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política - DOMINGO, 29 DE ABRIL DE 2012


Pedro Gordillo Durán. archivo.

entrevista / Pedro Gordillo Durán
 

Gordillo: «Jamás debí
dimitir de mis cargos»

Pedro Gordillo concede a ‘EL PUEBLO’
su primera entrevista tras los hechos ocurridos en 2009, que provocaron su dimisión como vicepresidente del Gobierno
y presidente del Partido Popular de Ceuta
 

CEUTA
Manuel de la Torre

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Tiene 70 años, casado y con dos hijos. Nacido en San Fernando (Cádiz), lleva en Ceuta la mayor parte de su vida. Vehemente, apasionado, dispuesto siempre a debatir, tiene la misma capacidad de generar amigos que enemigos. De lágrima fácil y buenas acciones, no es menos cierto que ante sus salidas de tono hay que procurarse refugio. No obstante, cuando estaba en la cresta de la ola política, le llegó su año horrible: 2009. Un año en el cual además de enfermar le grabaron un vídeo sexual en su despacho. Ex vicepresidente del Gobierno y también ex presidente del partido Popular de Ceuta sigue afirmando “que fue una relación entre personas adultas y con el consentimiento de ambas partes”.

Pregunta. ¿No le dijo nadie que le estaban preparando una traición?

R. En realidad, tuve conocimiento de que algunas personas estaban celebrando que mi enfermedad fuera lo suficientemente grave como para alejarme de mis obligaciones políticas. Pero no sabía nada acerca de la traición de la que me habla. Aunque tampoco podría descartarla.

P. De usted decían sus enemigos que era intransigente, terco, obstinado, y que estaban de sus salidas de tono hasta… los dídimos. Y que lo mejor era que no volviera a ocupar cargo alguno. ¿Qué le parece?

R. Simple y llanamente, que a veces, muchas veces, se llama intransigencia a no decir amén a las posturas contrarias.

P. Es decir, que a su paladar lo que más le gusta es llamar al pan pan y al vino vino.

R. Sin duda alguna. A mí me enseñaron, desde muy joven, a hablar con total franqueza y claridad. Aunque reconozco, habiendo vivido lo que me ha tocado vivir, que en política decir la verdad no es rentable. Y a los hechos me remito.

P. ¿Reconoce, pues, que metió la pata al decir muchas veces lo que sentía por estar convencido de que estaba rodeado de amigos?

R. Por supuesto que sí. A estas alturas no cabe pensar de manera distinta. Es cierto que yo nunca me distinguí por mi diplomacia. Pues yo me dirigía a las personas con las que gobernaba con entera confianza. Sin tapujos. Sin dobleces. Confiando en que primaba la lealtad. Que no es otra cosa que poder hablar en corto y por derecho. Pero.

P. Dígalo, no se me quede en ese pero descafeinado.

R. El pero significa que yo no conocía realmente a todos mis enemigos ni en el partido ni en el gobierno. Y, por tanto, me abría ante ellos como si tal cosa. Así me fue.

P. ¿Tampoco estaba al tanto de que el alcalde no quería, bajo ningún concepto, que usted metiera a personas de su cuerda en el equipo de gobierno?

R. Le aseguro que él nunca me insinuó lo más mínimo. Ni me llegó ninguna información acerca de ese asunto.

P. Bien, yo le puedo decir que a mí me confesó en una entrevista que le hice para la revista Siglo XXI, que si se presentaba a las siguientes elecciones era para poder hacer un gobierno de personas elegidas por él. Lo que le digo está escrito.

R. Seguramente será así. Pero yo no sabía nada al respecto. Aunque no creo que hubiera sido motivo de queja el que a mí me diera por opinar sobre algunas decisiones, debido a la amistad que nos unía.

P. Se dice que la política no es terreno propicio para la amistad. Entonces, ¿cómo se le ocurrió alardear de que su amistad con Juan Vivas era tan de verdad como para que la caída de uno fuera capaz de arrastrar al otro?

R. Bueno, eso lo dije yo pero también lo dijo Juan Vivas. O sea, el no dudó en propalar que si los dos habíamos entrado en la política casi a la par también saldríamos a la par llegado el momento.

P. Pero el que está fuera es usted.

R. Bien, porque como usted bien dice en política no hay amistad.

P. Cambiemos de tercio. Dígame que se le pasó por la cabeza cuando le llamaron para comunicarle que había algo contra usted.


R. Me resulta imposible, porque no lo recuerdo, decirle que pensé en aquellos momentos. Lo que llegué a creer es que estaban…, bueno que estaban esperándome para contarme algo de poca importancia. Algo referente a cualquier cuestión de la que yo pudiera dar mi parecer. Pero jamás pude imaginarme lo que iba a suceder.

P. ¿Por qué se asustó tanto cuando le hablaron de la grabación sexual?

R. Porque me asusté… No puedo negar que me asusté en aquel momento.

P. Y dio usted pie, naturalmente, a que se cumpliera el tópico: quien se asusta y sale corriendo se lleva la peor parte.


R. Así fue. Luego comprendí que nunca debí comportarme de esa manera. Aunque no es menos cierto que traté de evitar en todo momento perjudicar al partido.

