Abril es el mes más cruel de los
meses. Según dijo un poeta afamado: T. S. Eliot. En
abril, el Rey ha tenido que salir a la palestra diciendo que
lo siente mucho. Que se ha equivocado. Y que no volverá a
cometer un nuevo desatino. A la fuerza ahorcan. Y el
Monarca, cada vez más Borbón, ha dado muestras visibles de
tener su prestigio tocado de un ala.
Tocado de un ala está deportivamente, desde hace ya mucho
tiempo, el portero del Madrid. Lo de este muchacho es
inconcebible: llevan años los periodistas jaleándole sus
aciertos y poniendo sus fallos en el debe de sus compañeros.
Las malas actuaciones de Iker Casillas han puesto al
Madrid al borde del precipicio en la Liga y le ha complicado
la continuidad en la Champion Ligue. El mito se va diluyendo
como un azucarillo.
Otro que tal anda es Xabi Alonso. Lleva ya la tira de
tiempo sesteando por los terrenos de juego. Perdido.
Mostrando una lentitud desesperante y luciendo una cintura
cuya rigidez parece propiciada por estar revestida de una
faja de escayola. ¿Cómo es posible que este futbolista,
mediocre a tiempo completo, haya conseguido engatusar a casi
toda la España futbolística?
En el día de hoy, miércoles, cuando escribo, la poca gente
que hay por la calle -¡cómo se nota la crisis!- sólo habla
del mal comportamiento del Rey y de fútbol. En lo tocante al
Rey, a mí se me ocurre decir que los Borbones del siglo
XVIII fueron proclives a las depresiones y a la locura, y a
muchos de ellos les dio por joder a calzón quitado, que es,
como alguien dijo, la fijación de los bobos.
De Felipe V, que, además, era extremadamente
religioso, escribió su ministro Alberoni: “Sólo
necesita un reclinatorio y una mujer”. Otro observador dijo:
“Pasa dos veces al día de los brazos de su mujer a los pies
de su confesor”. Este freno de la religión, y un cierto
sentido de la decencia, hizo que Felipe V y los otros
Borbones del siglo XVIII fueran fieles a sus esposas. Menos
mal.
Eso sí, a partir de Fernando VII, ya en el siglo XIX,
les da por el puterío, por las queridas y las cómicas.
Aunque leo que hubo una excepción, pero tan breve que apenas
confirma la regla.
Tampoco están para bromas los maestros de escuela. A quienes
el ministro de Educación, José Ignacio Wert, está
consiguiendo sacar de quicio. De modo que aprovechan
cualquier momento para ponerse a largar de él. No se cortan
lo más mínimo en vestirlo de limpio. Y a mí, en un momento
determinado, se me ocurre recordarles que hubo un tiempo,
allá en 1371, en el cual los maestros de instrucción
primaria, de acuerdo con las disposiciones del rey
Enrique II, gozaban de cuantas gracias y privilegios
gozaban los duques y condes, una vez cumplidos cuarenta años
de servicio profesional.
Dado que los maestros de escuela, como ya he dicho, no están
para bromas, en vista de que les espera tener que trabajar
más y con más alumnos, sin percibir nada a cambio, deciden
cambiar de tercio y nada mejor para ellos que hablar de
Pep Guardiola. El hombre de moda. Ese catalán que habla
como un cura siendo un extraordinario entrenador.
Y cuando a mí se me pide parecer al respecto, no se me
ocurre otra cosa que decirles a los maestros que hay en la
tertulia, que a mí me agradan más las maneras de José
Mourinho. Y tardan un amén en ponerme a parir. Los
maestros, según he podido apreciar, están que se suben por
las paredes. Como para ser niño.
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