Tiene 70 años, casado y con dos hijos. Nacido en San
Fernando (Cádiz), lleva en Ceuta la mayor parte de su vida.
Vehemente, apasionado, dispuesto siempre a debatir, tiene la
misma capacidad de generar amigos que enemigos. De lágrima
fácil y buenas acciones, no es menos cierto que ante sus
salidas de tono hay que procurarse refugio. No obstante,
cuando estaba en la cresta de la ola política, le llegó su
año horrible: 2009. Un año en el cual además de enfermar le
grabaron un vídeo sexual en su despacho. Ex vicepresidente
del Gobierno y también ex presidente del partido Popular de
Ceuta sigue afirmando “que fue una relación entre personas
adultas y con el consentimiento de ambas partes”.
Pregunta. ¿No le dijo nadie que le estaban preparando una
traición?
R. En realidad, tuve conocimiento de que algunas personas
estaban celebrando que mi enfermedad fuera lo
suficientemente grave como para alejarme de mis obligaciones
políticas. Pero no sabía nada acerca de la traición de la
que me habla. Aunque tampoco podría descartarla.
P. De usted decían sus enemigos que era intransigente,
terco, obstinado, y que estaban de sus salidas de tono
hasta… los dídimos. Y que lo mejor era que no volviera a
ocupar cargo alguno. ¿Qué le parece?
R. Simple y llanamente, que a veces, muchas veces, se llama
intransigencia a no decir amén a las posturas contrarias.
P. Es decir, que a su paladar lo que más le gusta es llamar
al pan pan y al vino vino.
R. Sin duda alguna. A mí me enseñaron, desde muy joven, a
hablar con total franqueza y claridad. Aunque reconozco,
habiendo vivido lo que me ha tocado vivir, que en política
decir la verdad no es rentable. Y a los hechos me remito.
P. ¿Reconoce, pues, que metió la pata al decir muchas veces
lo que sentía por estar convencido de que estaba rodeado de
amigos?
R. Por supuesto que sí. A estas alturas no cabe pensar de
manera distinta. Es cierto que yo nunca me distinguí por mi
diplomacia. Pues yo me dirigía a las personas con las que
gobernaba con entera confianza. Sin tapujos. Sin dobleces.
Confiando en que primaba la lealtad. Que no es otra cosa que
poder hablar en corto y por derecho. Pero.
P. Dígalo, no se me quede en ese pero descafeinado.
R. El pero significa que yo no conocía realmente a todos mis
enemigos ni en el partido ni en el gobierno. Y, por tanto,
me abría ante ellos como si tal cosa. Así me fue.
P. ¿Tampoco estaba al tanto de que el alcalde no quería,
bajo ningún concepto, que usted metiera a personas de su
cuerda en el equipo de gobierno?
R. Le aseguro que él nunca me insinuó lo más mínimo. Ni me
llegó ninguna información acerca de ese asunto.
P. Bien, yo le puedo decir que a mí me confesó en una
entrevista que le hice para la revista Siglo XXI, que si se
presentaba a las siguientes elecciones era para poder hacer
un gobierno de personas elegidas por él. Lo que le digo está
escrito.
R. Seguramente será así. Pero yo no sabía nada al respecto.
Aunque no creo que hubiera sido motivo de queja el que a mí
me diera por opinar sobre algunas decisiones, debido a la
amistad que nos unía.
P. Se dice que la política no es terreno propicio para la
amistad. Entonces, ¿cómo se le ocurrió alardear de que su
amistad con Juan Vivas era tan de verdad como para que la
caída de uno fuera capaz de arrastrar al otro?
R. Bueno, eso lo dije yo pero también lo dijo Juan Vivas. O
sea, el no dudó en propalar que si los dos habíamos entrado
en la política casi a la par también saldríamos a la par
llegado el momento.
P. Pero el que está fuera es usted.
R. Bien, porque como usted bien dice en política no hay
amistad.
P. Cambiemos de tercio. Dígame que se le pasó por la cabeza
cuando le llamaron para comunicarle que había algo contra
usted.
R. Me resulta imposible, porque no lo recuerdo, decirle que
pensé en aquellos momentos. Lo que llegué a creer es que
estaban…, bueno que estaban esperándome para contarme algo
de poca importancia. Algo referente a cualquier cuestión de
la que yo pudiera dar mi parecer. Pero jamás pude imaginarme
lo que iba a suceder.
P. ¿Por qué se asustó tanto cuando le hablaron de la
grabación sexual?
R. Porque me asusté… No puedo negar que me asusté en aquel
momento.
P. Y dio usted pie, naturalmente, a que se cumpliera el
tópico: quien se asusta y sale corriendo se lleva la peor
parte.
R. Así fue. Luego comprendí que nunca debí comportarme de
esa manera. Aunque no es menos cierto que traté de evitar en
todo momento perjudicar al partido.
P ¿Tan mal se lo pusieron?
R. Sí. Se me dijo que mi desliz podía dañar gravemente a
muchas personas y hasta que podía ser motivo de cárcel.
