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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 18 DE ABRIL DE 2012

 
OPINIÓN / ANALISIS

El héroe anónimo de la Guardia Civil

Por Nuria de Madariaga


Profesionalidad, heroísmo o sentido acérrimo del deber? Habrá quien opine que todo eso y más, pero otros simplificaremos afirmando tan sólo que “eso es ser un miembro de la Benemérita” sin darle más vueltas al asunto, nada más y nada menos.

Pero en unos tiempos tan difíciles como los que hemos vivido con ese relativismo moral abominable y por la mayoría abominado, las demostraciones de temple y de valor son mejor acogidas que nunca. Porque resultan esperanzadoras y demuestran que “algo” sigue latiendo con fuerza y con energía en las tripas del español y que tienen razón quienes alegan que, los españoles “aún tenemos tripas sin estrenar”. Pero, ¿a quién se le ocurre tras una azarosa persecución nocturna, mar a través, detener la lancha de los presuntos traficantes y lanzarse al agua para que no se perdiera el cuerpo del delito?.

Lógico que los tripulantes de la embarcación pusieran al máximo los motores y al tiempo que huían fueran arrojando la mercancía por la borda, lógico también que en estos casos de lancheros, “corre que te pillo”, por aguas del agitado Estrecho, la Guardia Civil vaya balizando la zona para luego tratar de recuperar el hachís, ya de mañana y guiados por las señales previas. Pero el caso de que un guardia se tire para que la droga no se hunda y trunque de esta manera el operativo y la persecución es inusual, arriesgado y muy peligroso.

En primer lugar porque todavía “era oscuro” y a esas horas las aguas están negras cómo la pez y se tiene que buecar a ciegas, en segundo lugar por el gran peligro de las corrientes y porque los agentes, en medio de una detención y caso de haber tenido problemas el del comportamiento arriesgado, tal vez no hubieran podido socorrerle. ¿En qué estaría pensando el de la Benemérita? ¿Excesivo celo profesional? Lo da el Cuerpo. Y son cómo son, me figuro al picoleto, harto de perseguir a los traficantes en sus giros, viéndoles arrojar paquetes y pensando que las corrientes podían llevárselos y posteriormente ser imposible localizarlos y entonces el procedimiento se quedaría en agua de borrajas, detención y expulsión al ser marroquíes. De ahí la acción.

De no tener nada a tener un Atestado en condiciones por una aprehensión de droga, una puesta a disposición judicial de los detenidos con intervención de la embarcación, incoación de Diligencias Previas, ausencia de arraigo, riesgo de fuga, gravedad de la pena a imponer en su día y tal Pascual, a comer bandeja en Los Rosales (amenazan con dejarnos sin el director que es de lo mejor de Instituciones Penitenciarias y traer a otro, que seguramente desconocerá las peculiaridades-particularidades del lugar).

Pero el caso es que el heroísmo del guardia anónimo ha motivado un Atestado, así que si mis simpatías y mi admiración han estado hasta hoy circunscritas a los Guardias Civiles del puesto del puerto por el que entran los vehículos a embarcar y me he extasiado ante la eficacia y el arte con el que se compinchan con sus guías-caninos, a partir de ahora reconoceré los méritos y el “saber hacer” de los medio guardias-medio psicólogos que filtran los vehículos y que parecen saber el que va cargado con tan sólo mirarle la cara al conductor y luego mirar a esos perros que saben latín, pero también no dudaré en expresar mi apego a los que se la juegan en este mar nuestro, proceloso y cambiante y que siempre salen airosos de su tarea y acumulan éxito tras éxito. Pero con discreción.

Ya se sabe cómo son los militares de poco amigos del relumbrón y el flash, se les ve operativamente introvertidos, por relevante que sea la hazaña que hayan llevado a cabo. Y digo yo que la ciudadanía está anhelante de héroes cercanos, de conocer la identidad de quienes dan muestra de valor, de entrega, de capacidad, de cojones, pero el velo del anonimato nos hurta el reconocer a los que, siendo pueblo del pueblo, son los mejores. Ya saben, son la Guardia Civil. Y son cómo son.
 

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