Profesionalidad, heroísmo o sentido acérrimo del deber?
Habrá quien opine que todo eso y más, pero otros
simplificaremos afirmando tan sólo que “eso es ser un
miembro de la Benemérita” sin darle más vueltas al asunto,
nada más y nada menos.
Pero en unos tiempos tan difíciles como los que hemos vivido
con ese relativismo moral abominable y por la mayoría
abominado, las demostraciones de temple y de valor son mejor
acogidas que nunca. Porque resultan esperanzadoras y
demuestran que “algo” sigue latiendo con fuerza y con
energía en las tripas del español y que tienen razón quienes
alegan que, los españoles “aún tenemos tripas sin estrenar”.
Pero, ¿a quién se le ocurre tras una azarosa persecución
nocturna, mar a través, detener la lancha de los presuntos
traficantes y lanzarse al agua para que no se perdiera el
cuerpo del delito?.
Lógico que los tripulantes de la embarcación pusieran al
máximo los motores y al tiempo que huían fueran arrojando la
mercancía por la borda, lógico también que en estos casos de
lancheros, “corre que te pillo”, por aguas del agitado
Estrecho, la Guardia Civil vaya balizando la zona para luego
tratar de recuperar el hachís, ya de mañana y guiados por
las señales previas. Pero el caso de que un guardia se tire
para que la droga no se hunda y trunque de esta manera el
operativo y la persecución es inusual, arriesgado y muy
peligroso.
En primer lugar porque todavía “era oscuro” y a esas horas
las aguas están negras cómo la pez y se tiene que buecar a
ciegas, en segundo lugar por el gran peligro de las
corrientes y porque los agentes, en medio de una detención y
caso de haber tenido problemas el del comportamiento
arriesgado, tal vez no hubieran podido socorrerle. ¿En qué
estaría pensando el de la Benemérita? ¿Excesivo celo
profesional? Lo da el Cuerpo. Y son cómo son, me figuro al
picoleto, harto de perseguir a los traficantes en sus giros,
viéndoles arrojar paquetes y pensando que las corrientes
podían llevárselos y posteriormente ser imposible
localizarlos y entonces el procedimiento se quedaría en agua
de borrajas, detención y expulsión al ser marroquíes. De ahí
la acción.
De no tener nada a tener un Atestado en condiciones por una
aprehensión de droga, una puesta a disposición judicial de
los detenidos con intervención de la embarcación, incoación
de Diligencias Previas, ausencia de arraigo, riesgo de fuga,
gravedad de la pena a imponer en su día y tal Pascual, a
comer bandeja en Los Rosales (amenazan con dejarnos sin el
director que es de lo mejor de Instituciones Penitenciarias
y traer a otro, que seguramente desconocerá las
peculiaridades-particularidades del lugar).
Pero el caso es que el heroísmo del guardia anónimo ha
motivado un Atestado, así que si mis simpatías y mi
admiración han estado hasta hoy circunscritas a los Guardias
Civiles del puesto del puerto por el que entran los
vehículos a embarcar y me he extasiado ante la eficacia y el
arte con el que se compinchan con sus guías-caninos, a
partir de ahora reconoceré los méritos y el “saber hacer” de
los medio guardias-medio psicólogos que filtran los
vehículos y que parecen saber el que va cargado con tan sólo
mirarle la cara al conductor y luego mirar a esos perros que
saben latín, pero también no dudaré en expresar mi apego a
los que se la juegan en este mar nuestro, proceloso y
cambiante y que siempre salen airosos de su tarea y acumulan
éxito tras éxito. Pero con discreción.
Ya se sabe cómo son los militares de poco amigos del
relumbrón y el flash, se les ve operativamente
introvertidos, por relevante que sea la hazaña que hayan
llevado a cabo. Y digo yo que la ciudadanía está anhelante
de héroes cercanos, de conocer la identidad de quienes dan
muestra de valor, de entrega, de capacidad, de cojones, pero
el velo del anonimato nos hurta el reconocer a los que,
siendo pueblo del pueblo, son los mejores. Ya saben, son la
Guardia Civil. Y son cómo son.
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