Los niños de las generaciones pasadas podemos considerarnos
afortunados porque nuestros juegos, aventuras y diversión,
nuestros héroes y villanos, solían aparecer en los tebeos y
en los libros. ¿Quien no recuerda en mi generación al
Capitán Trueno y a Crispín? ¿Y a Roberto Alcazar ? Por no
hablar de las niñas con el universo de Celia de la mano de
Elena Fortún.
De hecho hasta la irrupción de consolas, videojuegos y
tecnologia, todo era puro ejercicio de la imaginación.
¿Mataron los ordenadores a la magia del papel? Sin duda en
parte, pero los libros siguen siendo fundamentales,
esenciales para la educación y sobre todo para potenciar
cualidades como la capacidad de abstracción, la imaginación
y la concentración. ¿Que padre de hoy en día no desea que su
hijo sea un buen lector? Y los adultos ¿Podemos comparar la
sensación de las hojas y de chuparse el dedo a veces para
pasarlas con la frialdad de una pantalla? Es distinto y son
mundos distantes.
De ahí el profundo significado de las ferias del libro que
son escaparate de diversión y de conocimientos con las
últimas novedades editoriales, las lecturas públicas y
compartidas de obras, los espectáculos de “cuenta cuentos”
como reminiscencia del antiguo mester de juglaría, cuando la
tradición se transmitía oralmente en un brutal ejercicio de
memoria. ¿Matará también la red de redes la capacidad de
memorizar? Porque todo te lo dan hecho, ahorrando el
ejercicio mental y el esfuerzo por recordar ¿Acabaremos con
la memoria de un tubérculo y asiéndonos al ratón? Para eso
prefiero la historia de “La ratita presumida” que es más de
mi época y responde más a mis aficiones y a esa sensibilidad
de los niños de aquel entonces que prorrumpíamos en un lloro
colectivo cuando en la película “Bambi” moría la mamá del
cervatillo. Un privilego ir al cine y un privilegio que te
regalaran libros de cuentos.
De hecho en alguna entrevista (soy poco amiga) tras la
publicación en Planeta de mi libro “Erik el Belga. Por amor
al arte” a la hora de la inevitable pregunta sobre cómo
despierta el amor por la escritura, siempre tengo que
carraspear antes de dar las gracias a quienes considero mis
guías y maestros, aquellos que me enseñaron a soñar, a
conmoverme, a llenarme de intriga, a ser persona, a
imaginar, a rebelarme y a pensar, que son los libros de mi
infancia.
Ha pasado medio largo siglo y las circunstancias son bien
distintas, pero en mi Rif y tras el Protectorado, las únicas
ventanas al mundo a las que podíamos aspirar los niños eran
los libros. Solo leyendo se podía “salir de allí” y
comprobar que existían otras realidades infinitamente más
amables. Pura tecla de “exit” y ya no digamos la fantasía
sin límites de la mano del gran iniciado Julio Verne cuando
se anticipaba en un par de siglos al presente.
Pero ¿el lector nace o se hace? Tal vez mitad y mitad, el
amor por la lectura se inculca desde muy pequeños y
dosificando la televisión cómo hacen los cultos y
ecologistas padres europeos. Televisión dosificada y cada
color de bolsa para reciclar un tipo de basura. Hay mucho de
ejemplo y de compromiso de los padres y existe también un
componente genético importante porque ¿Se lee para descubrir
o se lee para recordar? ¿Se lee para adquirir conocimientos
o para despertar conocimientos dormidos? Cómo sea y caben
interpretaciones, lo maravilloso es la aventura de leer.
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