P. En el despacho al cual fue usted reclamado había dos
personas, según creo, ¿cuál de ellas se mostró dura como el
pedernal?
R. En estos casos, como bien sabe, siempre ponen por delante
a alguien que diga lo que otros piensan pero no se atreven a
decir.
P. ¿Fue Paco Márquez quien hizo posible que usted perdiera
los papeles y saliera del despacho corriendo y sin mirar
hacia atrás?
R. Bueno, esa es la persona que salió a relucir en su día.
P. ¿Es verdad que Paco Márquez, al cabo de cierto tiempo,
fue a su casa a pedirle perdón por haber actuado
descarnadamente contra usted?
R. De Paco Márquez debo decir que me ha demostrado que es mi
amigo y que sí puedo confiar en él.
P. Pero no me negará que fue Márquez quien lo puso entre la
espada y la pared.
R. Sí. Pero él no hizo sino cumplir con la misión
encomendada.
P. ¿Se arrepiente de haber salido corriendo?
R. Me arrepentí muy pronto. Jamás debí dimitir de mis
cargos. De hecho, mi abogado me lo ha dicho muchas veces.
P. ¿Qué temió más al escándalo o a lo que pudiera pensar su
familia?
R. Primordialmente, a lo que pensaran los míos. El escándalo
quedaba en segundo lugar.
P. ¿Tanta atracción ejercía sobre usted esa mujer como para
haber dilapidado su vida política y poner en peligro su vida
familiar?
R. A mí nada más me cabe decir que fue una relación entre
personas adultas y con el consentimiento de ambas partes. Y
no hay más.
P. Tras lo ocurrido, los hubo, muchos, que esperaron que
usted se fuera de la lengua y comenzara a denunciar
corrupciones y otras componendas. ¿Se le pasó por la cabeza
hacerlo? ¿Sigue dándole vueltas a ese asunto?
R. Nunca estuve tentado de hacerlo. Ni entonces ni ahora.
P. ¿Por qué no se atrevió a defenderse con uñas y dientes?
R. Porque yo creía, y perdone que me repita, que el hecho
podía causar daño a mi partido, al gobierno y a cuantas
personas habían confiado en mí. Bien es cierto, que, pasados
los primeros momentos de confusión, y tras hablar
detenidamente con mi abogado y otras personas cercanas a mí,
llegué a la conclusión de que me había partido de ligero.
Que dimití de manera tan alocada como absurda.
P. A mí me consta que usted se aceleró tanto por lo ocurrido
en el despacho donde le citaron para decirle lo de la
grabación, que fue incapaz de atender las llamadas que iba
recibiendo para decirle que no incurriera en el error de la
dimisión.
R. Lo que hay que entender es que el momento que me tocó
vivir no fue plato de buen gusto. Me sentí coaccionado,
perdido en aquellos momentos, y opté por buscar refugio
entre mi gente: mi familia. Sin detenerme a meditar lo más
mínimo en que dimitir me hacía renunciar a cuanto había
conseguido durante mi trayectoria política.
P. ¿Temió en algún momento salir a la calle, tras ser
sambenitado y expuesto a castigo en plaza pública?
R. Me sentí muy mal. La verdad sea dicha. Máxime cuando en
los medios de comunicación se me trataba como si yo hubiera
cometido una fechoría. Cuando yo ni había forzado a nadie ni
había hecho nada que la otra parte no hubiera aceptado.
P. En aquel entonces, soportando críticas acerbas, y siendo
perseguido sañudamente, cualquier prueba de amistad me
imagino que sería recibida por usted como una bendición de
Dios.
R. Cualquier palabra de aliento era recibida en mi casa como
el maná. Y ese comportamiento de algunas personas fue vital
para que poco a poco me fuera viniendo arriba. Y, sobre
todo, me produjo una enorme satisfacción comprobar que sí
contaba con el aprecio de esas personas. Lo cual, en mi
situación, no era moco de pavo.
P. ¿Cree que muchos dicen cosas malas de usted no por lo que
saben de su vida, sino por lo que usted sabe de la de ellos?
R. Quizá… Quizá esté usted en lo cierto.
P. ¿Tal vez le temen por su pasado con hábito?
R. Eso sería absurdo. Por razones obvias. Y en cuanto a
cualquier cosa relacionada con la política, tampoco haría yo
acusaciones a toro pasado. Lo cual es algo que nunca me
perdonaría. De modo que pueden estar tranquilos cuantos
estén temerosos o preocupados.
P. Pasado el primer momento de lo que fue considerado un
escándalo mayúsculo en la ciudad, durante el 2009, cuando
regresó a Ceuta, tras una estancia en la Costa del Sol,
¿tuvo la sensación de que en la calle se le miraba como a un
bicho raro?
R. En principio, debo decirle que yo me fui a pasar unos
días en la casa que tenemos en Málaga. Y que luego, cuando
regresé a Ceuta, paseé por sus calles sin que nadie me
agobiara ni con gestos ni palabras. Sino todo lo contrario.
Lo cual es algo que nunca podré olvidar. Aquellas pruebas de
afecto me ayudaron muchísimo.