P ¿Tan mal se lo pusieron?

R. Sí. Se me dijo que mi desliz podía dañar gravemente a muchas personas y hasta que podía ser motivo de cárcel.

P. En el despacho al cual fue usted reclamado había dos personas, según creo, ¿cuál de ellas se mostró dura como el pedernal?


R. En estos casos, como bien sabe, siempre ponen por delante a alguien que diga lo que otros piensan pero no se atreven a decir.

P. ¿Fue Paco Márquez quien hizo posible que usted perdiera los papeles y saliera del despacho corriendo y sin mirar hacia atrás?


R. Bueno, esa es la persona que salió a relucir en su día.

P. ¿Es verdad que Paco Márquez, al cabo de cierto tiempo, fue a su casa a pedirle perdón por haber actuado descarnadamente contra usted?

R. De Paco Márquez debo decir que me ha demostrado que es mi amigo y que sí puedo confiar en él.

P. Pero no me negará que fue Márquez quien lo puso entre la espada y la pared.

R. Sí. Pero él no hizo sino cumplir con la misión encomendada.

P. ¿Se arrepiente de haber salido corriendo?

R. Me arrepentí muy pronto. Jamás debí dimitir de mis cargos. De hecho, mi abogado me lo ha dicho muchas veces.

P. ¿Qué temió más al escándalo o a lo que pudiera pensar su familia?

R. Primordialmente, a lo que pensaran los míos. El escándalo quedaba en segundo lugar.

P. ¿Tanta atracción ejercía sobre usted esa mujer como para haber dilapidado su vida política y poner en peligro su vida familiar?


R. A mí nada más me cabe decir que fue una relación entre personas adultas y con el consentimiento de ambas partes. Y no hay más.

P. Tras lo ocurrido, los hubo, muchos, que esperaron que usted se fuera de la lengua y comenzara a denunciar corrupciones y otras componendas. ¿Se le pasó por la cabeza hacerlo? ¿Sigue dándole vueltas a ese asunto?

R. Nunca estuve tentado de hacerlo. Ni entonces ni ahora.

P. ¿Por qué no se atrevió a defenderse con uñas y dientes?


R. Porque yo creía, y perdone que me repita, que el hecho podía causar daño a mi partido, al gobierno y a cuantas personas habían confiado en mí. Bien es cierto, que, pasados los primeros momentos de confusión, y tras hablar detenidamente con mi abogado y otras personas cercanas a mí, llegué a la conclusión de que me había partido de ligero. Que dimití de manera tan alocada como absurda.

P. A mí me consta que usted se aceleró tanto por lo ocurrido en el despacho donde le citaron para decirle lo de la grabación, que fue incapaz de atender las llamadas que iba recibiendo para decirle que no incurriera en el error de la dimisión.


R. Lo que hay que entender es que el momento que me tocó vivir no fue plato de buen gusto. Me sentí coaccionado, perdido en aquellos momentos, y opté por buscar refugio entre mi gente: mi familia. Sin detenerme a meditar lo más mínimo en que dimitir me hacía renunciar a cuanto había conseguido durante mi trayectoria política.

P. ¿Temió en algún momento salir a la calle, tras ser sambenitado y expuesto a castigo en plaza pública?

R. Me sentí muy mal. La verdad sea dicha. Máxime cuando en los medios de comunicación se me trataba como si yo hubiera cometido una fechoría. Cuando yo ni había forzado a nadie ni había hecho nada que la otra parte no hubiera aceptado.

P. En aquel entonces, soportando críticas acerbas, y siendo perseguido sañudamente, cualquier prueba de amistad me imagino que sería recibida por usted como una bendición de Dios.

R. Cualquier palabra de aliento era recibida en mi casa como el maná. Y ese comportamiento de algunas personas fue vital para que poco a poco me fuera viniendo arriba. Y, sobre todo, me produjo una enorme satisfacción comprobar que sí contaba con el aprecio de esas personas. Lo cual, en mi situación, no era moco de pavo.

P. ¿Cree que muchos dicen cosas malas de usted no por lo que saben de su vida, sino por lo que usted sabe de la de ellos?


R. Quizá… Quizá esté usted en lo cierto.

P. ¿Tal vez le temen por su pasado con hábito?

R. Eso sería absurdo. Por razones obvias. Y en cuanto a cualquier cosa relacionada con la política, tampoco haría yo acusaciones a toro pasado. Lo cual es algo que nunca me perdonaría. De modo que pueden estar tranquilos cuantos estén temerosos o preocupados.

P. Pasado el primer momento de lo que fue considerado un escándalo mayúsculo en la ciudad, durante el 2009, cuando regresó a Ceuta, tras una estancia en la Costa del Sol, ¿tuvo la sensación de que en la calle se le miraba como a un bicho raro?


R. En principio, debo decirle que yo me fui a pasar unos días en la casa que tenemos en Málaga. Y que luego, cuando regresé a Ceuta, paseé por sus calles sin que nadie me agobiara ni con gestos ni palabras. Sino todo lo contrario. Lo cual es algo que nunca podré olvidar. Aquellas pruebas de afecto me ayudaron muchísimo.

