Quiero dormir menos, soñar más, a
poder ser contigo amor. Cuando despierte, quiero pasear tu
esbelta figura por el bulevar de la Campoamor, luciendo esa
sonriente carita de ojos almendrados y boca fina y suave
como el tisú; y quiero escoltar además tu palmito de buen
ver. El que me cautivó en cierto parking y cierto día no
lejano en mi memoria: “¿Necesita ayuda..?”. Recuerda.
Huhuuuu.
Quiero seguir paseando contigo cogiditos de la mano, como
dos tortolitos, pero esta vez por la Ribera ceutí, a la
sombra de las palmeras centenarias y mirando al mar, cuyo
brillar plateado se acentúa aun más porque centellea en el
espejo de tu mirada. Ay, ese tu mirar cristalino y límpido
como las aguas del Mediterráneo, lo que me fascina
doblemente.
Quiero despertar de nuevo a la madrugada con la mente puesta
en ti. Quiero vestir sencillo para apropiarme de tu
sencillez, que luces con galanura. Quiero tirarme de bruces
al sol de la arena calentita, dejando descubierto no
solamente mi cuerpo, sino mi alma, que te entrego a tí.
Quiero intuir que el hombre envejece cuando deja de
enamorarse. Hoy me siento joven, y creo saber el motivo de
esta felicidad que deseo no sea pasajera. Alguien ha
irrumpido en mi vida al asalto y yo, que creo saber algo de
ello, me he dejado hacer.
Quiero darte alas a ti mujer, pero no para que aprendas a
volar y pongas rumbo al Titicaca (sí, ya sé que la parte de
arriba es coto de la altiplanicie solanera de tu cuna; de la
de abajo mejor no damos pistas..), sino para que acudas al
entorno africano bajo el Hacho, a contemplar mares y contar
estrellas soliluna. Quizás la verdadera felicidad esté en la
forma de un próximo encuentro, de subir yo hacia ti, de
bajar tú hacia mi, que si por un casual decides regresar
pronto te pediré gritando en voz baja “por favor, dáte la
vuelta”.
Quiero seguir soñando contigo, aunque la negra noche duerma
mis brios, y justo antes de plegar las pestañas te abrazaría
fuertemente y con celo por asignarme vos ser el guardián de
tus sueños. Y para así decirte mirándote a tus tiernos ojos
un “Te Quiero”, sin asumir, tontamente, que doy por hecho
que ya lo sabes.
Por mujeres como tú, Sira, hay hombres como yo, que se
pueden morir de amor por una decepción. Cada día cuando veo
salir el sol por el levante, cómo no, solo te me apareces
tú, sonriendo como de costumbre. Que la distancia no es
frontera para el amor; que el mar, el cielo y la tierra no
es barrera contra esta relación; que el lento paso del
tiempo no es tampoco el fuego que queme la esperanza de
algún día volverte a besar.
Cuando estoy solo en casa, nada más que pienso en ti. Porque
solo tú, que conoces mi forma de sentir, y mi forma de reír
y hasta mi forma de penar, sabes a dónde voy, sólo tú sabes
muy bien quien soy. Quien de amor sobrado te puede hablar
hasta las tantas. Durmiendo. Por cierto, que hablando de
sueños creo tener derecho a soñar contigo, al igual que lo
tienen aun en blanco los curas austríacos esos que sueñan
ahora con que se quieren casar (por la Iglesia claro); se ve
que les aprieta la entrepierna más que la oración, que les
puede más la devoción por lo terrenal que por lo divino, que
les tira más la teta que el copón. Perdónalos Señor...
Así mande el destino, tomaré mi tiempo para regalarte una
sonrisa, un abrazo como de pulpo, un beso y una olorosa flor
-ahora que eclosiona la primavera-, sin olvido alguno de
ofrendarte un último e irrefrenable deseo: Robarte el
corazón.
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