Pedro Gordillo era un
político poderoso. Tan poderoso que llegó a creerse que era
inmune a cualesquiera contratiempos. Vivía confiado
plenamente en su conocimiento del partido y creía a pie
juntillas en cuantas personas le adulaban diariamente. Las
consideraba amigas. Craso error. Tan grave o más que el
desconocimiento que tenía de quienes eran sus enemigos
acérrimos.
Y, claro, si te dedicas a la política y no sabes, en cuanto
entras en una habitación, quién está contigo y quién contra
ti, lo mejor es que te busques otro oficio. Pero el entonces
vicepresidente del gobierno, presidido por Juan Vivas,
y presidente del Partido Popular, actuaba convencido de que
estaba por encima del bien y del mal.
Pero llegó el año 2009, y Gordillo fue víctima de una
enfermedad y, nada más abandonar el hule del dolor, se
encontró con un problema que hizo posible que su vida
cambiara radicalmente. Me recuerdo que, durante su
enfermedad, los había que no se cortaban lo más mínimo en
decir que Gordillo estaba acabado. Que sus dolencias le
impedirían ser el de siempre. Y resaltaban, además, de
manera despectiva, que el cura estaba ya fuera de sitio.
Afortunadamente, Gordillo recuperó la salud y regresó al
tajo con los mismos bríos de costumbre. Como es él:
vehemente, ardoroso, apasionado. Dispuesto a vivir
permanentemente entusiasmado. Cual si la vida se le
estuviera ya escapando a chorros.
A Gordillo nadie le podía negar su vitalidad. Ni, por
supuesto, su forma exuberante de relacionarse. Para bien o
para mal. Es decir, tanto para ganarse voluntades como para
hacer enemigos porque sí. De lágrima tan fácil como de
salidas de tono imprevistas, don Pedro no era un político
como los demás. Y, naturalmente, su singularidad propiciaba
división de opiniones.
Yo me las tuve tiesas con él durante años. Hasta el punto de
que nunca mantuvimos relación alguna. Incluso nos vimos
obligados a acudir a los juzgados para solucionar uno de
nuestros desencuentros. No obstante, nuestras diferencias no
impidieron que, caído él en desgracia, a mí me diera por no
hacer leña del árbol caído.
La defensa de Gordillo me costó lo indecible. Ya que fui
objeto de una sañuda persecución por parte de personas
pertenecientes a los medios de comunicación. Un pasaje de mi
vida poco agradable y del que salí ileso. Aunque dejando en
el envite parte de mi salud.
En aquellos momentos, cuando a Gordillo se le trataba como a
un apestado. Cuando se le sambenitaba a cada paso. Cuando su
figura era vilipendiada desde todos los ángulos y la sevicia
brotaba contra él de manera casi generalizada, yo
consideraba que su pecado no era tan grave como para
condenarle al averno en vida.
Entonces, en medio de aquel ambiente enrarecido, donde
sobraban inquisidores y también quienes hacían mofa de
Gordillo, éste me llamó un día para agradecerme ese soplo de
aire fresco que recibía de mí. Y fue cuando prometió
concederme su primera entrevista de lo ocurrido.
Han pasado tres años, desde aquel desgraciado asunto, y tras
el error de querer disputarle a Vivas las elecciones a la
presidencia del PP estoy seguro que Gordillo cumplirá su
promesa.
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