El sistema sanitario español podría haberse mantenido “sine
die” si no se hubieran perpetrado tantos abusos. No es de
recibo que, tan solo en el cómodo “turismo sanitario
europeo” las arcas públicas hayan dejado de percibir 917
millones de euros anuales. Y eso sin contar a los pacientes
extracomunitarios, porque las cantidades se quintuplicarían.
De ahí el actual agujero y de ahí la imperiosa necesidad de
aun cuando se atiendan las urgencias y los partos y demás de
extranjeros no regularizados, se facturen las cantidades a
sus consulados o embajadas y se empleen todos los mecanismos
para que no se dilapide el dinero aportado con tantas
dificultades, por los contribuyentes españoles.
En lo relativo a esa asistencia urgente y de casos muy
graves se mantiene el criterio humanitario que es
irrenunciable, por lo demás nos equiparamos a Europa en
cuanto al pago a abonar por los medicamentos, aunque sería
necesario comenzar a variar el criterio en lo relativo a
tener “una botica en cada casa”. Con matizaciones para no
conculcar libertades que, a día de hoy, se están conculcando
de forma sistemática por una especie de “paternalismo
estatal” que considera a los ciudadanos “menores de edad” a
la hora de decidir libremente si tomar o no tomar un
medicamento.
Es comprensible que a la hora de adquirirlos por medio de la
seguridad social sea un médico quien los prescriba con su
correspondiente receta y la incomodidad de la petición de
cita, la espera y los prolegómenos se compensa porque el
medicamento tiene descuento. “A quien algo quiere, algo le
cuesta” Pero ¿Quien huevos es el Gobierno para impedir que
un español se compre un antibiótico si entiende que lo
necesita? Ejemplo: usuaria del clásico Efortil para la
tensión que se encuentra con que, el buenismo mamarracho,
hace que en una botica tampoco dispensen Efortil sin receta.
Que yo sepa ni nadie se ha drogado jamás con Efortil ni ha
cometido diabluras tipo atracos delirantes por haber
ingerido un Augmentine por una severa infección en una
muela. Control y estado policial, siempre doblegados ante
una monolítica burocracia donde el Gobierno decide “Qué
tenemos derecho a ingerir” y “Qué no tenemos derecho a
ingerir” Mucho prohibicionismo en lo elemental y la Ley del
Menor sin reformar. Así suelen ser nuestros gobernantes :
blandujos ante los abusos de extraños y rigurosos con los
propios.
¿Cuantos años hace que existe el mamoneo del “turismo
sanitario”? ¿Cuantos extranjeros en urgencias cuando esas
urgencias no eran tales? ¿Puede alguien explicarnos las
razones de la proliferación de miembros de las aseguradoras
privadas, por más que tengan que pagar una cuota? Por
decencia hay que erradicar los abusos y si no saben cómo que
se copien de Sarkozy que siempre tiene las ideas muy claras
y presume de antibuenismo que es la filosofía emergente en
Europa. Aquí “Usted no puede tomar ese antibiótico sin
prescripción” pregunta “¿Y por qué?” respuesta “Porque le
puede sentar mal” otra respuesta “¿Y a usted que carajo le
importa lo que a mí me siente mal?” más respuesta “Es la
ley” insistencia “¿Y si ahora me voy a un bar y me tomo dos
litros de vino con riesgo de coma etílico, se mete la ley?”
el boticario balbucea “No, ahí no se mete” el español se
sulfura “Usted me dice que la ley me prohibe que me tome un
antibiótico para la muela del juicio y me permite que
reviente de una borrachera sin prescripción facultativa?”
“Sí”. ¿Han comprobado lo jodidamente hipócrita que es el
Sistema? Cuentan por internet los conspiranoicos que nos
administran subrepticiamente cloro para tenernos más o menos
calmados y también mensajes subliminales en las televisiones
para incentivar el conformismo ante las arbitrariedades. No
lo sé, pero los millones del turismo sanitario y de los
irregulares nos los han metido doblados.
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