Estoy temblando. Y no lo digo
porque tenga uno la piel de punta erizada como la de un
puercoespín por haber creído ver fantasmas, no, y mira que
éstos abundan sin sábanas blancas, parapetados tras la
bancada azul, roja o arcoiris; total, todos son lo mismo,
unos majaderos a los que aupamos en su día para llevar en
andas este terruño caminito del poder y la gloria.
Tiemblo por lo que se nos viene encima a los españoles. Que,
de seguir la situación así, va a devenir en esquelética
porque la hambruna llama con sus nudillos ahuesados
aporreando nuestra puerta, que al final vamos a competir
contra los chuchos famélicos tras un hueso que echar al
puchero para callar las tripas, cada vez más sonoras,
caramba.
Como zascandilean nuestros políticos ebrios de mando en
plaza, en la primera trocha con revuelta tropezaron con la
zancadilla doble de la Merkel y el bajito con tacones,
quedándose pavisosos, alelaos, sin saber por dónde les vino
el tortazo de esa rara unión que desune, a saber con qué
nuevos y desgarradores intereses. Pronto, muy pronto, lo
sabremos. Y lo sufriremos todavía más.
Temblamos al leer la prensa, escondemos la faz o nos hacemos
el ovillo al mirar los ojos tiernos de cualquiera de las
presentadoras televisivas a las que hace tiempo abandonaron
sus muecas de portadoras de buenas nuevas, sus rictus de
auto-complacencia. Todo lo que sale de sus labios ahora no
son figurados besos para ganar audiencia, que también, sino
que nos trasladan mensajes negativos, soflamas encendidas de
nuevas medidas económicas camufladas de recortes como
llamaradas rojas pidiendo socorro en las turbulentas brasas
de este presente.
Un presente que nos abrasa de miedo. Que nos chamusca como
panceta en barbacoa. Y sin chistar. Pueblo dormido. Gente
acojonada que no se atreve a saltar el burladero, a coger al
morlaco por las astas. País sumiso donde los haya, pero
bendito país que merece algo mucho mejor. Un buen timonel.
Con cojones.
Yo me pregunto: ¿Y qué te queda si dejas de parpadear ante
el televisor? ¿Y qué haces si dejas de sintonizar el dial de
tu emisora preferida? ¿Tampoco ojeas la prensa? Porque no
pienso ceder ante lo que aseveró Mark Twain: “Si no lees el
periódico, serás un desinformado; si lées el periódico,
serás un mal informado”. No es el caso.
Nos fríen a impuestos como si fueramos churros; nos meten el
miedo a diario con el alza de la prima de riesgo, que si
ésta supera los 400 puntos que si roza los 500; ¿y qué? Como
soy pelín rebelde, me la pudiera traer floja. Pero no. No
está el circo para enanos. Ahora bien, yo de las únicas
primitas con que tuve cierto riesgo, sólo recuerdo que me
daban besitos y abrazos en mi niñez, en que uno las
correteaba saliendo jabonoso -y poco menos que triunfante al
brincar de uno de aquellos barreños enormes de cinc aptos
para el baño infantil familiar-, disparado tras ellas
chillando como poseso con la pilila al aire y con un arco y
una flecha de juguete, ay que te pillo ay que te pillé. La
hostia de mi tia también, con acierto pleno en unos mofletes
coloraos como pimientos morrones, ayayay..
Sí, acaso es tiempo de temblar por la situación encanallada
a la que el pueblo se ha visto arrojado, sin líderes, sin
salvadores, sin patria ni rey, en minúscula. Pero a la vez
es tiempo de demostrar la confianza que tenemos puesta en
Dios. Tan necesaria de por sí. Porque lo que es albergar
confianza en nuestros líderes, quía, lo llevamos claro.
Pasamos del estado del bienestar al rescate, pasamos de la
gloria al infierno en sólo un punto y aparte. De darse el
rescate, enconada palabreja tan al uso últimamente, a mi
hueca cabeza le suena la ayuda exterior algo así como el
cepo aquel de alambre dorado con estaca de madera que uno le
preparaba al gorrión urbanita, luego de abonar el campito de
migajas que en mala hora le hurtaba a mi ahorradora madre,
empeñada en sacar a la prole aprovechando hasta la última
miga de pan duro; sólo que ahora siento que estoy a punto de
picar, convertido en el puto pájaro saltarín, chulito y
chillón, pero sin corbata. Ploff. Píopiopio…
Buscamos desesperadamente un cambio de actitudes que nos
hagan mantener una luz de esperanza de que el mundo puede
cambiar. España la primera. Pero en tanto en cuanto este
cambio llega, si es que llega algún día y estamos aquí aun
para contarlo, al final va a ser realidad el aserto del
genial Jorge Luis Borges, que dijo: “Creo que con el tiempo
mereceremos no tener gobiernos”.
Cierto, por mucho que yo a Rajoy le salude temblando con mi
mejor sonrisa.
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