Sombras de lo farragoso y burocratizado del Sistema,
excesivos dengues y formalidades que han venido a dejar a
Pedro Gordillo, léase “el aspirante”, fuera de juego y a
quienes nos frotábamos las manos ante la gloriosa
perspectiva de ser testigos del duelo nos han dejado con una
mano delante y otra detrás desde la perspectiva analítica.
Porque, ¿qué más fecundo que un buen combate ideológico
entre dos candidatos? Ocasión de lucirse o de deslucirse
ante la opinión pública. Y en este caso erradicación de los
postulados de los escasos nostálgicos de la época de
Gordillo y espaldarazo total a pie de urna de la gestión de
Vivas.
Pero desgraciadamente y por culpa de tiquismiquis, nos hemos
quedado sin un buen espectáculo. El show anhelado era el del
encuentro entre el Presidente Vivas, entre visita y visita a
los ministerios donde le extienden la alfombra roja, y el
candidato aspirante. Combate, por cierto, bastante desigual,
pero, al menos algo de movimiento, un escaso temblor sísmico
en el equilibrio de un partido que se ha tenido que bragar y
amarrar los machos para llevar adelante la gestión de una
crisis heredada y brutal. El Congreso Regional del PP era la
oportunidad de oro de la sublimación total de la política de
los últimos años en esta ciudad y una reafirmación
garantizada por los sufragios de los compromisarios. Lo
mejor de vencer es hacerlo convenciendo y con toda la carne
puesta en el asador, en forma de buenas ponencias bien
defendidas por los ponentes y que sigan la línea de renovar
paulatinamente las ideas, dentro de las propuestas del
cambio.
¿Y qué papel, cual era exactamente el role de Gordillo amen
de su intención de presentarse cómo candidato alternativo?
Tratar de llegar arrastrando de glorias pasadas o
antepasadas resulta poco consistente, es similar a, en la
era tecnológica, tratar de sustituir los ordenadores e
internet y volver a la Olivetti con el papel de calco y
utilizar para cualquier comunicación el servicio de correos
cogiendo el número y haciendo cola.
No obstante me reitero en la decepción que ha supuesto el
tener que despedirnos de un Congreso que se auguraba movido
y en el que, por más que sea el intención de Juan Vivas de
no entrar en combate con nadie, siempre existía el esperanza
de que, ante cualquier salida de tono del contrario tuviera
que reaccionar, replicar y rebatir. En una palabra: la sal
de la vida política, que es la rivalidad entre candidatos
como fenómeno en sí mismo considerado.
Lo cierto es que Vivas arrasó en las pasadas elecciones de
compromisarios para participar en XVII Congreso Nacional del
Partido Popular que tuvo lugar en Sevilla el 17 de febrero y
ha vuelto a arrasar en esta ocasión con sus 796 avales
frente a los 87 de Pedro Gordillo, pero podríamos considerar
que ha perdido la ocasión de lograr una victoria definitiva,
por culpa de defectos de forma del contrario, del veni-vidi-vincit,
en plan Julio César al pasar el Rubicón. Nunca más jugosa
una victoria que si se logra venciendo al rival por jaque
mate y sobre el tablero del ingenio.
De alguna manera le han arrebatado al Presidente Vivas la
íntima satisfacción del espaldarazo definitivo en forma de
respaldo (respaldo-espaldarazo) una auténtica lástima.
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