P. ¿Logró usted ser perdonado por su mujer más pronto de lo que esperaba?

R. Sí; tuve esa gran suerte. Conchita, mi mujer, estaba en Inglaterra, cuando ocurrieron los hechos de marra. Y nada más llegar, la puse al tanto de lo sucedido. Y obtuve su comprensión y su disponibilidad para afrontar las circunstancias.

P. ¿Dónde se mostró más nervioso ante quienes le obligaron a dimitir o ante su mujer, a la hora de confesarle lo que había pasado?


R. Donde yo me sentí indefenso, total y absolutamente, fue ante Márquez y el presidente. Y, por ello, recuerdo que se me vino el mundo encima. Ante mi mujer, debido a su indulgencia, a esa benevolencia con la que supo oírme, todo resultó muy distinto.

P. ¿Me puede explicar qué razón tuvo para no acudir acompañado por alguien de su confianza al despacho donde le esperaban sus compañeros de gobierno para comunicarle algo que parecía tan urgente y grave?

R. Porque nunca llegué a imaginarme que se me citaba para dirimir lo que allí se dirimió. Tan fácil como eso.

P. Volvamos a su mujer, a Conchita Íñiguez, para decir que dio la talla.

R. Y tanto… Es lo mejor que me pudo ocurrir. Supo aunar voluntades entre los demás miembros de la familia y no perdió ni un minuto en dar la cara. Y lo hizo en todos los sentidos.

P. ¿De sus hijos qué puede decirme?

R. Que me mostraron todo su cariño. Y que decidieron que lo mejor era seguir adelante, haciendo todo lo posible por ayudarme. Con tal comportamiento, como usted comprenderá, mi torpeza fue más llevadera.

P. Dicen que los políticos que se convierten en ricos son sospechosos. ¿Lo es usted?

R. No. De ningún modo. A mí, en ese aspecto, nadie me puede señalar con el dedo. Pues se sabe perfectamente que yo no soy de los que meten la mano en la caja. Ni siquiera esos enemigos que se me atribuyen podrían hacerlo.

P. Con los años que lleva usted en el partido, no me diga que no está en condiciones de saber quiénes se han aprovechado de sus cargos.


R. Mire usted, cuando alguien se ha desviado de la senda adecuada, y ha llegado a mis oídos, lo primero que he hecho es tomar las medidas oportunas para poner fin al asunto.

P. Pero ahora, después de lo sucedido, podría tirar de la manta.

R. No. No lo haré nunca. Además de que sería una presuntuosidad por mi parte dármelas de estar al tanto de corruptelas de todo tipo.

P. ¿Volvería a fiarse de Juan Vivas?


R. Yo ni quiero ni deseo hablar de Juan Vivas.

P. ¿Le ha prometido algo?


R. En su día, me hablaron de hacer algo en la UNED. Pero tampoco es cosa que yo le haya prestado mucha atención.

P. Pedro, yo recuerdo que cuando estaba en condiciones de hacer favores llevaba detrás una caterva de seguidores. Ahora, cuando su situación es bien distinta, ¿ha notado usted que le estén dando con las puertas en las narices?


R. No. Hay mucha gente que sigue llamando a mi puerta. Y mucha gente que me recibe cuando soy yo quien acude a cualquier sitio.

P. Lo que no entiendo es cómo se le ocurrió presentarse a unas elecciones, por la presidencia del partido, sabiendo que iba a perderlas.


R. Me presenté porque el partido no estaba –ni está- pasando por sus mejores momentos. Y porque mucha gente me lo había pedido.

P. ¿Qué ha pasado con sus avalistas? ¿Por qué le han fallado?

R. Pues no lo sé a ciencia cierta. Por más que hayan venido avalistas a mí a decirme que les era imposible ponerse de mi parte porque tenían familia y porque si tal o cual cosa.

P. ¿Me puede dar los nombres de dos o tres personas que, habiendo sido de su total confianza, decidieron en su momento negarle?


R. No lo haré. Puesto que no quiero generar polémica. Y no hace falta mencionar sus nombres, Con que lo sepan ellos, creo que es bastante.

P. Dígame de qué o de quién guarda gratos recuerdos por su comportamiento con usted en los momentos que estaba siendo vapuleado públicamente.


R. De su periódico. De ‘El Pueblo de Ceuta’. Que no tuvo el menor inconveniente en publicar la defensa que hizo usted no de mí, sino de cómo la impiedad no es el mejor camino para atentar contra nadie. Por el hecho de haber cometido un desliz que está a la orden del día. Algo que otros medios no hicieron.

P. ¿Qué espera usted del juicio?

R. Mi abogado dice que no hay nada que temer. Hasta ahí llego.

P. Dado que sigue siendo vitalista, apasionado, vehemente, ¿puede decirme que va a hacer a partir de ahora?

R. Hombre, trataré de ayudar a mi partido, si acaso me lo permiten.
 

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