejemplo. De lo contrario, seremos el peor
enemigo de nosotros mismos.
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