P. ¿Logró usted ser perdonado por su mujer más pronto de lo
que esperaba?
R. Sí; tuve esa gran suerte. Conchita, mi mujer, estaba en
Inglaterra, cuando ocurrieron los hechos de marra. Y nada
más llegar, la puse al tanto de lo sucedido. Y obtuve su
comprensión y su disponibilidad para afrontar las
circunstancias.
P. ¿Dónde se mostró más nervioso ante quienes le obligaron a
dimitir o ante su mujer, a la hora de confesarle lo que
había pasado?
R. Donde yo me sentí indefenso, total y absolutamente, fue
ante Márquez y el presidente. Y, por ello, recuerdo que se
me vino el mundo encima. Ante mi mujer, debido a su
indulgencia, a esa benevolencia con la que supo oírme, todo
resultó muy distinto.
P. ¿Me puede explicar qué razón tuvo para no acudir
acompañado por alguien de su confianza al despacho donde le
esperaban sus compañeros de gobierno para comunicarle algo
que parecía tan urgente y grave?
R. Porque nunca llegué a imaginarme que se me citaba para
dirimir lo que allí se dirimió. Tan fácil como eso.
P. Volvamos a su mujer, a Conchita Íñiguez, para decir que
dio la talla.
R. Y tanto… Es lo mejor que me pudo ocurrir. Supo aunar
voluntades entre los demás miembros de la familia y no
perdió ni un minuto en dar la cara. Y lo hizo en todos los
sentidos.
P. ¿De sus hijos qué puede decirme?
R. Que me mostraron todo su cariño. Y que decidieron que lo
mejor era seguir adelante, haciendo todo lo posible por
ayudarme. Con tal comportamiento, como usted comprenderá, mi
torpeza fue más llevadera.
P. Dicen que los políticos que se convierten en ricos son
sospechosos. ¿Lo es usted?
R. No. De ningún modo. A mí, en ese aspecto, nadie me puede
señalar con el dedo. Pues se sabe perfectamente que yo no
soy de los que meten la mano en la caja. Ni siquiera esos
enemigos que se me atribuyen podrían hacerlo.
P. Con los años que lleva usted en el partido, no me diga
que no está en condiciones de saber quiénes se han
aprovechado de sus cargos.
R. Mire usted, cuando alguien se ha desviado de la senda
adecuada, y ha llegado a mis oídos, lo primero que he hecho
es tomar las medidas oportunas para poner fin al asunto.
P. Pero ahora, después de lo sucedido, podría tirar de la
manta.
R. No. No lo haré nunca. Además de que sería una
presuntuosidad por mi parte dármelas de estar al tanto de
corruptelas de todo tipo.
P. ¿Volvería a fiarse de Juan Vivas?
R. Yo ni quiero ni deseo hablar de Juan Vivas.
P. ¿Le ha prometido algo?
R. En su día, me hablaron de hacer algo en la UNED. Pero
tampoco es cosa que yo le haya prestado mucha atención.
P. Pedro, yo recuerdo que cuando estaba en condiciones de
hacer favores llevaba detrás una caterva de seguidores.
Ahora, cuando su situación es bien distinta, ¿ha notado
usted que le estén dando con las puertas en las narices?
R. No. Hay mucha gente que sigue llamando a mi puerta. Y
mucha gente que me recibe cuando soy yo quien acude a
cualquier sitio.
P. Lo que no entiendo es cómo se le ocurrió presentarse a
unas elecciones, por la presidencia del partido, sabiendo
que iba a perderlas.
R. Me presenté porque el partido no estaba –ni está- pasando
por sus mejores momentos. Y porque mucha gente me lo había
pedido.
P. ¿Qué ha pasado con sus avalistas? ¿Por qué le han
fallado?
R. Pues no lo sé a ciencia cierta. Por más que hayan venido
avalistas a mí a decirme que les era imposible ponerse de mi
parte porque tenían familia y porque si tal o cual cosa.
P. ¿Me puede dar los nombres de dos o tres personas que,
habiendo sido de su total confianza, decidieron en su
momento negarle?
R. No lo haré. Puesto que no quiero generar polémica. Y no
hace falta mencionar sus nombres, Con que lo sepan ellos,
creo que es bastante.
P. Dígame de qué o de quién guarda gratos recuerdos por su
comportamiento con usted en los momentos que estaba siendo
vapuleado públicamente.
R. De su periódico. De ‘El Pueblo de Ceuta’. Que no tuvo el
menor inconveniente en publicar la defensa que hizo usted no
de mí, sino de cómo la impiedad no es el mejor camino para
atentar contra nadie. Por el hecho de haber cometido un
desliz que está a la orden del día. Algo que otros medios no
hicieron.
P. ¿Qué espera usted del juicio?
R. Mi abogado dice que no hay nada que temer. Hasta ahí
llego.
P. Dado que sigue siendo vitalista, apasionado, vehemente,
¿puede decirme que va a hacer a partir de ahora?
R. Hombre, trataré de ayudar a mi partido, si acaso me lo
permiten.
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