En estos últimos años hemos sido
testigos de impresionantes avances en la exploración del
espacio. Ojalá que estos progresos puedan tener un
significado de unión y unidad entre los pueblos y sus
moradores, puesto que somos parte de un todo. Ciertamente,
las diversas culturas han de contemplar el mundo desde un
punto de vista universal, plenamente solidario y humano. Se
han derrumbado muros. Se han abierto fronteras. Se han
explorado horizontes vírgenes. Pero las injusticias siguen y
las rivalidades se acrecientan. De Oriente a Occidente, de
Norte a Sur, las fuerzas del poder y del miedo, impiden que
la ética del orden y la armonía del espacio se fusionen en
favor de la especie humana. Hay que hacer familia y ser
familia. El universo así nos lo traslada, en el marco de una
civilización humana. Por tanto, a mi juicio, es tan
necesario como preciso, humanizar con la ciencia la sociedad
y sus instituciones, reavivar la capacidad de entendimiento
y raciocinio que todos poseemos, alentando el sentido mismo
de la belleza que irradia desde el mismo cosmos.
Somos tierra pero también formamos parte de ese cielo que
nos maravilla, y por el que siempre hemos querido rastrear.
Me viene a la memoria, el 12 de abril de 1961, fecha del
primer vuelo espacial tripulado, llevado a cabo por Yuri
Gagarín, ciudadano soviético nacido en Rusia, precursor del
camino de la navegación por el espacio en beneficio de toda
la humanidad. A partir de entonces, se conmemora el 12 de
abril, el día internacional de los vuelos espaciales
tripulados, reafirmando de este modo que la ciencia y la
tecnología espacial contribuyen de manera significativa a
alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible, a aumentar
el bienestar de los países, y a asegurar que se vea cumplida
su aspiración de reservar el espacio ultraterrestre para
fines pacíficos. Mantener el espacio como patrimonio común
de toda la humanidad, con una actitud abierta y positiva,
ante todo es un deber, un auténtico y fascinante camino de
humanización.
Sin duda, a través de la exploración del espacio, los seres
humanos pueden trascender la realidad material y humanizar
el mundo que nos rodea. Esta creatividad humana, que nace
precisamente de la indagación de esas atmósferas celestes,
tiene una expresión privilegiada en la búsqueda del saber y
en la investigación científica. Por consiguiente, la
aventura espacial, a todos nos debe de poner alerta por la
fragilidad del espacio y los problemas que puedan surgir,
especialmente el impacto de los desechos espaciales, tomando
en consideración que, a pesar de las medidas de precaución
que han de adoptar los Estados y las organizaciones
internacionales intergubernamentales que participen en el
lanzamiento de objetos espaciales, tales objetos pueden
ocasionalmente causar daños, como la pérdida de vidas
humanas, las lesiones corporales u otros perjuicios a la
salud, así como la pérdida de bienes o los perjuicios
causados a bienes. En consecuencia, la creatividad y los
descubrimientos deberán unir tanto a la comunidad científica
como a los pueblos del mundo, en un ambiente de cooperación
que permita compartir generosamente el saber, superando
cualquier interés individual o de competitividad.
Los caminos de la exploración espacial nos invitan a una
reflexión continua y permanente. Nos jugamos todos, el todo;
porque, realmente, el todo está en cada cosa y cada cosa en
ese todo. La especie humana como conjunto es el agente
ejecutivo, que todo lo explora, para bien o para mal. En
esta visión de un universo sorprendente, se descubre un sin
fin de creencias o concepciones del mundo, que impregnan el
mundo científico como un gran cerebro global, en el que hay
una coincidencia, la interrelación del ser humano a través
de un cielo poderoso, para sueño y ensueño de los seres
pensantes. Al fin y al cabo, como dijo el científico
británico, Arthur C. Clarke: “nuestra civilización no es más
que la suma de todos los sueños que han llevado a edades más
tempranas a la plenitud. Y así debe ser siempre, porque si
los hombres dejan de soñar, si vuelven la espalda sobre el
universo, la historia de nuestra raza es el fin”. Sin duda,
para nada vale la ciencia si no se concilia con la vida y se
reconcilia, en conciencia, con las ilusiones.
Desde luego, la mejor utopía a llevar a cabo pasa por
convencerse de la utilización del espacio ultraterrestre con
objetivos pacifistas y de avance humano. Frente a la
angustia de un futuro espantoso de inestabilidad económica,
de incertidumbre y de cambios climáticos, es alentador poder
adentrarse en el abecedario del cosmos y dejarse llevar por
su diversidad. Estamos hartos de las egoístas leyes de
mercado, y, sin embargo, las leyes del universo son
distintas, no se suelen mover al capricho de una ciudadanía,
sino en relación a una energía mística cósmica de cuerpos
que podrán ser libremente explorados y utilizados por todos
los Estados en condiciones de igualdad y en conformidad con
el derecho internacional. Por eso, hay que convertir el 12
de abril en una verdadera fiesta científica para todo el
mundo. Siempre es bueno celebrar que el alma de la
prosperidad de las naciones y la fuente de vida de todo
progreso, nos entusiasme, pues son las imágenes procedentes
de los satélites de observación de la tierra, los que nos
ofrecen abundante información para tomar decisiones sobre la
protección del medio ambiente y la gestión de sus recursos.
Además de recordar a los hombres y mujeres cosmonautas, este
día reconocemos que la ciencia y la tecnología espaciales
van de la mano, y que, por esa alianza, se han logrados
progresos en áreas como la agricultura, la meteorología, las
telecomunicaciones y la biología. La rueda de la ciencia,
por consiguiente, bien se merece un camino de alabanzas
cuando los buenos propósitos toman aire de cultivo,
motivados por la invención libre del espíritu humano.
|