Desde hace un par de fechas venimos refiriéndonos en los
medios al juicio que ha enfrentado a dos miembros de la
Benemérita en el que la acusación particular del
denunciante, ex guardia civil, ha imputado al denunciado un
delito contra la integridad moral y otro de denuncia falsa
por un supuesto acoso con desastrosos resultados en la salud
mental del denunciante.
De hecho apareció mi análisis sobre estos hechos concretos
añadiendo en varias ocasiones el “siempre que sean ciertos”
porque realmente las versiones eran bastante desconcertantes
y el hecho de que un perito forense apuntara en la supuesta
víctima “rasgos paranoides” no contribuía en modo alguno a
dar absoluta credibilidad a su versión. De haber
diagnosticado un estrés postraumático sobrevenido o un
“síndrome de Vietnam” estas patologías obedecen a factores
extrenos, mientras que las personalidades paranoides “son de
nacimiento” y se pueden paliar los síntomas con un
tratamiento, pero la patología está.
¿Credibilidad de este tipo de personalidades? Relativa
porque tienden a la fabulación y a las manías ¿Y son, en un
momento dado, manipulables las personas con estos rasgos de
insanía mental? Evidentemente, pueden tanto ser manipulados
cómo distorsionar la realidad. Pero lo cierto es que
estudiando el resumen de la historia insistí en reafirmarme
en mi idea de que la petición fiscal de 15 meses era benigna
“de ser reales los hechos”, por concurrir la circunstancia
modificativa de “dilación indebida del procedimiento” que
rebaja notablemente las penas a imponer. Pero de los flecos
de ayer paso a las serias dudas de hoy sobre la veracidad de
lo expuesto ante la Audiencia por parte del denunciante.
Será porque en Derecho se trata de buscar una cierta
transparencia para andar sobre seguro y cuando en cualquier
relato aparece un sustrato de oscuros intereses, luchas
internas y represalias sin resolver, todo ello susceptible
de interpretaciones distintas, entonces jurídicamente huele
a chamusquina y el asunto se emponzoña hasta el punto de que
si todos los letrados de España no estuviéramos empachados
de alegar la doctrina de “la fruta del árbol envenenado” que
sirve para un roto y un descosido (cómo antaño servía
invocar automáticamente la coletilla jurídica del “derecho a
la presunción de inocencia” aún sabiendo que nos iban a
ignorar) prosigo, lo de la fruta del árbol vendría en este
caso que ni de perlas.Porque he visto que tan sólo hay que
escarbar un poco con las uñas y surge una historia
denigrante de un alferez de la Guardia Civil casado con una
dama musulmana (en este caso la señora era una dama
perteneciente a una familia con más categoría, medios
económicos, cultura y educación que todos sus detractores
juntos) y del rechazo que generó este enlace y el hecho de
la conversión del alférez a otra religión. Entonces habría
que replantearse quien o quienes eran acosados, si el
guardia denunciante o el alférez que se ganó la antipatía de
algún superior y llegó a ser zarandeado por un mando. Nada
de zarandeo psicológico sino, al parecer, auténticos
empujones. Clima irrespirable, denuncia al mando agresivo,
Tribunal Togado y la impopularidad del alférez subiendo cómo
la espuma. Algo curioso porque he indagado acerca de su
trabajo en otros destinos y las referencias son más que
intachables y la trayectoria profesional del antiguo alférez
y hoy capitán tan sólo recibe elogios. ¿Entonces? ¿Qué puede
significar aquí la aparición de un personaje (para mí
siniestro) cómo el ex Delegado de Gobierno Vicente Moro?
¿Será cierta la leyenda urbana de que, el por entonces
alférez y desoyendo indicaciones, dispensaba un trato
correcto a los detenidos en aquel infausto sumario 5/2000,
les atendía y les daba agua ya que era él quien se ocupaba
de los traslados de los presos? ¿Existían soterradas
inquinas por haberse islamizado y maridado con una musulmana
de buenísima familia y encima ser humanitario con los
detenidos considerados cómo “incómodos”?. Cierto es que
quienes me relatan aquellos primeros tiempos del siglo XXI
pintan una Ceuta muy distinta a la actual y unas formas de
actuar que no se podrían concebir a día de hoy.
Pero en general, tras las indagaciones lo que me parecía
inusual, cómo que los mandos no se dieran cuenta de un tema
de “brutal acoso” hacia un guardia, ahora, visto lo visto me
parece normal. Si en el microcosmos de un cuartel algo así
pasa desapercibido es porque no existe en la realidad. ¿Se
habrá estigmatizado injustamente al capitán acusado durante
años por el concurso de oscuros intereses del pasado?. La
Sala no es tonta y decidirá.
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