Casi seis millones de parados hay
ya en España. Y, según pinta la cosa, todo hace prever que
la cifra seguirá aumentando. Lo cual se irá traduciendo en
una suma y sigue de personas que se verán abocadas a pedir
auxilio en los comedores de Cáritas. Aunque pasen por el
duro trance que suelen pasar quienes sienten vergüenza de
esa condición. Y son muchos los vergonzantes. Más de los que
solemos imaginarnos.
El empleo: he oído muchas veces afirmar que el umbral de dos
o tres millones de parados sería intolerable en cualquier
sociedad europea. Pues bien, ya se ha llegado al doble, en
estos momentos, y sin embargo la calle no ha explotado. Pero
cuidado, porque al paso que vamos no estamos exentos de que
nuestro país sea escenario de disturbios sociales
gravísimos.
Entretanto, es decir, mientras que Mariano Rajoy no cesa de
hacer méritos ante la señora Merkel, los cuales consisten en
hacerle ver a ésta que él está dispuesto a dejar a millones
y millones de españoles en la estacada, o sea, en situación
tan comprometida como para que nunca más vuelvan a recuperar
el apetito, en España quien acapara la atención es Pep
Guardiola. Bendito sea Dios.
El adiós de Guardiola le ha servido al Gobierno para que
quede en segundo lugar la tragedia de saber que hay muchos
millones de personas sin empleo. Personas sin trabajo: que
es una de las mayores desgracias que pueden suceder en
cualquier casa. La de ver a un padre de familia
comportándose como si estuviera enjaulado como una fiera.
Una situación que jamás me cansaré de repetir por ser tan
nefasta cual propiciadora de derrumbe físico y moral entre
cuantos la padecen.
El adiós de Guardiola ha sido un respiro para un Gobierno
que ya debería olvidarse de que Zapatero ha sido presidente.
Ya está bien de mirar hacia atrás sin haber dado todavía un
paso hacia delante envuelto en algún atisbo de esperanza. La
esperanza de conocer que los brotes verdes van a surgir ya
mismo. De no ser así, mucho me temo lo peor. Porque, seamos
sinceros, cada vez que el número de parados salga a la
palestra no tendrá el Gobierno la suerte de la que ha gozado
ahora con la conferencia de prensa de un entrenador que ha
sido capaz de acaparar todos los focos nacionales y
extranjeros.
Hombre, puesto a pedir, el Gobierno desearía que la próxima
vez que se haga pública la cantidad de parados que está
generando en España la señora Merkel con el beneplácito de
nuestros gobernantes, salga diciendo José Mourinho que él se
va del Madrid porque está hasta los huevos de aguantar a los
hombres de Valdano que están emplazados en el Grupo Prisa.
De ser así, vamos, de cumplirse ese deseo, dentro de tres
meses o bien cuando principie el otoño, Rajoy disfrutaría de
otra tregua impagable. Tregua ocasionada porque la gente
está viviendo más que nunca la enorme rivalidad existente
entre Madrid y Barça. Auspiciada por dos técnicos que han
vuelto a dividir a España de la misma manera que lo hicieron
otros muchos personajes.
De momento es Guardiola quien ha salido al rescate de Rajoy,
de Montoro y de De Guindos, que son caras ancladas en
decirnos que son tiempos de vacas flacas. Pero si luego no
se le presenta la oportunidad de dimitir a Mourinho, o hay
revuelta, o muchísimos muertos por inanición. Que Dios nos
coja confesados.
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