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OPINIÓN - DOMINGO, 1 DE ABRIL DE 2012

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

Mejor orador que actor
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

Con fecha 19 de Octubre de 2009, escribí sobre el ejemplar caso de Pablo Pineda, que acababa de conseguir la “Concha de Plata” como mejor actor en el Festival de Cine de San Sebastián, por su trabajo en la película “Yo también”, premio al trabajo bien hecho. Y es que Pablo, desde niño apuntaba buenas maneras para el arte cinematográfico.

Pero, el caso de Pablo es que se trata de un chico de Síndrome de Down, una anomalía genética ocasionada por la presencia de un cromosoma “extra” del par 21, en las células del organismo. Recibe también el nombre de “trisonomía 21”. Esa anomalía cromosómica origina alteraciones del desarrollo y, fundamentalmente, del desarrollo y funcionamiento de diversos órganos. La afectación del cerebro es la causa de la discapacidad intelectual. Pero, la intensidad con que se manifiesta esta alteración es altamente variable de una persona a otra.

En el caso de Pablo, sus padres reaccionaron de inmediato y apostaron por él y decidieron dar a su vida un carácter de absoluta normalidad… Su padre se embarcó en la dura empresa y le enseñó a leer, antes de que empezara a ir al colegio, donde finalizó la EGB, sin excesivos problemas… Y Pablo pudo con el Bachillerato de tres años. Sus profesores les aconsejaron a sus padres que ¡podía estudiar una carrera universitaria! Aunque a Pablo le gustaba más Derecho y Periodismo, optó por Magisterio y, como se vio con muchas ganas de continuar, inició los estudios de Psicopedagogia.

Y nos dejó un amplio mensaje: “Crecí sin la protección que habitualmente rodean a las personas con Síndrome de Down. Eso me ayudó a comprender que en este mundo hay que saber sufrir; es absurdo ocultar la evidencia. Se lo digo constantemente a quienes tienen hijos en mi misma situación. No lo metáis en una urna; estimularlos. Que pruebe lo dulce y lo amargo de la vida, como las demás personas.

Pablo, en estos días se encuentra en Vitoria, dando una charla organizada por una Asociación de personas con Síndrome de Down. Y muy satisfecho por ser el primero en conseguir, a nivel europeo, completar sus estudios universitarios.

Reconoce tener aparcado un poco la licenciatura de Psicología, por problemas de Agenda”, ya que la “vida de conferenciante es dura”. Y afirma haber dejado de lado el cine, aunque reconoce que con “Yo, también” al lograr la Concha de Plata de San Sebastián, al mejor actor, se hizo un poco famosete. Pero él se considera más que actor, “Orador y maestro”.

Pero, ¿cuál es su receta para despertar tanta admiración? Sin titubeos, afirma “un poco de arte”. No es fácil caer bien a todo el mundo, pero soy espontáneo, natural y digo lo que pienso y siento. Y eso a la gente parece que le gusta”. El gracejo de su inconfundible acento andaluz, también hace lo suyo, aunque dice que soy una persona que caigo de pie. No sé. Los “SD” somos así”.

Ser reconocido a nivel nacional, le cambió la vida, tras el éxito de la película que protagonizó. “Puedo decirlo alto y claro. Sí soy presumido, pero la persona más retratada en los teléfonos móviles de España. Allá por donde voy, me piden fotos”. Y él, claro, se presta. Y ríe.

Conocer a Pablo obliga a hacer autocrítica. “Hay algo que me irrita. El gran error que siempre comete la gente cuando aborda a alguien con el cromosoma 21 alterado, es pronunciar la palabra maldita: ¡enfermedad! Y me pone de los nervios. Hay que desterrar la consideración de que tenemos una afección. El cliché de sufrir, de padecer… ¡Qué no! El Síndrome de Down no se sufre, al contrario, asegura, “yo estoy orgulloso y estoy disfrutando de tenerlo. Todo lo que he hecho hasta ahora, como la película, es gracias a esta circunstancia “asume un hombre ya con 35 años, que se reconoce “referente”, pero que también le produce “cierto apuro” la repercusión pública que he tenido durante los últimos años.

“Creo que se me ha sobrevalorado un poco”, admite Pablo. “Se me ha colocado apelativos con los que no me veo y que me han llegado a incomodar. Una vez escribieron que era “el superdotado del Síndrome de Down”. Ni ,mentarlo. ¡Pero, hombre, por favor! Yo soy un ser humano como otro cualquiera, no soy un héroe en absoluto.

Como no podía ser de otra manera, Pablo, no es partidario del concepto de integración”. No me molesta, pero sí creo que está un poco obsoleto. Los medios de comunicación y sociedad tienen que cambiar su mentalidad. El objetivo ahora ha de ser la normalización”. Porque si la sociedad no es tan perfecta “como la propia sociedad cree, por qué adaptamos nosotros a un entorno edílico que no existe? Son los propios ciudadanos los que deben adaptarse a la diversidad de las personas, afirma Pablo, rotundo y reflexivo.

Él, consciente de que ser Síndrome de Down no es sencillo para todo el mundo, atribuye a su entorno familiar todo el mérito de haberle convertido en ser conferenciante que recorre España con valentía. Su axioma es sencillo de entender: “si tú no confías en tu hijo… ¿cómo vas a exigirle al resto que lo hagas? En su caso concreto, considera “fundamental” haber sido un “pequeño protegido”, que es algo que ocurre en muchas familias. “Mi padre, que falleció hace poco más de un mes, me decía: “si quieres ir a un punto X de Málaga –Pablo es malagueño- coge el autobús y apáñate, guapo”. Esa exigencia y esa estimación, han hecho “que ahora sepa moverme. Que coja un avión o un tren para desplazarme a cualquier lugar”.

Advierte, Pablo, que “la autonomía” es el mejor regalo “que sus padres les han hecho. Y como sin ellos no había podido hacer nada de lo que he conseguido”. Ahora trata de promoverla. “Es la base de mi enseñanza” dice, ¡Palabra de maestro!

En mi experiencia con alumnos afectados con el Síndrome de Down, integrados en mi grupo –normalizados-, el aspecto más destacado, aparte los progresos académicos, era la aceptación por parte de mis compañeros, considerándome como uno más. La inclusión de estos alumnos en grupos normales se puede considerar como muy conveniente y cuanto antes mejor, es decir, desde el primer año de Educación Infantil. De esta manera, los alumnos afectados por SD y el resto del grupo, se beneficiarán mutuamente. Y, por supuesto, que las promociones se realicen con el mismo grupo. ¡Se produciría un gran retroceso en el alumno afectado, si se descolgarán en las promociones!

Lo más grave para estos alumnos es verse rechazados. Por lo tanto es lo que hay que evitar. En las escuelas este problema está totalmente resuelto. Y la sociedad, en algunos casos, quizás tengamos que seguir aprendiendo, para no ocurra, como hace unos años, que una joven con el SD, que fue invitada a abandonar las primeras filas de asistentes a un programa de TV, que la trataron como si fuera alguien poco estético y que no merecía estar en la primera fila…
 

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